La elección del presidente de la República en Italia es un juego político que no puede compararse con casi nada de lo que ocurre en el país. Primero por importancia, es el mayor cargo al que se puede aspirar; después por las condiciones que lo propician y lo caracterizan, únicas, llenas de enrevesados rictus que determinan el cómo, el cuando y, lo más importante, el quién.
Desde hace meses recorren los pasillos de la política, también los cafés, nombres que, intencionadamente o no, acaban dominando al debate público. Parecen con más posibilidades, pero Gianluca Passarelli, experto en el Quirinal y profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de la Sapienza de Roma insiste que nada puede saberse, que la sorpresa que arroja el acontecimiento esquiva predicciones. “¿Mientras tanto? Tenemos unas pocas herramientas para poder decir alguna cosa”, explica. Barajamos sus posibilidades y el calendario de movimientos de las últimas semanas.
Mario Draghi, actual primer ministro de consenso y Silvio Berlusconi, cuatro veces premier y líder imbatible de Forza Italia, se llamaron el 24 de diciembre, como tantos otros “compañeros de trabajo”, para felicitarse con cordialidad estas fechas tan especiales. No se sabe si los dos grandes protagonistas de la política italiana del momento, llenan portadas y análisis en la prensa italiana, hablaron del tema central, el de la presidencia de la República, o si el tabú se mantuvo también con cordialidad. Lo que saben perfectamente, y de eso no cabe duda, según Passarelli, es que los próximos meses arrojan un escenario incierto. De lo que saquen los consensos de los partidos puede depender el futuro del país, la recuperación económica, la gestión de fondos de la UE y la reputación internacional. Pero las condiciones actuales producen un goteo constante de duda. “La política italiana nunca había estado tan fragmentada, ningún dirigente, ningún nombre propio como Draghi o Berlusconi, aunque les preguntases directamente podrían confirmarte nada. No hay ninguna homogeneidad entre los partidos, pero, aún más destacable y más anómalo, tampoco dentro de los mismos”, explica el experto. El voto secreto que caracteriza la votación abre un mundo de posibilidades a la traición. Los llamados francotiradores, parlamentarios que cambian su voto de forma inesperada, pueden dar la vuelta a la mesa.
El actual primer ministro de consenso, Mario Draghi, negó rotundamente todas las veces que fue preguntado en los últimos meses sobre su posible salto a la presidencia de la República sucediendo a Sergio Mattarella. Repetía y repetía que no, pero hace unos días sorprendió a todos en su discurso de valoración de final de año. Con su característica claridad en el discurso, sin dudar, explicó que había generado las condiciones para que el país siguiese su actual buena marcha aún con su ausencia. Se definió como “un hombre, o un abuelo, a disposición de las instituciones de su país”. A lo que viniese. Passarelli advierte: “La elección al Colle -así es como se le llama a este cargo político por encontrarse el palacio en la colina más alta de Roma- es siempre un teatro de acuerdos y ambiciones secretas. Draghi es el problema y la solución al mismo tiempo, por eso nadie tiene nada claro”.
¿A qué se refiere? Si él saltase al colle -así es como se le llama a este cargo político por encontrarse el palacio en la colina más alta de Roma- se generaría un vacío en su actual puesto, de primer ministro, y eso podría arrastrar problemas en bucle para el país. ¿Quién podría solucionarlo? Los expertos hablan de Berlusconi, pero no tanto como candidato, sino como hacedor político.
Berlusconi, por su parte, parece estar de nuevo en su hábitat natural, el campo político. Se mueve entre sus fieles, fuentes cercanas a su partido confiesan que está intentando recabar todos los acuerdos posibles, entre los suyos y los que no lo son. Hace números y llegaría, con un acuerdo de todo el bloque de derecha, en una cuarta votación, donde se rebajan los votos necesarios. “¿Pero qué escenario mostraría eso? Que existe un acuerdo de derechas también para un Gobierno, no solo para la presidencia, la derecha querría ir a elecciones inmediatamente y que Berlusconi fuese presidente desencadenaría una serie de episodios políticos que ahora Italia no puede permitirse”, explica.
El consenso que recoge Draghi supuso durante varios meses una apuesta segura para casi todos los partidos, tardaron poco en colocarle el nuevo cargo, la fama que cosechaba en el mundo y la reputación de la que goza eran una apuesta segura. Pero su salto al otro cargo abriría una brecha y un vacío -faltaría un primer ministro- y ese caos, o unas posibles elecciones, asustan a los partidos que han advertido en las últimas semanas que debería quedarse en su sitio. Su nombre, si saliese, desde luego sería el de todo el consenso o ninguno. Aquí llegan las dos posibles opciones para el experto Passarelli:
“Barajo solo dos opciones: una es Draghi o un bis de Mattarella, por las circunstancias difíciles que atraviesa el país. La segunda opción es cualquier otro nombre, porque verdaderamente esta elección es así. Podría salir cualquiera. Y es evidente que entre ellos aparece Berlusconi, tiene mucho…”, explica. “Pero claro, muchos dicen que no tendría por qué repetirse la misma fórmula de partidos que apoya a Draghi, pero no sé si sería sostenible en una política tan individualista”, dice.
Passarelli ve, así, dos grandes opciones. La primera es lo que llama “un candidato de gran consenso”, que llegaría con dos tercios de los votos y con un acuerdo trasversal de partidos. Ahí encajaría solo una repetición de Sergio Mattarella, que aguantaría hasta 2023 por “el bien del país” o Mario Draghi, cosechando un acuerdo muy similar al que lo llevó a ser primer ministro en febrero. “Fuera de esos dos, nadie cumple las condiciones del candidato de gran apoyo”, dice. La segunda es una opción abierta completamente. “Encajaría cualquier persona, por ejemplo un Berlusconi, pero el gran reto ahora de los parlamentarios es analizar el peso que tendrá en el equilibro del país su decisión. Pueden generar un huracán y tienen miedo. Quieren atar a Draghi pero moverlo de sitio puede ser peligroso”,dice.
La elección no se escapará al contexto de la pandemia, varios expertos anunciaban en las pasadas semanas cómo el contagio entre los parlamentarios votantes o los contactos estrechos puede suponer bajas en el día de la votación que podrían cambiar por completo el resultado. A la tradicional sorpresa política hay que añadirle el virus. En 75 años de elecciones ha ocurrido de todo, la política italiana esconde siempre un as en la manga con el que cambiarlo todo a todos. Esta vez no será menos.