Ravensbrück, el campo de concentración nazi donde violar era rutina

Fermina Cañaveras, licenciada en Geografía e Historia, se topó con esta historia mientras preparaba su trabajo de fin de carrera, enfocado en la clandestinidad del Partido Comunista en Madrid. Fue Carmen, una de las militantes a las que entrevistó, quien le contó la historia de Ravensbrück. Al final la odisea de testimonios acabó en El barracón de las mujeres, una impactante y emocionante novela con un gran valor histórico que duele.

Selma Van de Perre, a sus 101 años, es la última superviviente viva de este campo de concentración exclusivo para mujeres. Y se acuerda aún de todo ese infierno, de cómo solo tomaban café y una rebanada de pan en todo el día, de cómo una compañera checa salvó su vida dándole su pan y cebolla. Trabajaba como esclava.

Pero otras, seleccionadas por las guardianas, era las denominadas Feld-Hure. Era una palabra tatuada en el pecho que decidían un destino: se mujeres prisioneras obligadas a ejercer la prostitución. Nada menos que putas de campo. Como señala Fermina Cañaveras a Informativos Telecinco, "las mujeres con ese sello eran violadas 20 veces al día, solo tenían 7 minutos para adecentarse y si se quedaban embarazadas acababan en el pabellón de las conejas, donde eran convertidas en conejillas de indias de experimentos. Eran infectadas con gérmenes sífilis, las abrían brazos y piernas y las colocaban cristales o piedras y se los cosían. También trasportaban los cuerpos de las compañeras muertas a los crematorios", relata.

Además del tatuaje, se les asignaba un número y un triángulo invertido. En este caso, el negro, al tratarse de prostitutas. Significaba, también, que estaban vivas, que todavía no debían morir en la cámara de gas, que todavía podían ser útiles para los monstruos.

La española Isadora Ramírez García fue una de aquellas mujeres, hasta ahora olvidada, como la gran mayoría. Hija y nieta de republicanos, viajó a Francia en busca de su hermano, un soldado republicano desaparecido. Colaboró con la Resistencia hasta que fue detenida y deportada a Ravensbrück, un campo de concentración nazi para mujeres. 

A través de la historia de Isadora, protagonista de El barracón de las mujeres, descubriremos un episodio sorprendentemente olvidado. Fermina Cañaveras aporta un visión distinta a un drama, el de las víctimas del nazismo, que, explotado por la ficción con novelas de usar y tirar, corre el riesgo de convertirse en una especie de parque de atracciones literario, en un lugar común prefabricado desde el que narrar una y otra vez la misma historia.

Cañaveras, con respeto, delicadeza, y basándose en una sólida documentación, aporta luz a unos de los muchos recovecos de esta historia que todavía quedan por alumbrar. Porque, como dice la propia autora, Ravensbrück es el campo tabú. El campo del que nunca se habla.

Situado a 90 kilómetros de Berlín, Ravensbrück era "el campo de la denigración, de la violencia de género, de la trata, el campo de mujeres". Murieron 50.000 de las 130.000 prisioneras que pasaron por allí y que vieron cómo en aquel lugar se montó toda una red de prostíbulos. Las mujeres, unos "premios" para los capos nazis, eran violadas una veintena de veces al día.

A través de personajes ficticios y reales, Fermina Cañaveras humaniza un durísimo relato rescatando del olvido grandes historias como la de Neus Català, la última superviviente española, fallecida en 2019, o la de Catherine Dior, hermana del famoso modisto Christian Dior. También sobrevivió tras pasar por Ravensbrück, y su hermano, en recuerdo a ella y al resto de prisioneras, creó en 1947 el perfume Miss Dior.

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