Hoy en día hay más de 13.000 armas nucleares, muchas de ellas en alerta máxima permanente, listas para ser lanzadas en un instante. Un simple error humano podría resultar en un lanzamiento accidental. Los posibles focos de tensión sobre Corea, Ucrania, la frontera entre India y Pakistán y el mar del sur de China podrían estallar en cualquier momento.
En la película 'Army of the Dead', de Zack Snyder, el Ejército estadounidense recala en Las Vegas para eliminar una plaga de zombis carnívoros. Y más de un personaje sobrevive a la explosión. Sin embargo, indica Daily Star, los científicos aseguran que recuperarse de un ataque nuclear es tan improbable como que los muertos se levanten de sus tumbas.
Shigeko Matsumoto, que era una niña pequeña en Nagasaki (Japón) cuando el avión bombardero Boeing B-29 Superfortress, bautizado como Enola Gay, lanzó la bomba atómica en la mañana del 9 de agosto de 1945, recordó los momentos posteriores a la explosión.
"Mientras estábamos sentados allí conmocionados y confundidos, la piel de muchas víctimas se desprendió de sus cuerpos y de sus rostros. Su cabello estaba quemado y se derrumbaban tan pronto como llegaban a la entrada del refugio antibombas, formando una enorme pila de cuerpos", explicó Matsumoto.
Las armas nucleares modernas son cientos de veces más poderosas que los primitivos dispositivos lanzados sobre Japón al final de la II Guerra Mundial. Un video producido por la Cruz Roja describe lo que sucedería si una sola bomba nuclear moderna golpeara una ciudad importante.
En la primera fase, una bola de plasma más caliente que el Sol aparecería cuando la bomba detonase, provocando casi instantáneamente un fuego de más de una milla (1,61 kilómetros) de ancho. Dentro de esa zona, todo el mundo desaparecería.
Entonces, un destello de luz, visible durante kilómetros, cegaría a todos los que lo presenciaran. Ello vendría acompañado de una densa ráfaga de calor que se extendería hasta ocho millas (12,87 kilómetros) en todas las direcciones, quemando árboles, edificios y personas a su paso.
"Todo en un área de unas 300 millas (unos 483 kilómetros) cuadradas que es capaz de arder, comienza a hacerlo", apunta el video de la Cruz Roja.
Daniel Parker investigó los efectos de la intensa radiación en la piel humana para el drama de Netflix 'Chernobyl': "Te derrites", indicó a The Guardian. "La piel simplemente se desliza. Simplemente se irá. Un día mueves el brazo y la piel se caerá", afirmó.
Al describir la radiación como la "peor manera de morir", Parker agrega que en las etapas posteriores los médicos ni siquiera pueden ofrecer ningún alivio del dolor porque no hay dónde colocar las inyecciones: "Las paredes de las venas se rompen", subraya.
Durante la segunda fase, comenzando unos segundos más tarde, un pulso electromagnético cerraría todas las comunicaciones a través de un área amplia. Mientras tanto, una onda de choque de aire sobrecalentado, comprimido por el calor inicial de la explosión, se expandiría más rápido que la velocidad del sonido, creando vientos huracanados.
Dentro de la primera media milla (0,80 kilómetros) más o menos, sólo los edificios más fuertes sobrevivirían. El resto se derrumbaría, aplastando a los ocupantes que hubieran logrado sobrevivir a la explosión inicial.
A más de 10 millas (16 kilómetros) de distancia, las personas estarían en riesgo de que la onda expansiva convirtiese sus ventanas en un millón de pequeños fragmentos de vidrio que despojarían la piel hasta los huesos.
Yasujiro Tanaka, que tenía tres años cuando la bomba atómica destruyó su casa en Nagasaki, describió cómo en la década de 1950 "mi madre comenzó a notar fragmentos de vidrio que crecían de su piel, escombros del día del bombardeo".
Pero la tercera fase es quizás la más inesperada. Estamos acostumbrados a creer que después de cualquier desastre, más pronto que tarde, las autoridades tomarán el control, llegarán las ambulancias y las cosas comenzarán a volver a la normalidad.
Pero una explosión nuclear es como "cada desastre natural a la vez", dice el video de la Cruz Roja. Tantos necesitarían tratamiento para quemaduras, cortes profundos de vidrio y otras lesiones que ni siquiera el sistema de salud más sofisticado sería capaz de hacer frente.
Miles de habitantes, atrapados y mutilados, morirían entre los escombros en las horas posteriores a la explosión. Incluso aquellos que hubieran encontrado refugio, todavía no estarían a salvo. Ahora comenzaría a caer una lluvia negra de polvo radiactivo. "Cada respiración lleva veneno a los pulmones de los sobrevivientes", explica el video. Muchos ciudadanos fallecerían en cuestión de días.
En las semanas, meses y años siguientes, muchos más morirían de leucemia y a causa de distintos tipos de cáncer.
Kunihiko Iida tenía tres años en agosto de 1945. Su casa estaba cerca del hipocentro de la detonación de la bomba atómica en la localidad japonesa de Hiroshima.
Increíblemente, la madre y la hermana mayor de Kunihiko sobrevivieron a la explosión inicial, pero murieron poco después de lesiones horribles. Kunihiko vivió, pero ha sufrido una cadena "ininterrumpida" de enfermedades a lo largo de su vida, que van desde el asma hasta el cáncer. Mientras que sus tumores cerebrales fueron extirpados con éxito, ahora sufre de crecimientos en su tiroides.
No hay, resalta el video, "ninguna manera de ayudar a las víctimas de un ataque nuclear". Es algo en lo que "ningún Gobierno quiere que pienses". Ninguna nación de la Tierra está preparada para hacer frente a un ataque de este calibre, pero entre los líderes mundiales la retórica nuclear es común.