Rusia ha evacuado a hospitales de Bielorrusia a 300 soldados que se habrían contaminado con radiaciónradiación en la central nuclear de Chernóbil. Las tropas del Kremlin estaban trabajando en una zona muy contaminada y, según algunas fuentes, sus estrategias en las instalaciones son peligrosas: algunos militares habrían cavado trincheras en una zona que acarrea riesgos desde el trágico accidente de 1986. Los efectos sobre el ADN de estos militares pueden ser muy graves.
Los soldados se habrían contaminado por la radiación al conducir tanques dentro de la central nuclear, tomada por ellos desde casi el principio de la guerra de Ucrania. Hablamos de una zona histórica. La ciudad de Chernóbil fue testigo del mayor accidente nuclear de la historia en abril de 1986, cuando la tapa del reactor 4 estalló una noche y dejó al descubierto el núcleo del reactor, emitiendo la devastadora radiactividad que tanto marcó a Europa del Este. Hay temor de que se repita algo parecido.
La radiactividad afecta a otras moléculas mediante la emisión de tres tipos de partículas -alfa, beta y gamma-. Estas, al chocar contra nuestro organismo, pueden producir diferentes cambios, según los informes científicos.
El ADN del ser humano se forma de una sucesión de cuatro bases nitrogenadas -adenina (A), guanina (G), citosina (C) y timina (T)- que, al interactuar con partículas radiactivas, pueden presentar alteraciones o desaparecer. Es decir, donde iba una C, se registra una T, o directamente no hay nada. Un proceso conocido como mutación que puede ser muy peligroso.
Los cienfíticos comenzaron a analizar los efectos del desastre de Chernóbil y se plantearon si los genes mutados por la radiactividad eran hereditarios para los hijos de las personas afectadas. Tomaron como sujeto de estudio a numerosas personas que participaron en la limpieza de las instalaciones y que habían estado expuestas a la radiactividad.
Después, los investigadores se centraron en estudiar los genes de los hijos que habían nacido como máximo 15 años después del accidente y concluyeron que los genes mutados por la radiactividad no son hereditarios. Los niveles eran normales, al igual que cualquier otro menor. El desastre de Chernóbil, por tanto, tuvo efectos mínimos sobre los descendientes de los que vivieron el incidente nuclear.
Las explosiones en las centrales nucleares, además, emiten el denominado yodo-131, una forma del yodo que es radiactiva y que puede provocar cáncer de tiroides al provocar pequeñas y complejas fracturas en el ADN. La tiroides es la glándula que se situa en la parte anterior y superior de la tráquea y que segrega hormonas que influyen en el metabolismo y el crecimiento, además de ser el lugar donde se acumula el yodo de los alimentos que consumimos.
El accidente de Chernóbil liberó gran cantidad de yodo-131 y tanto la vegetación como la fauna se vieron afectadas. La leche de las vacas presentaba este componente. Esta situación hizo que la población tomara píldoras de yodo y así prevenir el cáncer de tiroides. No obstante, no repelían otros elementos radiactivos ni el efecto de la sustancia en otras partes del organismo.
Los estudios de los científicos confirmaron que la radiactividad del yodo-131 daña el ADN. El organismo de las personas afectadas presentaba alteraciones al fusionarse los genes y no desempeñar correctamente sus funciones.
La explosión del reactor de Chernóbil causó la muerte de 31 trabajadores y la radiación, aproximadamente, de unas 600.000 personas, además de las numerosas evacuaciones. La amenaza de un incidente similar levanta el temor en Europa. Lo que debe estar claro es que la energía nuclear, a pesar de poder desatar estos conflictos, resulta crucial para luchar contra el cambio climático.