Faltan dos semanas y esta vez más que nunca, la elección del presidente de la República en Italia es una decisión política. Cómo se desarrolla el ritual es importante para ciudadanos y políticos que lo viven con intensidad meses antes. Lo que ocurra el 24 de enero, y los días y semanas sucesivas, tiene una parte de inesperado y otra de ceremonial. La elección, lo dicen muchos expertos, es por todos los factores que influyen en ella particularmente enigmática.
No sirven encuestas, ni muchas veces tampoco una estrategia de marketing, serviría, en tal caso, como revela una fuente para este artículo, tomarse un café con cada uno de los 1009 electores que votarán a puerta cerrada, la prensa solo puede entrar por turnos, en la Cámara italiana, y preguntarles directamente con la suerte de que respondan ( y lo hagan con la verdad).
En esta fecha tan importante que elige el mayor cargo de la República italiana, donde lo jurídico y lo político se encuentran, podemos presenciar cualquier escenario en este final de mandato de Sergio Mattarella e inicio del próximo Presidente, que, si todo sigue su curso, tendrá un mandato de siete años. El poder de Mattarella ha crecido estos años de inestabilidad política en la que ha tenido que mover las cartas para varios gobiernos técnicos.
El contexto determina todo, cuanta más inestabilidad en los partidos, más relevante es el papel del presidente. El que en unas semanas tome posesión tendrá que hacer frente al momento histórico más fragmentado de la política italiana.
Se basa en las estrategias de los partidos y suelen ser candidatos que reúnan: un rol político no demasiado marcado, un papel también institucionalista y un gran conocimiento de los mecanismos del Estado. También es importante que sea una persona que goce de cierto reconocimiento público. No hay ningún nombre ahora mismo que reúna estas características de apoyo mayoritario, salvo el actual primer ministro Mario Draghi, pero su elección desmontaría el sistema de acuerdos que ahora mantiene el Gobierno y pondría al país en una situación más inestable si cabe con un adelanto (muy posible) de las elecciones.
Todas las cosas que podrían darse por descontadas en otra votación no son iguales en esta. Por ejemplo: el nombre que más suena no siempre tiene más posibilidades de salir elegido. Existe el término Bruciato (quemado) para aquellos nombres que han sido los más sonados y que por esa misma razón mueren de fama. Muchas veces depende de quién haya puesto tu candidatura encima de la mesa, su propia reputación puede hundirte.
En el 1955 Cesare Merzagora fue un quemado porque quien había dado su nombre era Amintore Fanfani, que tenía muchos enemigos tanto a derecha e izquierda. Así, puede darse también que el candidato presentado por gran líder de partido, en este caso Letta, Berlusconi o Renzi puede ser “quemado” solamente para dañar al partido dirigente.
Sobre el nombre del que hoy todos hablan, Mario Draghi, el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Siena y experto en Quirinal Luca Verzichelli dice: “Por primera vez desde 1948, tenemos ante nosotros un candidato de consenso que no es político. Todos aquellos que habían sido de un perfil técnico tenían, al menos, un vínculo político cuando fueron elegidos, si sale Draghi sería un acontecimiento único para el país. Querría decir que ante la inestabilidad política el debate está controlado por una persona tecnócrata”.