Este 11 de septiembre se cumplen 20 años de los terribles atentados terroristas en las Torres Gemelas de Nueva YorkNueva York; un suceso que conmocionó al mundo y que dejó dolorosísimas imágenes que nunca serán olvidadas y que sumieron a todos en un profundo duelo. Los ataques de Al Qaeda, que secuestraron aviones comerciales para estrellarlos contra sus objetivos en el World Trade Center, en pleno corazón de Manhattan, causaron la muerte de 2.977 personas.
Desde ese momento; desde ese aciago instante, Ali Soufan, un hombre que entonces era agente especial del FBI, vive atrapado en el pensamiento de que todo pudo haberse evitado. Y lo cree con conocimiento de causa, porque sostiene que con anterioridad a que los terroristas perpetraran su ataque había pedido a la CIA información sobre ellos en el marco de su investigación sobre otro cruel ataque. Sin embargo, la propia CIA rehusaba de compartir esos datos, y la información llegó demasiado tarde, cuando el 11-S ya se había convertido en uno de los sucesos más terroríficos de nuestra historia.
Ali Soufan, nacido en Beirut, en Líbano, es un experto en lucha antiterrorista y conocía bien a Al Qaeda. Tras llegar a Estados Unidos siendo un adolescente se graduó en Ciencias Políticas en la Universidad de Mansfield en Pensilvania, y de allí soñaba con proseguir sus estudios en ese campo hasta que lo que parecía una simple apuesta con los amigos le llevó nada más y nada menos que a terminar recalando en el FBI. Entre los integrantes de la prestigiosa agencia federal, en Nueva York era el único que hablaba árabe, y pronto, desde que se incorporase en la oficina en 1997, comenzó su trabajo rastreando y monitoreando redes yihadistas, algo que pronto le llevaría a darse de bruces directamente con Al Qaeda; máxime después de la fetua de Bin Laden por la cual, en 1998, declaraba la ‘guerra santa’ a Estados Unidos.
En ese año, EEUU sufría dos ataques simultáneos en dos embajadas: en Nairobi, Kenia, y en Dar es Salaam, Tanzania.
Para entonces, –como recoge Lawrence Wright en un artículo de 2006 en el medio ‘ The New Yorker’, haciéndose eco de su historia bajo el titular ‘¿La CIA impidió que un detective del FBI previniera el 11 de septiembre?–, ‘Ali Soufan ya despuntaba en sus informes y sus investigaciones antiterroristas y su talento no pasó desapercibido para el Jefe de la División de Seguridad Nacional del FBI, John O’Neill, quien dio cuenta a los supervisores de su trabajo y le encomendó a una misión de gran relevancia: ser el investigador principal del ataque terrorista suicida que tuvo lugar en Yemen el 12 de octubre del 2.000; el atentado contra el buque de guerra USS Cole. Lo perpetró una célula de Al Qaeda y provocó la muerte de 17 marineros, además de 39 heridos. Fue entonces cuando de forma exhaustiva reunió las evidencias iniciales que vincularían los atentados con Osama Bin Laden y cuando, espoleado por O’Neill, comenzaría a seguir sus pasos, convirtiéndose en un agente especial indispensable y de un enorme valor, dado que su método, su talento y sus habilidades lingüísticas (solo ocho miembros del FBI en todo el país hablaban árabe y era el único en Nueva York), lo hacían clave para intentar comprender a Al Qaeda, organización de la que muy poco se conocía antes de sus ataques a las embajadas. Dicho en palabras de O’Neill, que se había unido al FBI 25 años antes y que fue uno de los directivos que supo ver desde muy pronto la peligrosidad de la banda liderada por Bin Laden, Soufan era un “tesoro nacional”, de suma valía en la lucha contra los terroristas a pesar de su juventud, como recoge Wright en ‘The New Yorker’.
Hoy, distintos medios estadounidenses han llegado a señalar, de hecho, que Soufan pudo ser, sin saberlo entonces, ‘la mejor oportunidad de EEUU para detener los ataques del 11S’. Fundamentalmente, porque sus trabajos dieron resultado y las investigaciones sobre el atentado al USS Cole, en efecto, condujeron a Al Quaeda y a varios de sus hombres importantes entre sus filas. Uno de ellos, Khallad, un nombre que Soufan ya había escuchado antes y que no olvidaría porque hacía alusión a un hombre de una sola pierna que era uno de los principales lugartenientes de Bin Laden. Junto a él, pronto descubrió otros vínculos importantes que relacionaron el USS Cole con los hombres de Bin Laden. El problema es que para llevar a cabo exitosamente los interrogatorios que necesitaba efectuar en Yemen, así como para obtener información de Inteligencia, precisaba de la cooperación con una CIA que recelaba y, más allá de ciertos roces burocráticos con el FBI, contaba en su equipo con algunos miembros que no terminaban de ver con buenos ojos cómo Soufan, un hombre musulmán llegado desde Líbano, se abría paso con éxito. Lejos de ayudar con presteza, se considera que llegaron a entorpecer y ralentizar su trabajo, el cual podía haber conducido a los terroristas del 11S si se hubiera actuado de otra manera, según señalan distintos medios. De hecho, en este contexto, según refiere el The New Yorker, tanto O’Neill como él pudieron comprobar en paralelo que algunos servicios de seguridad en Yemen llegaban incluso a simpatizar con los yihadistas.
Soufan intentó en repetidas ocasiones que la CIA le brindase información sobre Khallad, pero en múltiples ocasiones contestaron que no podían ayudarlo. Al parecer, no era así. Tenían información sobre él y sus vínculos, pero esos roces en el terreno burocrático y sus distintos intereses en el manejo de los datos de inteligencia, derivaron en que no actuasen con la cooperación que deberían haber mantenido. Si las solicitudes que realizó Soufan hubiesen sido atendidas, habría llegado al conocimiento de una célula de Al Qaeda que estaba ya formándose en el seno de EEUU. Sin embargo, como apunta Wright en The New Yorker, la CIA se guardó la información, y en múltiples ocasiones.
Ya en 1998, el propio FBI tuvo acceso al número de teléfono en Yemen que se usaba a modo de centralita virtual para la red terrorista. En los bombardeos en Kenia y Tanzania llamaron a ese número antes de los ataques, e incluso Bin Laden también lo hizo. Pertenecía al yihadista Ahmed al-Hada, y registrando todas las llamadas realizadas desde y hacia ese número los investigadores crearon una especie de mapa de la organización de Al Qaeda. De hecho, monitorizaron la línea en cuanto la descubrieron, pero era la CIA la organización principal para la recopilación de inteligencia extranjera y, en consecuencia, tenía jurisdicción sobre esas conversaciones en el teléfono. Ahí, también erraron a la hora de proporcionar información al FBI, y precisamente en algunas de esas llamadas de Ahmed al-Hada llegaron a conocer el nombre de otros dos terroristas. Eran ciudadanos saudíes y la CIA, en lugar de compartir la información con FBI se la comunicó a las autoridades saudíes. Uno de ellos tenía una visa estadounidense, pero el hecho de no notificarlo evitó que le incluyeran en una lista de vigilancia terrorista que habría podido impedir su posterior entrada en Estados Unidos. La CIA, en su lugar, actuó preservando sus datos de Inteligencia. Temían el enjuiciamiento del FBI y que sus relaciones con los servicios extranjeros se viesen comprometidas, dado que, según medios estadounidenses, trabajaban desesperadamente para intentar reclutar a alguien que estuviese directamente en el seno de Al Qaeda. Por eso, hay distintas teorías al respecto de por qué actuaron de esa manera: la de quien considera que estaban tan centrados en proteger su Inteligencia y seguir su cauces que no se percataron de la gravedad de no actuar de forma completamente conjunta, y la de quienes llegan a pensar que la CIA podría incluso haber estado protegiendo operaciones en el extranjero temiendo que el FBI lo denunciara o perjudicase.
Así, de error en error, también fallaron en una reunión celebrada un año antes de los atentados en Malasia. De haberla vigilado y escuchado, se cree que se podrían haber descubierto parte del entramado que llevo a los dramáticos atentados del 11S. Cuando todos reaccionaron ya era tarde, y Al Qaeda ya estaba en EEUU. Aunque ya estaban en terreno del FBI, el terrorismo les había golpeado.
En 20021, John O’Neill se fue del FBI para incorporarse al sector privado y ser jefe de seguridad en las Torres Gemelas, donde el fatal destino le llevaría a ser una entre las casi 3.000 víctimas mortales de los atentados en el World Trade Center.
Ali Soufan se enteró de los ataques desde Yemen, donde estaba realizando una misión. Lo recuerda como “el momento más doloros de su vida”. Poco después del 11S, recibió un sobre con información vinculada a aquellas solicitudes que tiempo atrás, durante casi un año en el marco de su investigación sobre el USS Cole, había hecho a la CIA.
Con ello ya en su poder, se percató del vínculo entre los ataques al buque de guerra el 12 de octubre del 2000 y los del 11 de septiembre de 2001. Por eso, desde entonces, le asola y le persigue un pensamiento: ‘¿Los atentados del 11S podrían haberse evitado?’