Jimmy Carter cumple 100 años este martes. Es el primero de los expresidentes de EEUU que alcanza esa edad, después de toda una vida dedicada a la resolución de conflictos y a la mediación internacional, tras su breve paso por la Casa Blanca (1977-1981), marcado principalmente por la devastadora crisis económica que no puedo contener.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha calificado este martes a Carter como una "fuerza moral" que no solo mueve a la nación estadounidense sino también a todo el mundo. "Una voz de coraje, convicción, compasión y, sobre todo, un amigo querido", ha dicho en un mensaje televisado.
En 1982, el expresidente fundó el Centro Carter y desde entonces ha impulsado misiones de observación internacional en varios países con antecedentes de elecciones fraudulentas, así como a involucrarse en la mediación de disputas entre Washington y otros actores, como el norcoreano Kim Il Sung y el libio Muamar Gadafi.
Su legado internacional le hizo obtener el Nobel de la Paz en 2002. El Comité Noruego tuvo en cuenta los "incasables esfuerzos para encontrar soluciones pacíficas y hacer avanzar la democracia y los Derechos Humanos" de un Carter que dijo de sí mismo que había sido mejor como expresidente que como presidente.
Y es que Carter accedió a la Casa Blanca en un momento en el que Estados Unidos padecía una de sus peores crisis económicas de los últimos tiempos, tras imponerse de manera ajustada al republicano Gerald Ford, otro de aquellos presidentes que no gozó de la aprobación del público durante su abrupto y también corto mandato.
Nada más asumir el cargo, impulsó una serie de iniciativas para sacar al país de la recesión a través de la llamada Ley de Asignaciones de Estímulo Económico, a la postre ineficaz: a pesar de la disminución del índice de desempleo, el aumento del coste de la vida por el repunte de los precios del petróleo acabaron por fagocitar cualquier tipo de iniciativa adicional de su administración.
También desreguló parcialmente las industrias de aerolíneas, ferrocarriles y camiones y estableció los departamentos de Educación y Energía, así como la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias.
Designó grandes terrenos en Alaska como parques nacionales o refugios de vida silvestre, nombró a un número récord de mujeres y minorías raciales para puestos federales y, aunque nunca consiguió colocar una nominación al Tribunal Supremo, sí elevó a la abogada por los derechos civiles Ruth Bader Ginsburg a la segunda corte más alta de la nación, con vistas a su ascenso definitivo en 1993.
Nada de esto acabó importando a los votantes norteamericanos a finales de 1980. La inflación acabó disparándose a los dobles dígitos, y solo hizo falta un fracaso adicional, esta vez en política exterior, para dar la puntilla a su mandato. Su hora más sombría llegó cuando ocho estadounidenses murieron en un rescate fallido de rehenes en Teherán, en abril de 1980, lo que terminó por consolidar su aplastante derrota contra su rival republicano, Ronald Reagan.
Que precisamente una crisis internacional terminara de tumbar sus aspiraciones a la reelección contrasta con los éxitos alcanzados en este ámbito durante su mandato, como los tratados sobre el Canal de Panamá, los Acuerdos de paz de Camp David --tratado de paz entre Egipto e Israel--, el tratado SALT II con la URSS y el establecimiento de relaciones diplomáticas con China.
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