Las claves de la victoria de Erdogan, el ‘sultán’ islamista y autócrata al que se subestimó
El presidente turco se impone en segunda vuelta al candidato de la Alianza Nacional Kemal Kilicdaroglu con más del 52% de los votos y gobernará durante cinco años más
Los especialistas y varias encuestas publicadas en Turquía erraron en sus predicciones al dar por ganador al candidato opositor
Aunque la alianza opositora se impone en Estambul, Ankara o Esmirna, Erdogan vence con holgura, como otras veces, en la extensa y populosa Anatolia interior
“Aquel que crea entender Oriente Medio es porque se han explicado mal”, repite una y otra vez el maestro de corresponsales Tomás Alcoverro, y en esa vana aspiración tropiezan una y otra vez analistas de aquí y de allá, como ha sido el caso en las elecciones turcas, que ayer ganó definitivamente en segunda vuelta Recep Tayyip Erdogan. Los especialistas, y todo sea dicho, las encuestas publicadas en Turquía daban por delante al candidato de la oposición, el socialdemócrata y laico Kemal Kilicdaroglu, y el resultado de la doble convocatoria electoral, legislativas y presidenciales, demuestra que estaban equivocados.
El presidente turco y líder del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) ganó ayer en la segunda vuelta al lograr el 52,16% de los votos frente al 47,84% obtenido por la candidatura de su rival, líder, a su vez, del Partido Republicano del Pueblo (CHP) –la formación del fundador de la Turquía actual, Mustafa Kemal Ataturk-, y de una amalgama de partidos, la Alianza Nacional o Mesa de los Seis, que incluía también formaciones islamistas y ultranacionalistas.
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1. Se subestimó a Erdogan (y al régimen que ha construido durante dos décadas). Los sondeos dieron durante semanas no solo casi un empate técnico entre Erdogan y Kilicdaroglu, sino al candidato del CHP por delante del presidente. Los analistas de think tanks, universidades y observadores de la política turca, tanto de dentro como de fuera del país, estaban convencidos de que después de dos décadas en el poder, de haber gobernado de manera autocrática, del frenazo sufrido por la economía turca en los últimos años y los padecimientos de la población, y, sobre todo, después de la tragedia ocurrida el pasado mes de febrero en el sur del país, con más de 50.000 muertos a causa del derrumbe de decenas de miles de edificios, Erdogan, de 69 años, sería derrotado en las urnas.
No fue así: el veterano líder islamista volvió a ganar las elecciones legislativas el pasado 14 de mayo y las presidenciales en segunda vuelta con resultados similares –es cierto que fue necesario un segundo asalto- a los de la última cita con las urnas en 2018. Lo que sirve para analizar el comportamiento electoral en Francia, Reino Unido o Estados Unidos no es aplicable a Turquía, como tampoco a otros países de la región con elecciones libres (o todo lo libres que puedan llegar a ser). Los especialistas subestimaron la solidez del régimen minuciosamente construido por Erdogan durante sus dos décadas en el poder –tanto como primer ministro como al frente de la jefatura del Estado-, incluidos unos medios casi unánimemente a su favor y una judicatura y un ejército moldeados su gusto, y creyeron que el deseo de cambio de una parte de la ciudadanía –sin duda que lo hay porque casi 25 millones y medio de turcos votaron por el candidato opositor- era mayoritario. Estimaron que la aspiración legítima –y propia en muchos casos- de pasar página de millones de ciudadanos a pesar de las dificultades sería más fuertes que el régimen erdoganiano. Se equivocaron.
2. Media Turquía (al menos) sintoniza en forma y fondo con Erdogan. Una y otra vez, así fue ayer y también hace dos semanas, el mapa de Turquía quedó dividido por colores en dos zonas claramente delimitadas. Por una parte, la Anatolia del interior, mayoritariamente con Erdogan, y, por otro, la Anatolia de la costa del mar Egeo, las grandes ciudades y el este, donde el mandatario tiene tradicionalmente menos adeptos. Desde hace años se dice que media Turquía lo adora, aunque otra media lo detesta. Lo cierto es que la primera mitad no mengua. En las presidenciales de 2018 Erdogan obtuvo un 52,59% de los votos en primera vuelta, un porcentaje casi calcado al de anoche.
Erdogan gobernará un país polarizado, tremendamente dividido: es uno de sus legados. No parece el mandatario islamista, sus primeras declaraciones ayer tras la victoria –en las que aseguró que los “LGTBI no podrán infiltrarse entre nosotros”- despejan cualquier duda, precisamente dispuesto a revertir la tendencia y, por tanto, defender los consensos, la aproximación entre las dos Turquías o a tender la mano al movimiento nacionalista kurdo. Con todo, el sectarismo ideológico de Erdogan ante la parroquia interna no es incompatible con la política exterior pragmática y transaccional llevada a cabo en los últimos años.
3. Firmeza, continuidad y una política exterior propia. En Erdogan una parte importante, aún mayoritaria, de la sociedad turca percibe a una figura firme, determinada, con el carácter y la experiencia necesarios para un mundo turbulento como el actual, y en un escenario como Oriente Medio cuyas reglas son ajenas a las que dominan la política en la mayoría de países europeos. Los turcos han votado continuidad para salir del atolladero económico en el que no obstante el propio Erdogan ha metido al país (con su poco ortodoxa política económica).
4. Nacionalismo e islamismo, dos fuerzas al alza. La victoria de Erdogan confirma que el nacionalismo turco se sitúa en el centro de la vida política del país. Su corolario en política exterior es el neootomanismo, una suerte de liderazgo político, económico y moral ejercido desde Ankara sobre los antiguos territorios del Imperio de la Sublime Puerta que se debe al propio presidente. Hasta las calles de Bakú, la capital de Azerbaiyán, registraron ayer celebraciones tras la victoria de Erdogan. En el caso del proyecto del AKP, nacionalismo turco e islamismo van de la mano, y el mandatario ha hecho gala durante años de su apoyo a movimientos islamistas de la región como los Hermanos Musulmanes o Ennahda. Erdogan ha fomentado en su favor ambas ideas, y sabe que nadie como él las encarna ante los votantes.
5. El candidato opositor no era el idóneo. A la vista de los resultados, el perfil de Kemal Kilicdaroglu, apodado el ‘Ghandi’ turco, no era el mejor para derrotar a todo un presidente con veinte años de experiencia en el poder. El líder del CHP puede anotarse en su haber el logro de haber reunido en torno a su persona a las formaciones de la Alianza Nacional, pero su perfil de economista y ex funcionario austero, moderado y conciliador no ha seducido a demasiados votantes de la parroquia de Erdogan. Mayor que el propio Erdogan, a los 74 años Kilicdaroglu tampoco representaba el cambio generacional que muchos en Turquía desean. Tampoco habla demasiado bien del candidato su brote repentino de nacionalismo subido de tono de las dos últimas semanas en su desesperado afán por rascar votos (no en vano, el Partido Victoria, una formación antiinmigrantes, dio su apoyo a Kilicdaroglu apenas cuatro días antes de la segunda vuelta). Al fin y al cabo el líder del CHP nunca ha ganado unas elecciones.
6. La mitad de los kurdos también vota por Erdogan. Aunque a menudo se identifique a esta minoría étnica, que representa el 20% de la población turca –los kurdos viven repartidos entre Turquía, Siria, Irak e Irán-, de manera inmediata con la idea independentista, lo cierto es que una parte muy importante de los kurdos, aproximadamente la mitad, vota o lo ha hecho por el islamista AKP de Erdogan en los últimos veinte años. Por su parte, entre los kurdos nacionalistas, votantes del izquierdista Partido Democrático de los Pueblos (HDP) –tercera fuerza política del país, integrado en las últimas legislativas en la Alianza Trabajo y Libertad-, la falta de movilización ayer en favor del candidato opositor Kilicdaroglu ayudó, paradójicamente, a Erdogan en su victoria definitiva este domingo.
7. Turquía no es Estambul. Otro clásico de la confusión internacional sobre la realidad de Turquía (y también de muchos turcos). La antigua Constantinopla no es Turquía. Su ambiente liberal, cosmopolita, laico y abierto no es –a pesar de ser el rompeolas de todas las Anatolias- la norma en el resto del país. Las pulsiones de cambio –ocurrió también en las protestas de 2013, las del parque Gezi, y un año más tarde Erdogan ganaría las elecciones presidenciales- que emergen periódicamente en la ciudad más importante de Turquía se perciben erróneamente como la tendencia general. Turquía es un Estado diverso en todos los sentidos, y también un país muy conservador y religioso en amplias zonas más próximo sociológicamente a Oriente Medio que a Europa. Con todo, en la demarcación electoral de Estambul la candidatura de Kilicdaroglu se impuso a la de Erdogan por apenas 3,56% puntos.
8. Erdogan gana en las zonas más afectadas por el terremoto. Contrariamente, como queda dicho, a no pocas previsiones en las últimas semanas las áreas del sur del país más golpeadas por el doble sismo de comienzos del pasado mes de febrero no sólo no castigaron a Erdogan sino que votaron mayoritariamente por él. A pesar de que el hundimiento de decenas de miles de construcciones como consecuencia del sismo ha puesto en evidencia las irregularidades y la corrupción urbanística los turcos han avalado cinco años más de Erdogan como mejor garantía para la reconstrucción. El candidato del AKP se impuso ayer en las provincias de Hatay, Sanliurfa, Gaziantep o Kilis.
9. La democracia iliberal gana terreno en el mundo. Es también el caso de Turquía, una autocracia con elecciones y apariencia democrática para algunos politólogos y una democracia iliberal para otros; en cualquier caso, parece claro que el modelo liberal europeo y norteamericano no seduce en África, Oriente Medio, Asia y América Latina, como también retrocede en Europa oriental. No puede hablarse, en todo caso, de pucherazo electoral; nadie alega que haya habido irregularidades en el conteo. Ayer votaron más de 33 millones de personas por una u otra candidatura. Más del 84% de participación, el 87% -récord- hace dos semanas. Los turcos presumen de acudir diligente y voluntariamente en grandes números a los colegios para supervisar los escrutinios y garantizar que nadie hace trampa. Pero es más que legítimo preguntarse si son democráticos –como hace la oposición y han planteado observadores internacionales presentes en los comicios- unos procesos electorales en los que las ideas y las candidaturas opositoras no compiten en igualdad de condiciones con la del presidente. Es materia para otro debate sosegado que, sin duda, trasciende a la noche electoral.
10. Con Turquía Occidente confunde deseos con realidad. La clase política europea y los medios intelectuales, académicos y periodísticos no ocultan desde hace años el deseo de ver el final de la autocracia de Erdogan y ver en Ankara a un gobernante pro occidental, conciliador y defensor de los valores liberales frente al islamismo y el caos de Oriente Medio. Sin embargo, ¿preferirían los gobiernos europeos a una Turquía firmemente partidaria del ingreso en la UE? ¿Estarían dispuestos a aceptar la integración turca en estos momentos? Cuidado con lo que deseas.
La propia lentitud de los gobiernos occidentales a la hora de felicitar a Erdogan, un miembro clave de la OTAN y socio indispensable de la UE, delata la contrariedad para muchas capitales de la victoria de Erdogan. Los primeros en salir públicamente a felicitar al mandatario turco fueron los líderes de Irán, Rusia o Qatar. También lo hicieron, aunque más tarde, el primer ministro del Reino Unido o el presidente de Estados Unidos. Ahora tendrán que volver a vérselas con Erdogan durante al menos cinco años más.