Desde hace 20 años Vladimir Putin ejerce de contrapoder del imperio estadounidense gracias al poderío militar y armamentístico del que ha dotado a Rusia. A pesar de su debilidad económica (tiene un Producto Interior Bruto que no supera al de Italia) en comparación al gigante estadounidense o chino, el que antaño fuera agente de la agencia de espionaje del KGB no solo ha devuelto a su país el estatus de potencia mundial, tras la desintegración de la URSS y su colapso económico, sino que ha sabido acercarse, de diferente manera, a los cinco presidentes estadounidenses con los que se ha medido en los últimos años.
Desde sus inicios con Bill Clinton a las relaciones actuales con Joe Biden, Putin ha sido testigo de excepción de la historia norteamericana tras haber ejercido de homologo también con Bush, Obama y Trump. Y todo ello mientras no le temblaba el pulso a la hora de anexionarse Crimea, entrar en guerra con Chechenia o interferir en las elecciones presidenciales estadounidenses.
Por ello, casi se ve con normalidad que, durante la última conversación mantenida entre Biden y Putin, no faltaran la tensión habitual y las amenazas rusas en caso de que la OTAN y Estados Unidos intervengan militarmente en Ucrania, y la respuesta del presidente estadounidense recordando que "las cosas que no hicimos en 2014 estamos preparados para hacerlas ahora”.
Pero eso no es más que el penúltimo capítulo de una larga historia, entre Putin y los presidentes estadounidenses, que se inicia en la época de Bill Clinton. Este empezó su mandato con Boris Yeltsin en el Kremlin y acabó, cómo no, encontrándose con Putin tras la renuncia de su antecesor, a finales de 1999. Ya desde la primera cumbre entre ambos, Clinton intentó un acercamiento cordial llegando a elogiarlo en público y diciendo que lo veía capaz de construir un país “próspero y fuerte” mientras protegía “las libertades y el estado de derecho”, según sus propias declaraciones.
También George W. Bush cayó durante un tiempo bajo el embrujo del ruso, entrenado para ello durante los largos años que trabajó en el aparato del estado. Tras el primer encuentro entre ambos, en junio de 2001, el norteamericano señaló que pudo “percibir su alma: la de un hombre profundamente dedicado a su país (...). Lo considero un dirigente notable”. Esta relación les permitió la firma de un tratado de desarme estratégico y la colaboración en temas económicos, especialmente en el ámbito energético, pero la buena sintonía no fue suficiente para que Estados Unidos consiguiera cerrar el acuerdo antimisiles en el Este de Europa, lo que acabó abriendo una grieta entre Washington y Moscú.
La invasión estadounidense de Irak, en 2003, que fue condenada y denunciada públicamente por Rusia, profundizó esa fisura dando inicio a unas relaciones complicadas entre los dos países, durante varios años. El propio Barak Obama tardó poco en chocar con Putin, desde su llegada al poder en 2009. Exactamente desde la intervención rusa en la guerra de Siria, en 2012 y ya de forma más abierta en agosto de 2013, cuando Rusia decide dar asilo político a Edward Snowden, que había difundido secretos militares y políticos del país norteamericano. El trato entre ambos quedó definitivamente enturbiado tras la anexión rusa de Crimea, en 2014.
La llegada de Donald Trump a la presidencia, en 2017, tuvo lugar entre acusaciones de interferencias del gobierno ruso que, pocos días antes de las elecciones, difundió correos electrónicos robados a su rival Hillary Clinton, implicándola en varios delitos. A pesar de que la investigación del FBI probó su inocencia, Trump consiguió ganar las elecciones, no dudó en elogiar la actitud de su homólogo Putin y desacreditó al buró de inteligencia de su propio país. “Me gusta Putin y yo le gusto a él”, llegó a decir, dejando clara la corriente de admiración y simpatía que desde ese momento se profesaron ambos dirigentes.
Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, la situación se vuelve a enturbiar. El demócrata tardó poco en mostrar sus cartas, evidenciando que la influencia del Kremlin en Washington había terminado. Durante una entrevista a la cadena de televisión ABC, un par de meses después de asumir la presidencia, el mandatario estadounidense llegó a afirmar que consideraba a Vladimir Putin un "asesino" y que pagaría "las consecuencias”, tanto por la interferencia en las elecciones que ganó Trump en detrimento de la candidata demócrata, como por el envenenamiento y encarcelamiento del opositor ruso Alexéi Navalni.
Un año después, con la posible invasión de Ucrania de plena actualidad, la tensión continúa. Algo que se remonta a los tiempos de la Guerra Fría y a las relaciones entre Kennedy y Kruschev, Nixon y Ford con Brezhnev, o Reagan y George H.W. Bush con Gorbachov.
Fue con la llegada de este último y el colapso de la antigua URSS, cuando la tensión se relajó consiguiendo la firma de varios tratados para la prohibición del uso de misiles y la destrucción de armas en 1988, con Reagan en el poder por parte estadounidense. Pero fue la actitud absolutamente colaboracionista de Gorbachov la que dio lugar a reuniones cordiales, sin que mediaran siquiera asesores para ello, y al fin de la Guerra Fría entre ambos países, lo que ocurrió ya bajo la presidencia de George H. W. Bush.
A partir de ahí, con la posterior llegada de Boris Yeltsin al Kremlin y la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el Este, las relaciones volvieron a tensarse aunque aún bajo el acuerdo de reducción de los respectivos arsenales nucleares. Una época que ha continuado con Putin en el poder y que se ha mantenido desde hace dos décadas, con claros altibajos en las relaciones con los diferentes presidentes estadounidenses.