Australia, de la envidia a la desesperación en tiempos de Covid
Alrededor de 11 millones de australianos, casi la mitad de la población, están confinados en sus hogares
La variante delta provoca 300 contagios mientras el ritmo de vacunación es extremadamente lento
Menos de un 5% de los habitante en Australia están vacunados, un 30% menos que España
Australia supo capear el temporal durante los peores momentos de la pandemia mientras el resto del mundo vivía una realidad desoladora. Un cúmulo de buenas decisiones (cierre rápido de las fronteras, mecanismos de rastreo de contagios eficientes y test gratuitos) la colocaron como una de las naciones que mejor lidiaron con el Covid-19 junto a países como Nueva Zelanda, Taiwán o Singapur. De los casi cuatro millones de fallecidos y 181 millones de personas contagiadas en el planeta, tan solo se registraron 910 muertes y menos de 31.000 casos positivos dentro de sus fronteras. Las cifras hablan por sí solas y confirman el éxito de la gestión. Sin embargo, en esta nueva fase de la pandemia, Australia ha pasado de ser la envidia mundial a fracasar estrepitosamente: la campaña de vacunación está siendo un desastre y la variante delta ya está entre la población.
Alrededor de 11 millones de australianos, casi la mitad de la población, están confinados en sus hogares después de que se hayan detectado en torno a 300 casos de la variante india en diferentes puntos del país. Un total de 20 millones viven bajo algún tipo de restricción. Al igual que ha sucedido con otros rebrotes, el criticado sistema de cuarentena al que se someten los viajeros australianos que regresan del extranjero ha vuelto a propiciar nuevos contagios. Aquellos que regresan deben permanecer 14 días en una habitación de hotel y los errores humanos suelen pasar factura, sobre todo si el personal que trabaja ante tal exposición al virus no está vacunada en un contexto de alta transmisibilidad de la nueva cepa.
MÁS
Confinamientos masivos
Hay dos casos que han condicionado a todo el país. Por un lado, un conductor de 60 años de edad que se contagió mientras transportaba a la tripulación de una compañía aérea en Sídney, y por otro, un minero que se infectó mientras hacía la cuarentena en un hotel. El primero afirmó que no había recibido la vacuna por miedo (le tocaba AstraZeneca) y que no se puso mascarilla porque no era obligatorio; el segundo viajó a diferentes ciudades antes de acudir a la mina ubicada en el Territorio del Norte.
Cuando se detectó su contagio, 900 trabajadores considerados como casos estrechos ya se habían repartido por todo el país. Una serie de eventos tildados de ‘super-contagios’ como el sucedido en una fiesta de cumpleaños en Sídney ha demostrado que solamente aquellas personas que han recibido la vacuna se han librado del Covid-19. La postura ante esta realidad es categórica: si hay que confinar a dos millones de personas por tres casos -tal y como ha sucedido en Australia Occidental- no hay pulso que tiemble.
Los gobernantes estatales están perdiendo la paciencia.
Una de las consecuencias de estas medidas es la división entre los Gobiernos estatales y el federal, que es cada vez mayor y más pública. Son los Estados los que toman la decisión de aplicar restricciones a sus ciudadanos y los que afrontan los gastos derivados de las ayudas a los negocios afectados, mientras que la Administración central del primer ministro, Scott Morrison, se encarga del proceso de vacunación. Los gobernantes estatales están perdiendo la paciencia. En este momento, Australia es el último país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en la lista de población vacunada. Menos de un 5% de sus ciudadanos han recibido ambas dosis, un 55 por ciento menos que Israel, un 40% menos que Reino Unido o Estados Unidos o un 30% menos que España.
Y Morrison echa balones fuera: “La culpa de los confinamientos y de las restricciones son del virus, de la pandemia”. Hay otros factores que ha pasado por alto, según varios expertos. “Todas las decisiones que se han tomado son incorrectas”, señala el Dr. Stephen Duckett, miembro del Instituto Grattan. “Desde el comienzo, las opciones de diferentes farmacéuticas con respecto a la vacuna eran muy reducidas. Australia depende de Pfizer para la mayoría de la población y se ha invertido poco en sus dosis. Ha existido una relajación institucional debido a que ha sido una nación básicamente libre de Covid”, agrega.
Esta relajación ha hecho que el sentimiento de urgencia de otros países al respecto de las inoculaciones no haya existido en Australia. El argumento que el Gobierno ha repetido hasta la saciedad es que había que hacerlo “tranquilamente y bien”. Pero eso no ha convencido a los expertos, a los responsables estatales y a buena parte de la ciudadanía. La realidad es que la campaña de vacunación ha estado plagada de mentiras (se ha repetido en numerosas ocasiones que se estaba cumpliendo con creces los tiempos cuando no era verdad), se han descuidado las prioridades (un gran número de trabajadores en centros de mayores o relacionados con los hoteles de cuarentena aún no están vacunados) y ha primado el desconcierto (después meses afirmando que la vacuna de AstraZeneca no debe aplicarse a los menores de 60 años, este lunes Morrison anunció en contra de las recomendaciones sanitarias que los australianos mayores de 18 años podían recibirla).
Enfado y restricciones de libertades
La ansiada urgencia ha aparecido aunque el descontento generalizado es mayúsculo: ¿Cómo es posible que un 80% de la población australiana sufra restricciones mientras el resto del mundo llevan casi siete meses inmunizando a sus ciudadanos?
Hay quórum en la respuesta: por la complacencia derivada de la baja incidencia del virus, por la dependencia en AstraZeneca (Australia apostó por ella) la vacuna que más miedo genera por los casos confirmados de trombosis en los menores de 60 años y por la falta de un plan b (el Gobierno llegó tarde a las negociaciones de otras alternativas como Pfizer).
El proceso es lento y no sólo sufren los ciudadanos y los negocios que no facturan durante este nuevo confinamiento, el sector turístico y las empresas que dependen de la mano de obra internacional están perdiendo la paciencia con el exhaustivo cierre de fronteras desde hace más de un año. La ciudadanía ansía un nivel de protección contra el virus que aún no tiene y espera que este nuevo capítulo de la variante delta sirva para acelerar el proceso de inmunización.
Hasta que eso no suceda, Australia corre el riesgo de tirar por la borda su éxito durante buena parte de la pandemia.