Castillejos digiere en silencio su semana más triste
La ciudad fronteriza recobra la tranquilidad tras recibir a miles de personas procedentes de todo Marruecos
Continúa el goteo de autocares fletados para trasladar de vuelta a los jóvenes a casa
“Me parece muy mal lo que han hecho los dos gobiernos. Han jugado con la vida de las personas”, explica Karima, que es empleada de un hotel en Castillejos. “Yo soy madre, y sé lo que es que tus hijos estén al otro lado de una frontera, porque me ha ocurrido a mí, y es un dolor muy grande”, confiesa a NIUS. La ciudad fronteriza con Ceuta, de casi 80.000 habitantes, vuelve a una tensa normalidad, tras convertirse durante esta semana en la última etapa marroquí en el camino hacia el sueño de miles de muchachos de alcanzar la ciudad española. Tras la devolución de hasta 7.000 de las 8.000 personas que entraron en Ceuta, Castillejos también ha sido el epicentro de una frustración que la sociedades de esta región de Tánger-Tetuán-Alhucemas y del conjunto de Marruecos tratan de asimilar más allá de las querellas políticas en las moquetas de Rabat y Madrid, de las que se sienten víctimas.
Castillejos, fundada por los españoles en 1934 y parte de la prefectura de Ceuta hasta el 56, no es lo que se dice un lugar hermoso. Este sábado, como ocurrió el viernes y el jueves, el goteo de autobuses, destartalados y relucientes, pequeños o grandes, ha sido continuo para recoger a jóvenes antes de trasladarlos a casa en los cuatro puntos cardinales de Marruecos. Entretanto, el resto de la ciudad vive ya nuevamente en la nueva normalidad imperante desde que Rabat decidiera poner fin al contrabando con Ceuta en diciembre de 2019 y cerrara tres meses más tarde la frontera para luchar contra la propagación de la pandemia.
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Autobuses fletados para llevarlos a casa
Desde el jueves no es posible acceder a pie a la carretera que une la rotonda de Bab Sebta –la Puerta de Ceuta- con el puesto fronterizo entre Marruecos y la ciudad española. Los buses hacen siempre el mismo recorrido: procedentes del centro de la ciudad o de la cornisa costera, llegan al inicio de la carretera, circulan hasta la verja y regresan cargados de muchachos. El final del paseo Hasán II de Castillejos, con su rambla seca, sus farolas azules y blancas y su playa de arena negra lucen día y noche igual de desiertos.
La Policía y las fuerzas auxiliares marroquíes están siempre atentas para impedir que se formen grupos de jóvenes. Después de los choques registrados en la noche del miércoles, con lanzamientos de piedras, fuegos y carreras por este barrio poligonal de Cerámica –o Serámica, más acorde a la pronunciación marroquí del nombre-, las fuerzas del orden no quieren más sobresaltos. Si bien en la noche del miércoles tuvieron que emplearse con contundencia, en general se aproximan a los muchachos para, de forma pedagógica, disuadirlos de que no tiene sentido de que sigan en Castillejos. Después de alimentarles el sueño, ahora les toca convencerlos de que no tiene sentido que sigan por aquí más tiempo.
Rachid es un niño de ojos grandes y aplomo en la mirada, que tiene gestos que delatan una madurez temprana y forzosa. Está recostado en la parte de atrás de un gran taxi que hace el camino entre Castillejos y Tetuán. No le quedan demasiadas ganas de hablar, aunque el periodista le inquiere por la peripecia. “Dice que está muy cansado y quiere dormir. Se vino con otros compañeros de clase y lleva dos días sin dormir”, explica Aicha, también compañera de ruta, a NIUS. “Es bueno en la escuela, me ha contado que saca buenas notas y le estoy diciendo que tiene que volver cuanto antes. Es de un pueblo de la montaña del Rif, cerca de Chefchauen”, nos traduce la mujer.
“A Marruecos no le importan sus jóvenes ni a España los que no son suyos, aunque como país de la UE pretenda mostrar una buena imagen. A los únicos que les importa es a las ONG”, asevera a NIUS Nour Bendaamouch, quien, en 2006, entró a los nueve años de edad en Melilla junto a su hermano de una manera parecida a como miles de chavales se colaron en Ceuta a comienzos de semana. Hoy es educador social y ayuda en Jerez de la Frontera a otros chicos que, como él, fueron menores extranjeros no tutelados en nuestro país durante muchos años.
“Hay que tener claro que cuando hablamos de este tipo de inmigración no nos referimos a una sola cosa. Hay muchos tipos de perfiles: los chicos que van a probar suerte, quienes simplemente en vez de ir ese día a la escuela se acercaron hasta aquí a intentarlo al correrse la voz, los que tienen la aprobación de sus padres, los chavales que quieren vivir en una sociedad más abierta y libre que aquí, etcétera”, precisa Bendaamouch. “Luego están los subsaharianos que vienen en mucho peor situación que los marroquíes”, precisa este joven natural de la ciudad de Nador.
“Los padres no son capaces de oponerse”
“De lo que estoy seguro es de que esos padres conocen perfectamente lo que van a hacer sus hijos y no son capaces de oponerse a que lo intenten. Muy pocos padres les dicen que no se marchen. Emprenden el camino con o sin la aprobación de sus padres”, explica Bendaamouch a NIUS. “Hay otros que han invertido siete u ocho mil euros en pagarles la travesía a sus hijos, por los que puedes imaginarte de lo conscientes que son de lo que van a hacer”, relata.
“Obviamente que luego sus padres siempre se alegran de verlos regresar y muchos también están contentos de que sus hijos se den cuenta de que aquello no era tan bonito como lo imaginaban. Porque los chavales no son conscientes del racismo que se van a encontrar en Ceuta y Melilla. Son ciudades multiculturales pero parece que por eso cada comunidad se ha radicalizado”, asevera. El joven es consciente de que su exitoso caso no es mayoritario y da cuenta con crudeza de la realidad que viven personas como él en Marruecos y España. “Al final los que más sufren son los propios niños, como ha pasado estos días”, remata.
La frontera entre Ceuta y Marruecos fue también oportunidad y drama para Karima. “Yo trabajaba en un hotel en la ciudad. Allí tengo muchos primos trabajando y viviendo desde hace muchos años. Yo vivo con mis dos hijos viven en el pueblo de Belyounech, enfrente del islote Perejil, donde antes que la tele y la radio marroquíes yo veía y escuchaba la española. Cuando se cerró la frontera en marzo del año pasado, me quedé atrapada. Aunque perdía el trabajo, no podía dejar a mis niño solos”, relata. “Y un día me tiré al agua para cruzar nadando, por eso he entendido a estos muchachos. Los de la Guardia Civil me vieron y me gritaron desde su puesto qué estaba haciendo. Cuando les expliqué me dieron ánimo. Lo entendieron porque me conocen de haber pasado tantas veces aquella frontera de Benzú”, explica a NIUS esta vecina de Castillejos.
Entretanto, lejos de aquí, en Rabat, es el turno este sábado del primer ministro marroquí, Saadeddine El Othmani, de expresar su opinión sobre lo sucedido esta semana. El político del islamista PJD pedía a España “un discurso claro” sobre la integridad territorial marroquí en una reunión con miembros de su partido. En Castillejos, cuando comienza a caer la tarde, dos jóvenes escuchan desde su teléfono móvil en la terraza de un café a un delantero del Atlético de Madrid en un español atropellado. Está eufórico: han ganado la Liga. Y los muchachos sonríen.