“Me preguntaba si habrías recibido mi carta y cuando recibí tu respuesta me sentí el hombre más afortunado del mundo —le escribió el soldado Peter Walker escribió a su novia Phyll en diciembre de 1940 desde la India en respuesta a otra carta en la que ella aceptaba casarse con él—. Si me hubieran visto mis compañeros pensarían que me había vuelto loco. Leí la carta tumbado en la cama y empecé a gritar de alegría, a reír, a cantar. Tendrías que haberme visto”. Esta carta nunca tocó las manos de Phyll. Es una de los miles de misivas que se hundieron a bordo del carguero británico SS Gairsoppa el 16 de febrero de 1941.
El Gairsoppa había partido en diciembre del puerto de Calcuta, en la India, cargado con miles de sacos de correos, suficiente té como para sostener al 65 por ciento de la población británica durante una semana y 109 toneladas de plata para financiar la guerra de los británicos. Reino Unido estaba inmiscuido en la Segunda Guerra Mundial y el país estaba siendo bombardeado y arrasado por la aviación nazi a diario en los llamados Blitz. El barco, que iba a vapor, se había unido a un convoy con otros cargueros a su paso por Freetown, en Sierra Leona, en el sudoeste de África. Se dirigía a Liverpool y cuando estaba acercándose a la isla de Irlanda se quedó sin carbón, se separó del convoy y se dirigió a Gallway para recargar combustible, pero fue detectado por el submarino alemán U-101, que lo alcanzó con un misil.
Se hundió en apenas veinte minutos. Ochenta y cinco de los ochenta y seis tripulantes murieron ahogados. El misil partió por la mitad el barco, que empezó a hundirse. Desesperados, los marineros lanzaron al mar los botes salvavidas y saltaron al agua para subirse a ellos mientras los alemanes, desde el submarino, les ametrallaban. Solo un bote logró escapar al ataque. En él iban treinta y un tripulantes, de los que seis eran británicos y el resto marinos indios conocidos como lascares. Estaban a quinientos kilómetros de la costa. Pasaron tempestades. No tenían alimentos ni agua. Cuando el bote fue divisado por tres muchachas desde la costa irlandesa de Galway, solo había un hombre vivo, el segundo oficial Richard Ayres, el único superviviente.
El Gairsoppa fue encontrado en 2011 a 4.700 metros de profundidad, más abajo incluso que el Titanic, y a 480 kilómetros al suroeste de la costa de Galway, en el Océano Atlántico, por la firma cazatesoros de exploración marina Odyssey en 2011. El gobierno británico los autorizó a cambio de quedarse con el 20 por ciento del botín. El 80 por ciento restante se lo quedó Odyssey. Encontraron 109 toneladas de plata en lingotes, el doble de lo esperado, con un precio estimado de unos 175 millones de euros.
Odyssey había estado en el centro de la polémica con anterioridad cuando encontró, en 2007, el tesoro de la fragata española Nuestra Señora de la Mercedes, hundido por la Armada británica en la batalla del Cabo de Santa María entre españoles y británicos en 1804. Encontraron 590.000 monedas de oro y plata, valoradas en 415 millones de euros en el pecio del navío. Habían recibido la autorización del gobierno español, pero no les habían precisado que el motivo era encontrar el tesoro del Mercedes. Se llevaron el botín a los Estados Unidos. El gobierno español denunció a Odyssey. Se inició un larguísimo juicio en Estados Unidos que terminó en 2012 con el juez obligando a Odyssey a entregar el tesoro al gobierno español.
Además de la plata, el Gairsoppa iba cargado con decenas de sacos llenos de correspondencia, miles de misivas de las cuales pudieron salvar unos cientos, concretamente 717. La mayoría permanecieron casi intactas porque habían sido selladas dentro de la bodega bajo toneladas de bolsas de correo y sedimentos, protegidas de la luz, las corrientes, el calor y el oxígeno. Según los restauradores, en un entorno anaeróbico la corrosión se detiene. Fueron entregadas al Museo Postal de Londres y mostradas en la exposición ‘Voices from the Deep’ (voces desde el fondo). Los restauradores han conseguido rehacer un centenar de cartas dañadas tras un minucioso proceso químico que ha durado años, mediante un proceso de liofilización, que consiste en congelar el papel a muy baja temperatura y muy rápido para evitar que se formen cristales de hielo y después someterlo a un proceso de vacío para que el agua se evapore sin pasar a estado líquido. La correspondencia reconstruida ha sido publicada ahora.
Esa correspondencia era enviada por soldados, hombres de negocios, misioneros, residentes británicos que se encontraban en la India y en aquella parte de Asia y que se querían comunicar con sus familias y con sus seres queridos en Gran Bretaña. Muestra cómo se informaban los ciudadanos en aquella época, en plena Segunda Guerra Mundial. La incertidumbre que había, el miedo. De alguna manera estas cartas se han convertido en una pequeña ventana para contemplar la intimidad de las familias en aquellos tiempos de guerra y de odio. ¿A qué se sujetan las personas en tiempos de destrucción absoluta? El contenido es cautivador, captura pedazos de vidas.
Algunas son cartas de amor y de cariño. “Imagina tener mis labios apretados contra los tuyos con mis brazos alrededor tuyo… espero que esta sangrienta guerra termine pronto”, escribió un soldado estacionado en la región británico-india de Waziristán, ahora parte de Pakistán, a su novia. Waziristán, entre India y Pakistán, era entonces parte del Imperio Británico y el Reino Unido estaba luchando junto a las fuerzas indias para frenar una sublevación independentista de las tribus locales. Muchas misivas escritas por soldados mostraban la dureza de los combates, como la que escribió Rupert Searle, del primer regimiento de Devonshire, a su hermana Beth, desde el Hospital Militar Británico en Rawalpindi. Casi muere después de sufrir una gangrena en la pierna y tuvo que someterse a una operación extenuante. “Tuvieron que quitarme ciento cincuenta cortes pequeños de mi pierna buena y cortarme la mala. Dijeron que lo máximo que viviría eran dos días. Tuve que luchar, la segunda noche fue muy incierta, pero al final gané”, decía.
“Tengo una fotografía del ‘Madrás Mail’ abierta delante de mí donde se muestran los terribles bombardeos sobre Inglaterra —escribió Gladys Clapp a sus padres en Inglaterra 28 de noviembre de 1940. Londres estaba siendo bombardeada por los aviones nazis en los Blitz y la única forma que tenían de informarse entonces era por los diarios internacionales. La idea que se tenía era muy vaga—. Oh cómo de nerviosa me siento por vuestra seguridad y rezo cada día para que estéis seguros y para que estéis bien. Escribo esta carta delante de la ventana con un cielo azul y los rayos del sol, tranquila y calmada. Oh cómo desearía que vosotros también tuvierais esta sensación. Sé que el mar es peligroso también, pero es mejor que no saber cuándo te van a bombardear”.
“Puedes estar segura de que mami te enviará de vuelta a Wycombe [donde vivían] tan pronto sea posible. Mientras tanto debemos hacer las cosas lo mejor posible: esta guerra ha destrozado los sueños y el modo de vida de la mayoría de la gente, ¡incluido el mío!”, le contaba un padre a su hija Pam el 1 de diciembre. La carta estaba dirigida a un hotel de Torquay donde habían evacuado a los ciudadanos de los pueblos de los alrededores. También escribió una carta a su hijo Michael, adjuntándole sellos de todas partes, diciéndole que “en tu última carta has mejorado mucho tu letra, bien hecho, mantente así y trata de mejorar tu deletreo”.