La caída del muro rojo: la derrota del siglo del hombre de Workington
El "hombre de Workington" ha sido el estereotipo electoral del votante clave seleccionado por algunos estrategas afines a los 'tories'
El escaño de Workington había sido fiel durante un siglo a los laboristas en las elecciones generales. Es una de las localidades del llamado "muro rojo" del norte de Inglaterra que se ha pasado a los conservadores
La circunscripción de Workington fue creada en 1918, en las postrimerías de la Gran Guerra. Desde entonces, esta tierra de duros diciembres había sido un bastión laborista, un sillar del muro rojo del norte industrial de Inglaterra que hoy parece igual de fantasmagórico que el muro de Adriano.
Un siglo después, los estrategas conservadores detuvieron su dedo sobre el mapa sobre este lugar y crearon un cliché electoral de esos que los spin doctors anglosajones venden tan bien a sus clientes políticos y a la prensa: "el hombre de Workington", el votante clave para la aplastante victoria de los tories.
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Se inventó el término con mucho éxito el think tank de centro derecha Onward para describir a ese hombre blanco, receloso de la elite de Londres, sin estudios superiores, que siente un vínculo muy fuerte con todo brittish, rugby incluido, y que siempre votó laborista, pero que se decantó a favor del Brexit.
El objetivo era conseguir que este votante diese un salto de fe y votase a Boris Johnson. Las promesas —verdaderas o no, eso ya se verá— del primer ministro sobre la protección del sistema de salud eran claves para animar al hombre de Workington a dar ese salto.
Lo curioso es que la idea no gustó nada en Workington, sobre todo porque allí repelía verse caricaturizados y encasillados de una manera tan burda por los listillos de Londres (la oposición entre la gran ciudad boyante y la provincia relegada, otra de las brechas acentuadas en esta década por todas partes). Pero al final, pasó.
El muro rojo se ha derrumbado y ahora queda abierta una autopista azul hacia el Brexit
En la noche electoral, el conservador Mark Jenkinson ha arrebatado el escaño por Workington a la portavoz laborista de medioambiente (otra ironía de los tiempos), Sue Hayman, por 4.176 votos. Lo mismo ha sucedido con otros pilares del tradicional muro rojo laborista. Han ido cayendo uno tras otro, incluso Sedgefield, la circunscripción que guardaba el recuerdo de Tony Blair.
Localidades con ventajas tradicionales de diez mil votos para los laboristas se han decantado por los conservadores. Los de Jeremy Corbyn han perdido cerca de 60 escaños y ésta ha sido la madre de todas sus derrotas.
Boris Johnson se ha permitido el chiste de que ahora Redcard, otro de los distritos rojos, se ha convertido en "Bluecar". El muro rojo se ha derrumbado y ahora queda abierta una autopista azul hacia el Brexit.
El hundimiento del apoyo laborista, el trasvase a los conservadores y también a las filas de Nigel Farage —que a pesar de su labor de zapa se queda fuera del Parlamento— está encarnado en el hombre de Workington.
En otras elecciones se habló del hombre del Ford Sierra (o del Mondeo), del hombre de Worchester, de la generación Bacardí Breezer, las mujeres de Holby City, famosas fueron en Estados Unidos las madres del fútbol de Bill Clinton. Estos conceptos parecen hoy un poco anticuados para el microtargeting y los mensajes personalizados a través de redes sociales de Dominic Cummings, el principal asesor de Boris Johnson que fue clave en la campaña del Brexit.
La lección de Holyfield
Pero parece haber funcionado junto con una estrategia que sí es plenamente de Cummings. Durante la campaña del Brexit hizo que todos los que fuesen a participar en debates televisivos viesen un vídeo del boxeador Evander Holyfield. Después de ganar un combate, al campeón le preguntaban una y otra vez por diferentes detalles sobre por qué hizo tal movimiento, cuál fue su estrategia en determinada fase de un asalto. Pero Holyfield respondió a todas las preguntas, exactamente, con la misma respuesta: "Yo sólo quiero alabar a Dios y darle las gracias por lo que ha hecho por mí". Así es como se coloca un mensaje, señores.
La biblia electoral, el libro de guerra de 2019, contenía la frase "hagámos que el Brexit suceda" ("get Brexit done). Y ha arrasado, junto con la retórica que oponía a "la gente" frente al Parlamento, que estaba limitando el poder del Ejecutivo (eso del equilibrio de poderes) para sacar al Reino Unido de la cárcel europea. Ahora Boris Johnson ha cambiado de lema, el suyo es ya "el Gobierno de la gente".
No deja de ser irónico que haya manejado con tanta sutileza las tradiciones democráticas Cummings, para quien el político ideal sería un cruce entre su admirado Bismarck y un gurú de Sillicon Valley —de cuyas novedades está a la última—, un tecnócrata que toma las decisiones importantes manejando todos los datos importantes gracias a la tecnología ajeno a los vaivenes y la falta de comprensión del pueblo. Del histórico líder alemán le gusta usar una cita que define su cinismo: "La gente nunca miente tanto como después de la caza, durante la guerra o antes de unas elecciones".
Frente a esa fuerza de convicción electoral, el laborismo, ni siquiera en la versión feroce, incapaz de articular un discurso con sentido en los tiempos identitarios del Brexit.
Un británico de adopción, Isaiah Berlin, dijo que "ningún movimiento que no se haya aliado con el nacionalismo ha tenido éxito en los tiempos modernos", pero siempre receló de todo nacionalismo monolítico. Su idea de la identidad era mestiza, como siempre fue la suya. Por eso la libertad era el único camino civilizado en un mundo en conflicto eterno.
Berlin era un niño que aún no había tenido que huir de Rusia en 1918, cuando se creó la circunscripción electoral de Workington. El filósofo habría sabido que llamar traidor a la izquierda o racista al hombre de Workington era totalmente inútil para entenderle. Y convencerle.