El exsecretario del Departamento de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, ha fallecido este miércoles por la noche a los 100 años de edad en su casa de Connecticut. Su consultora, Kissinger Associates, ha informado de que el entierro será un "servicio familiar privado" y ha agregado que "más adelante" habrá una conmemoración en la ciudad de Nueva York, según un comunicado recogido por CNN.
Kissinger, cuya causa de la muerte no ha sido revelada, es una de las figuras estadounidenses más polémicas del siglo XX por ser el máximo exponente de la política internacional norteamericana de la época, en la que combinó la normalización de las relaciones con países comunistas como la Unión Soviética o China al mismo tiempo que combatía los movimientos izquierdistas en Latinoamérica.
El exdiplomático sirvió como asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca y como secretario de Estado durante la Administración Nixon y, tras su dimisión por el escándalo Watergate, continuó su carrera con el expresidente Gerald Ford.
Durante su mandato, tuvo un papel fundamental en la mejora de relaciones con China, en las negociaciones para acabar con la guerra del Yom Kippur en Oriente Próximo, en la salida de Estados Unidos de la guerra de Vietnam o en la firma de los acuerdos sobre control armamentístico con los soviéticos.
El impacto de las políticas de Kissinger es la razón por la que es considerado como el principal arquitecto del escenario geopolítico tras la Segunda Guerra Mundial con Estados Unidos a la cabeza del mismo, razón por la que hasta ha sido consultado por numerosos presidentes norteamericanos tanto demócratas como republicanos.
Recibió el premio Nobel de la Paz junto a su homólogo vietnamita Le Duc Thuo por sus negociaciones secretas para acabar con la guerra de Vietnam, aunque a diferencia de Kissinger, el vietnamita devolvió el galardón porque su país siguió en conflicto tras los Acuerdos de París.
Kissinger fue laureado también con otros premios y reconocimientos como la Estrella de Bronce del Ejército de Estados Unidos, la Medalla Presidencial de la Libertad o la Medalla de la Libertad.
A pesar de haber soplado cien velas el pasado 27 de mayo, Kissinger seguía dando con sorprendente lucidez sus opiniones sobre el mundo actual, con temas tan dispares como la guerra de Ucrania o la inteligencia artificial. Muchos lo seguían escuchando con gran atención por ser una autoridad en las relaciones internacionales, pero para otros lo que el centenario Kissinger buscaba era limpiar el cuestionado historial que dejó cuando fue uno de los hombres más poderosos del mundo. Y es que durante la década de los 70, Kissinger diseñó una política exterior tan pragmática que no dejaba espacio para las consideraciones morales.
Heinz Alfred Kissinger nació el 27 de mayo de 1923 en Fürth (Alemania) en el seno de una familia judía que llegó a Nueva York huyendo del nazismo cuando todavía era un adolescente. Con un fuerte acento alemán al hablar inglés, este graduado de Harvard siempre negó que su infancia traumática lo marcara de por vida, pero muchos de sus biógrafos discrepan.
El profesor de la Universidad de Texas Jeremi Suri, autor de Henry Kissinger and the American Century, dijo en una reciente entrevista con EFE que "al ser un refugiado judío siempre estuvo muy preocupado por el caos y quiso poner orden en el mundo".
Kissinger fue el arquitecto de la política de distensión hacia la Unión Soviética que cambió el rumbo de la Guerra Fría, el artífice de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos China y un personaje clave para frenar la proliferación nuclear.
Recibió el premio Nobel de la Paz junto a su homólogo vietnamita Le Duc Thuo por sus negociaciones secretas para acabar con la guerra de Vietnam, aunque a diferencia de Kissinger, el vietnamita devolvió el galardón porque su país siguió en conflicto tras los Acuerdos de París.
A Kissinger también se le recordará por su respaldo a dictaduras como las de Argentina entre 1976 y 1983 y los últimos años del régimen de Francisco Franco en España (terminado con la muerte del líder en 1975), su papel en la Operación Cóndor para reprimir a opositores latinoamericanos de izquierda o su apoyo al golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973. "No podemos permitir que Chile se vaya a las alcantarillas", llegó a decir en 1970.
"A Kissinger no le molestaban las dictaduras. De hecho, le gustaban si estaban del lado de Estados Unidos y mantenían el comunismo fuera de América Latina", explicó recientemente a EFE Mario Del Pero, historiador de Sciences Po en París y autor de la biografía The Eccentric Realist.
Incluso un best seller del periodista Christopher Hitchens lo acusó en 2001 de crímenes de guerra por sus actuaciones en Camboya, Timor Oriental o Chile; unas críticas impensables en los 70 cuando Kissinger era el hombre más popular del país.
Aparecía en aquel entonces en portadas caracterizado como Superman, salía con estrellas de Hollywood sin ser particularmente atractivo y eclipsaba al mismísimo presidente. "¿Qué pasaría si Kissinger se muriera? Que Richard Nixon se convertiría en presidente", se bromeaba en Washington.
Kissinger sobrevivió al escándalo del Watergate y, tras su paso por la política, se mantuvo omnipresente en editoriales, libros, charlas y entrevistas para ensanchar un mito con el que muchos se han querido fotografiar, desde Hillary Clinton a Donald Trump, pasando por Vladímir Putin o Xi Jinping.
El pasado julio visitó China, ya cumplidos los 100 años, para reunirse con el mandatario del país y funcionarios de alto rango. Pero el diplomático también invirtió mucho tiempo en refutar las duras críticas en su contra, algo que no toleraba. Siempre se dijo que tenía la "piel más fina" de la Administración. Así lo demostró en una reciente entrevista con la cadena estadounidense CBS en la que, profundamente molesto, respondió que las acusaciones de criminal de guerra "son un reflejo de la ignorancia".
A pesar de su imagen terca, sus biógrafos aseguran que Kissinger, conocido por sus gafas de pasta, podía ser encantador en persona y que una buena forma de romper el hielo era hablarle de fútbol o de ópera. Le sobreviven su mujer, Nancy Maginnes Kissinger, dos hijos de su primer matrimonio, y cinco nietos.
Por su parte, el embajador de China en Estados Unidos, Xie Feng, ha dado sus condolencias a la familia del exdiplomático, cuya muerte ha considerado como una "tremenda pérdida" para ambos países.
"Me ha conmocionado y entristecido profundamente la noticia del fallecimiento de Kissinger a los 100 años. Mi más sentido pésame a Nancy (Kissinger, su esposa) y a su familia. Es una tremenda pérdida para nuestros dos países y para el mundo", ha publicado el diplomático en su cuenta de la red social X, antes Twitter.
En ese sentido, ha aseverado que "la historia recordará (...) su aportación a las relaciones entre China y Estados Unidos", y ha manifestado que "siempre permanecerá vivo en los corazones del pueblo chino como un viejo amigo muy apreciado".
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