Las tropas rusas habían comenzado a entrar en la capital de Ucrania cuando Vladimir Putin levantó el teléfono para hablar con el presidente chino, Xi Jinping. El gesto, más allá de ejemplificar la alianza entre Moscú y Pekín, refleja el dilema y las contradicciones a las que se enfrenta China como actor clave en el orden mundial en juego frente al liderazgo estadounidense y su manejo en el complicado equilibrio de la ambigüedad y el malabarismo retórico.
No fue casual que Putin reconociera la independencia de las separatistas provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk el día después de que concluyeran los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín. También esperó a que estos llegaran a su fin para lanzar su invasión. Precisamente, en la inauguración de esos Juegos (boicoteados por la diplomacia de varios países), los presidentes de Rusia y China escenificaron su alianza sellando un pacto "sin límites" frente a las potencias occidentales.
Durante su conversación telefónica con Putin el segundo día de la invasión, el líder chino apeló a "las negociaciones". Horas después, el gigante asiático se abstenía en la ONU ante una resolución contra la invasión rusa de Ucrania. Y aquí se presenta una de sus grandes paradojas. Pekín ha defendido las "preocupaciones de seguridad" manifestadas por Moscú por la expansión de la OTAN hacia el Este; pero también -días antes del ataque- había pedido respeto a la soberanía e integridad territorial de Ucrania. Ahora no condena la violación de esos principios por parte de su aliado. Y se suma a la narrativa de Putin, tras varias semanas en las que ha criticado a Washington por "exagerar" la amenaza rusa.
Mientras un país se derrumba por una guerra que desgarra a la población civil, los líderes de las grandes potencias -parapetados en la comodidad de sus atalayas- hacen cálculos. China debe elegir, pero no le interesan la confrontación y el caos. Tiene demasiado que perder si el conflicto se va de las manos. Quiere estabilidad para acrecentar su poder como superpotencia comercial, económica y tecnológica.
Es ese orden -que rompe su aliado- el que ha permitido al gigante asiático su milagro económico. Ahora vadea entre la disyuntiva de consolidar sus lazos con Moscú y no quebrar sus relaciones con la Unión Europea y Estados Unidos. No quiere pagar el precio de ser percibido como cómplice de la agresión rusa a la ex república soviética.
El principal socio comercial de Ucrania es China. El pasado enero, el presidente Xi envió un mensaje al ucraniano, Volodímir Zelenski, para conmemorar tres décadas de relaciones diplomáticas. A Pekín le gustaría mantener esos vínculos con Kiev, pero esa postura es difícil de sostener en su alineamiento con el Kremlin.
La Unión Europea y Estados Unidos han respondido a la invasión rusa de la ex república soviética con más sanciones. En este contexto, Pekín puede convertirse en salvavidas económico de Moscú. De momento, ya ha levantado las restricciones a la importación de trigo ruso, que representa más de una cuarta parte del suministro mundial.
La invasión rusa pone a China ante distintos espejos. Pekín suele jactarse de no interferir en los asuntos internos de otros países y apela que el resto no lo haga en los suyos. La invasión rusa de Ucrania contradice firmemente ese principio. El Partido Comunista chino no está dispuesto a que el mensaje plantee fisuras en la percepción de su población; por ello, se ha activado la maquinaria de la censura en redes sociales sobre la situación en Ucrania, según distintos medios internacionales.
En esta situación, Taiwán reaparece en el debate. Pekín considera que la isla autónoma es una provincia rebelde que debe unificarse con el continente. En Weibo (el Twitter chino) se suceden mensajes que abogan por la "recuperación" de Taiwán. Las autoridades chinas reciben las sanciones a Rusia como una pista de las represalias económicas a las que podría enfrentarse si diese un paso en ese sentido. Una de sus portavoces ha declarado que Pekín no cree que las sanciones "sean la mejor manera de resolver los problemas".
En su discurso propagandístico para justificar la ofensiva, Putin ha apelado a la liberación dentro de sus propias fronteras, pues siempre ha aplacado las demandas de tibetanos, uigures y otras minorías étnicas.
El conflicto en Ucrania se contextualiza en un marco más amplio: la rivalidad entre China y Estados Unidos y su lucha por el liderazgo global. A Pekín le tienta su ambición por sustituir a Washington en su rol de superpotencia dominante. China se encuentra en lo más alto en las prioridades de la política exterior norteamericana; una tensión cuyo foco puede verse desviado por la guerra en Ucrania. El régimen chino podría valorar el beneficio de que la mirada se concentre en ese punto caliente.
Durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín, Putin y Jinping criticaron en un comunicado la "negativa" influencia de Estados Unidos tanto en Europa como en el Asia-Pacífico. Los medios estatales chinos aseguraron que los dos países estaban "hombro con hombro en la defensa de la justicia en el mundo".
Pero conjugar el delirio imperialista del aliado Putin con el objetivo global de Pekín hace chirriar los goznes. La portavoz del Ministerio de Exteriores chino tuvo que responder a la pregunta de si lo que está pasando en Ucrania es una invasión con el débil recurso de que "el contexto histórico es complicado" y la situación actual está "causada por todo tipo de factores". El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, lo zanjó sin rodeos hace unos días: "Rusia y China son dos potencias autoritarias que están operando juntas".