Este 7 de diciembre se cumplen dos meses de la guerra en la Franja de Gaza; 61 días en los que el horror apenas ha visto una tregua de una semana antes de que el alto al fuego pactado entre Hamás e Israel se rompiese entre nuevos bombardeos indiscriminados, más ataques y más muerte.
Mientras todo ello ha vuelto a intensificarse, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, insiste en su negativa a cesar en el conflicto en los mismos términos con los que se pronunciaba nada más conocer el ataque terrorista perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre, que desencadenó la respuesta de su Gobierno: la intención era y sigue siendo la de aplastar a Hamás.
“Estamos en guerra. Esto no es una operación ni una escalada, sino una guerra”. “Nuestro enemigo pagará un precio que no ha conocido jamás”, dijo entonces Netanyahu, y hoy, el primer ministro israelí no abandona ese mismo objetivo, recalcando que, mientras siga al frente, la Autoridad Palestina no gobernará en la Franja de Gaza.
"Mientras yo sea el primer ministro de Israel, esto no sucederá. Aquellos que educan a sus hijos para el terrorismo, financian el terrorismo y apoyan a familias terroristas no podrán gobernar Gaza después de eliminar a Hamás", subrayaba este miércoles Netanyahu a través de su cuenta en ‘X’, la red antes conocida como Twitter, tras unas palabras del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbás, quien decía estar dispuesto a asumir ese encargo.
Con cada vez más críticos y con voces que ya se empiezan a escuchar contra él también desde Israel, Netanyahu, no obstante, persiste en su respuesta a la matanza perpetrada por el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) el 7 de octubre, cuando asesinaron a 1.400 personas.
Aquella masacre fue llevada a cabo en distintos puntos del país, entre ellos un festival de música por la paz que ya ha quedado como símbolo de la cruenta guerra y del sorpresivo ataque de Hamás.
Desde entonces, las Fuerzas de Defensa de Israel no han hecho sino utilizar su contundencia y superioridad armamentística para reducir la Franja a una marea de escombros, arrasando con sus bombardeos incluso hospitales al tiempo en que denunciaban que bajo ellos se encontraban algunos de los túneles en los que los terroristas de Hamás se ocultaban y mantenían sus bases de operaciones.
Entre reclamos constantes de la ONU para poner fin a los ataques con un alto al fuego y múltiples denuncias de la comunidad internacional por un “desastre humanitario” terrorífico, la guerra se fue recrudeciendo hasta el punto de llegar a una incursión terrestre en Gaza que pronto pasaría de ser inminente a una realidad.
Israel, dando un paso más, introducía tanques y tropas en la Franja, acrecentando el miedo y el temor de una población que no solo veía muerte y destrucción a su alrededor, sino también como se agotaban todos los recursos, sin agua, sin energía y sin servicios hospitalarios que pudiesen dar respuesta al aluvión de heridos.
En ese punto, incluso las morgues comenzaban a saturarse, obligando a enterrar los cuerpos en fosas comunes improvisadas en una nueva imagen escalofriante.
A la sucesión de ataques aéreos se unía así una incursión de la infantería y las famosos Merkava IV, tanques que avanzaron con la intención de no dejar vivo a ningún miembro de Hamás y que, finalmente, dejaron la Franja de Gaza partida en dos mitades, con el norte y el sur totalmente incomunicados y la capital cercada por los militares.
Era ese el inicio de la siguiente etapa en la guerra: el combate urbano.
“Gaza se está convirtiendo en un cementerio de niños”, dijo el secretario general de la ONU, António Guterres, redoblando la presión y haciendo un llamamiento para frenar urgentemente el “desastre humanitario”, reclamando a Israel que permitiesen la llegada de ayuda por el paso fronterizo de Rafah, junto a Egipto.
Con mucha reticencia y tras más de un mes en los que Israel ahogó a Gaza empleando la fuerza, la ansiada tregua y el alto al fuego llegarían por fin, aunque de forma temporal. Se prolongó una semana, pero a los ocho días todo se rompió para precipitar una vuelta a la guerra con ataques todavía más intensos por parte de Israel.
Sirenas y disparos presagiaban que la tregua había saltado por los aires. No habían pasado unos minutos desde que Israel anunciase que los combates se reanudaban cuando sus aviones estaban ya atacando objetivos de Hamás en la Franja.
Según las autoridades israelíes, todo se rompió porque derribaron un cohete lanzado desde Gaza. Hamás, por su parte, aseguraba que sonaban explosiones y disparos en el norte de la Franja, y era así como se reanudaban de nuevo los combates.
Durante el escaso tiempo en que duró la tregua, ambas partes intercambiaron rehenes y encarcelados. En total, unos 105 liberados por Hamás por 240 palestinos liberados por Israel.
Con ello se cerraba también el paso de la ayuda humanitaria en Rafah, un hecho crítico para la población civil gazatí, de nuevo sumida en el terror, la incertidumbre y la crueldad de la guerra. La ayuda recibida, en ese corto tiempo, no era ni mucho menos suficiente, por lo que la comunidad internacional y distintas ONG volvían a insistir en la protección de los civiles. Incluso Estados Unidos se lo demandaba al propio Netanyahu.
Pese a ello, la ofensiva ha continuado con toda su crudeza y el primer ministro israelí tan solo ha cedido a permitir que entre una “cantidad mínima” de combustible en el sur de la Franja para “evitar un colapso humanitario”, según señalaba este miércoles.
Desde su inicio, en estos dos meses de guerra Israel cifra en 1.200 sus muertos frente a los 16.500 palestinos, a los que se sumarían otros 7.000 aún bajo los escombros.
Ante la situación, el secretario general de la ONU, António Guterres ha pedido al Consejo de Seguridad que fuercen un alto al fuego, invocando para ello al Artículo 99 de la Carta de la ONU. Llaman a evitar una catástrofe humanitaria que continúa.
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