Si en el extremo occidental del Magreb –valga la redundancia, ya que Magreb no significa en árabe otra costa que occidente- las últimas semanas han estado marcadas por las turbulencias para los intereses españoles, la esperanza para todos –en una y otra orilla del Mediterráneo- quiere abrirse paso en el oriente. Tras diez años de guerra e inestabilidad para todo el norte de África y el Sahel, Libia es gobernada hoy por un ejecutivo interino de unidad encargado de sentar las bases de un Estado democrático y superar las divisiones que lo han desgarrado. Dese el levantamiento contra el régimen del coronel Gaddafi en 2011 y su derrocamiento –gracias al concurso decisivo de la OTAN-, el caos ha dominado el extenso país norteafricano.
Resultado del trabajo del Foro para el Diálogo Político en Libia, organismo creado por la misión de la ONU para el país magrebí, el nuevo Gobierno de Unidad Nacional –presidido por Abdul Hamid Dabaiba- obtuvo el respaldo casi unánime del Parlamento libio el pasado 10 de marzo. Lo hacía después del acuerdo de las dos autoridades que hasta octubre del año pasado se enfrentaban por el poder. Un hecho que no puede sino calificarse de histórico. Tras el éxito de la transición tunecina a la consolidación de un sistema político multipartidista, Libia puede seguir los pasos del vecino magrebí en los próximos meses.
Hasta el alto el fuego del pasado mes de octubre, recordemos, en Libia combatían por el poder desde hace más de seis años de guerra civil dos entidades: por un lado, el Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), con base en Trípoli, comandado por Fayez al Sarraj y el apoyo militar de Qatar y Turquía –y el respaldo de Naciones Unidas-; por otro, el Ejército Nacional Libio, liderado por el general Khalifa Haftar con el apoyo de Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Rusia y el control de la mayor parte del país. En abril de 2019 las fuerzas de Haftar iniciaron una ofensiva para hacerse con Trípoli, que acabó fracasando en junio gracias al apoyo procedente de Turquía a las fuerzas del GAN.
Según Naciones Unidas aún hay en suelo libio al menos 20.000 mercenarios extranjeros. Entre ellos hay sirios, rusos, sudaneses y chadianos. Las respectivas facciones militares dieron su aquiescencia en marzo al nuevo ejecutivo, que pide la salida de los mercenarios del país. El enviado especial de la ONU para Libia advertía a finales de mayo que la presencia de estos combatientes era una amenaza no solo para el país sino para todo el norte de África.
“La alta movilidad de los grupos armados y terroristas pero también de migrantes económicos y refugiados, a menudo a través de canales operados por redes del crimen organizado y otros actores locales a través de unas fronteras sobre las que no hay control, no hace sino incrementar los riesgos de mayor inestabilidad e inseguridad en Libia y la región”, aseguraba Jan Kubis.
Según el enviado de Naciones Unidas, la situación de la seguridad en Libia “ha mejorado de manera significativa, aunque los choques entre milicias armadas en competencia por influencia, acceso y control del territorio y los recursos ocurren periódicamente”.
El siguiente paso en el camino de la consolidación de un Estado democrático es la celebración de elecciones a finales de este año. La fecha fijada es el 24 de diciembre. Según International Crisis Group, dos son los principales retos que afronta el proceso libio: la inexistencia de un marco legal –en ausencia de una constitución de consenso que consagre la nueva forma de Estado- antes de la celebración de los comicios y la falta de claridad sobre cómo será el mando de las nuevas fuerzas armadas unificadas.
En las últimas semanas las principales potencias internacionales han expresado su apoyo al nuevo gobierno. Francia exigía esta misma semana por medio de su presidente la retirada de los mercenarios y daba su respaldo al actual ejecutivo de unidad. Qatar, en el bando contrario de París cuando se enfrentaban aún las dos autoridades por el poder en Libia, expresaba recientemente su apoyo al gobierno interino. Tras el discreto papel jugado por Estados Unidos en el conflicto libio durante el mandato de Trump, la Administración Biden parece más dispuesta a implicarse en el futuro del país magrebí.
De lograr con éxito la estabilidad política y garantizar la seguridad –con todo, dos tareas ingentes-, el crecimiento económico y el bienestar material para la exigua población libia -6,6 millones de habitantes- podrían venir de la mano. Libia cuenta con una de las diez mayores reservas petroleras del mundo. Según datos de The Economist Intelligence Unit, la economía libia crecerá este ejercicio un 20,9% empujada por las exportaciones petroleras. Los inversores extranjeros, entre ellos los españoles, lo saben, y se posicionan antes las nuevas oportunidades de negocio que ofrecerá el país magrebí.
Además, la UE es consciente de que el progreso económico y la estabilidad de un país con más de más de 1.700 kilómetros de costa es fundamental para la gestión en los próximos años del problema migratorio y la lucha contra el terrorismo. Estabilidad, reconciliación, seguridad, crecimiento económico. Retos hercúleos que exigirán tiempo y sufrirán retrocesos y riesgos para la esperanza magrebí.