En las últimas décadas los partidos de extrema derecha en Europa han alcanzado un significativo apoyo electoral y una creciente institucionalización política, como lo demuestra la trayectoria de partidos como el Frente Nacional (FN) francés, el Freiheitliche Partei Österreichs (FPÖ) austriaco, el Prawo i Sprawiedliwość (PiS) polaco y Vox, en España, y la victoria del Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders en las elecciones generales, esta misma semana, en los Países Bajos.
Todos ellos son partidos que explotan sin complejos el discurso de la inmigración, del ultranacionalismo y el populismo social para incrementar su perfil electoral y que se caracterizan por tres elementos definitorios.
En primer lugar, el autoritarismo, que es un concepto que alude a la creencia de una sociedad estrictamente ordenada donde las infracciones a la autoridad deben ser severamente castigadas. Los partidos de extrema derecha muestran una gran sensibilidad por el concepto “ley y orden” y, a diferencia de la derecha conservadora, lo expresan y lo aplican en términos mucho más radicales.
En segundo lugar, el populismo que, en un contexto europeo, se asocia con un discurso crítico contra la “élite corrupta” y que busca el favor del “pueblo” como la única representación de la “nación verdadera”.
Una característica común de la extrema derecha populista consiste en la repetición continua de lemas xenófobos como “Primero los de casa” (FN, Francia), de mensajes contra la Unión Europea como “Queremos recuperar nuestro país” (UKIP, Reino Unido) o de proclamas ultranacionalistas como “Solo existe una nación” (Vox, España).
Asimismo, es un populismo que se alimenta de los efectos indeseados de la globalización como la deslocalización industrial, la creciente subcontratación laboral o la reducción de la capacidad adquisitiva de las clases medias y de las clases trabajadoras. Es, por lo tanto, un concepto que permite establecer una clara correlación entre el auge de los partidos de extrema derecha y los perdedores de la globalización.
En tercer lugar, el nativismo sostiene que los Estados deben ser habitados por miembros nativos (la nación) y define los elementos no nativos (personas e ideas) como una amenaza al Estado-nación hegemónico. Este nativismo es una combinación de ultranacionalismo y xenofobia y su principal objetivo es desarrollar un Estado donde las minorías nacionales y culturales sean plenamente integradas en un modelo de sociedad dominante.
Esta conceptualización lleva a concluir que las formaciones políticas que, con mayor o menor intensidad, incluyen en su programa estos tres elementos ideológicos pueden ser consideradas como partidos de extrema derecha populista y permite descartar casos dudosos como los partidos ultraconservadores, que tienden a ser valedores de los máximos intereses del Estado-Nación, o los partidos neofascistas, que son formaciones políticas que no aceptan el marco democrático de la sociedad europea.
Centrándonos en la evolución de dichas formaciones en Europa, muchos autores distinguen varias fases para explicar su desarrollo desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el momento actual.
En una primera fase, el relato del fascismo de los años 30 se explica como un error histórico o como un lapsus de barbarie dentro de la civilización. Es decir, una ideología extrema incompatible con las bases fundacionales de la Europa liberal.
La segunda oleada arranca con la irrupción en 1984 del Frente Nacional francés (FN), que impulsa un nuevo imaginario político en cuestiones como la inmigración, la seguridad nacional o el libre mercado. De esta época también provienen el Partido de la libertad de Austria (FPÖ), el Bloque Flamenco (VB), el UKIP de Inglaterra y Liga Norte italiana (LN).
La tercera fase empieza con el atentado de las Torres Gemelas en Nueva York (septiembre 2001) y la posterior crisis financiera iniciada en 2008 y abre las puertas a un creciente nativismo y un exacerbado populismo de estas formaciones políticas. De esta época datan, entre otros, el Pim Fortuny holandés (LPF), Ley y Justicia (PiS) polaco, Finns Party de Finlandia, AfD de Alemania, Vox de España y el Partido por la Libertad.
Con relación al resurgimiento del fenómeno de la extrema derecha se han publicado numerosos estudios centrados en países, en partidos o incluso en la relación existente entre las características de estas formaciones y sus electores.
En este sentido, las teorías de la demanda y de la oferta expuestas por Mudde (2007) y Kriesi (2008), entre otros, permite desarrollar interpretaciones que facilitan la explicación del auge de estas formaciones políticas.
Los partidos de extrema derecha, como el resto de partidos, compiten en la arena política para captar el máximo electorado posible. Y para conseguir dicho fin concurren factores de “demanda” –aquellos relacionados con el desarrollo social, la inmigración o el modelo de producción y consumo– y factores de “oferta”, que implican que un partido de extrema derecha pueda tener éxito electoral en función de variables como la estructura social del país, el sistema electoral, el espacio político disponible o su relación con los medios de comunicación. La combinación de estos factores es la que determina su implantación social y su éxito electoral.
Víctor Climent Sanjuán, Profesor Titular de Sociología, Universitat de Barcelona
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