A fuerza de repetirse, corre el peligro de parecer normal. Y no lo es. La imagen de una madre desorientada con su hijo. Los niños aparentemente felices. O los ancianos que este sábado noche demabulaban por la terminal de El Prat. Todos llegan empujados por la guerra de Ucrania.
La pulsera que llevan en sus muñecas delata su desgracia, como víctimas, y a la vez revela su suerte, están en el grupo de esos 293 refugiados que OPEN ARMS ha podido poner a salvo del conflicto bélico desatado por el Ejército de Rusia.
En Bilbao quienes han corrido la misma mala suerte se estrenaban este fin de semana en el confort de su nueva vida a salvo. Con lecciones sobre cómo funciona el metro. De visita en el famoso Gugenheim. Para los menores hay talleres que les entretienen y acompañan en lo que dure, quién sabe cuánto, su estancia.
La que han estrenado también un puñado de madres con sus hijos ayudadas a venir por los bomberos de Alicante. O algunos otros refugiados recibidos en Maceda, Orense, con ambiente festivo. Música, globos, aplausos. Parecía normal. Pero no lo es.