Trataba Katjia Hoyer (1985, Wilhelm Pick Stadt, hoy Guben) de acercarse a su manera a la historia de la desaparecida República Democrática de Alemania (RDA), la Alemania comunista, cuando escribía su último libro, Beyond the Wall (Ed. Penguin, 2023) o “Más allá del muro”. Pero el volumen ha desatado en suelo alemán un intenso debate sobre su libro, alabado por muchos pero criticado también por habituales autoridades intelectuales germanas dedicadas al estudio de la dictadura comunista.
El libro de Hoyer, en cualquier caso, se ha convertido en un superventas, en el Reino Unido, país de adopción de Hoyer, y en Alemania, país de origen de esta historiadora que investiga actualmente como asociada a la universidad King’s College de Londres. Beyond the Wall ha visto la luz en Alemania bajo el título Diesseits der Mauer: Eine Neue Geschichte der DDR (Ed. Hoffmann und Campe, 2023) o “Este lado del muro: una nueva historia de la RDA”.
Mucha de la polémica que rodea al libro tiene que ver con cómo ha decidido contar Hoyer la dictadura, dando mucha importancia a los encuentros con personas que vivieron la dictadura en lugar de encerrarse mirando datos en archivos y tratando de alejarse aparentemente de lo que ella llama “ese foco según el cual la RDA era increíblemente mala”. “Por supuesto, era una dictadura, por supuesto era brutal. Pero, al mismo tiempo, cuando existía, también había una política del día a día. Ahora es momento de que hablemos de esto de forma más tranquila”, dice Hoyer en esta entrevista con NIUS.
Esta autora de éxito, que el año pasado firmaba un destacado libro sobre el Imperio alemán - Blood and Iron: The Rise and Fall of the German Empire 1871-1918 o “Sangre y hierro: el auge y caída del Imperio alemán 1871-1918" - y a la que se puede leer habitualmente las páginas del diario estadounidense The Washington Post, entiende que en la historia de la RDA hay muchas claves para explicar por qué en lo que fue la Alemania comunista hoy día lleva la iniciativa política el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). “Hay gente que tiene la sensación de que no se le escucha”, afirma Hoyer.
P: Su libro se ha convertido en un superventas en Alemania y también en el Reino Unido. El libro va de un país que ya no existe. ¿Cómo explica usted que RDA siga generando interés?
Como historiadora, le diré que uno no deja de hablar de las cosas del pasado sólo porque ya no existan. Eso nos llevaría a no hablar de nada que tenga que ver con el pasado. Seguimos hablando, por ejemplo, de la Edad Media, de Lutero, y bueno, son cosas que son importantes para el presente y por eso hablamos de ellas. Lo que creo que ha pasado con mi libro es que como estamos tan lejos de la desaparición del país, más de 30 años ya, hemos visto la aparición en Alemania de gente como yo, que no ha vivido la RDA, gente que no ha vivido la ansiedad de la Guerra Fría y la hostilidad, el odio y la propaganda que esa Guerra Fría causó en ambas partes.
Para mí, esta situación facilita una forma de hablar de la RDA distinta, alejándonos de ese foco según el cual la RDA era increíblemente mala, de que así no se puede gestionar una sociedad y demás. Por supuesto, era una dictadura, por supuesto era brutal. Pero, al mismo tiempo, cuando existía, también había una política del día a día. Ahora es momento de que hablemos de esto de forma más tranquila como, del mismo modo, podemos hablar de Lutero, que era alguien muy controvertido, un antisemita y, pese a ello, podemos hablar de lo que hizo, traduciendo la Biblia y cómo dio forma a la lengua alemana.
P: ¿Es la RDA un país del que se desconozcan cosas?
Creo que es un país al que se conoce bien en aspectos concretos como la Sublevación de 1953 [rebelión reprimida por una intervención militar de la Unión Soviética que dejó 50 muertos y 15.000 detenidos, ndlr.] o la creación del muro de Berlín, la caída del muro de Berlín y el ocaso de la RDA en 1989 como resultado de una revolución pacífica, la dictadura en sí; o elementos como la STASI [Ministerio para la Seguridad del Estado y responsable de la policía secreta de la RDA, ndlr.]. Todo esto está muy estudiado. Pero da la sensación de que se ha formado un canon sobre el que escribir y contar la RDA, y que sólo se puede ver la RDA desde una determinada perspectiva política.
Sin embargo, que hay otra historia que contar, uniendo la política y el día a día. Porque mucha gente experimentó cosas del día a día, sin que hubiera tanto el peso de la represión. También hubo gente que tuvo oportunidades y las aprovechó y han sido apartados de la historia. Tampoco es que esta gente esté en el foco de mi libro, donde también cuento la historia de gente que fue asesinada mientras trataba de saltar el muro, pero también he contado la historia de los hijos de los trabajadores de las fábricas que pudieron estudiar y tener oportunidades.
P: Usted ha dicho que usted quería contar su propia historia de la RDA. ¿A qué se refiere?
No soy una académica al uso. No tengo estatus de profesor en un departamento en una universidad alemana. Estoy afiliada a una universidad británica, pero en realidad soy una académica y periodista independiente que puede escribir lo que quiere. Por eso no trato el tema como tienen que hacer los otros estudiosos, puedo moverme con más libertad, escribiendo mi propia historia, sin necesidad de ir recogiendo en mi texto, el profesor tal dijo tal cosa y así… y esto es parte de la crítica que me toca asumir en este momento. Porque mi perspectiva no se apoya en todo el corpus que se ha escrito, porque no todo es relevante en lo que yo quiero hacer. Esto es, en realidad, la novedad de mi trabajo. Mi historia es una perspectiva de historiadora y de alguien que creció en, por así decir, las sombras de la RDA.
P: Ha dicho usted que, escribiendo, quería evitar usted lo que llaman aquí ‘Ostalgie’. ¿Puede explicar ese término y por qué evitó caer en él?
Literalmente, es “la nostalgia del este”. Es un término que alude a hablar de la RDA de un modo positivo. Por ejemplo, cuando la gente recuerda solyanka, una sopa típica de Rusia y del este europeo, o el Traband, el coche de la RDA, o la comida de la RDA o las vacaciones en el mar Báltico. Todo eso puede generar recuerdos positivos. Pero hablar bien de esos recuerdos no significa querer que la RDA vuelva o querer que el muro de Berlín vuelva a ser construido ni se está tratando de decir que la dictadura estuvo bien. Pero hablar de ‘Ostalgie’ es tratar de hacer que la gente no recuerde sus vidas pasadas. Es cierto que puede haber gente que sienta nostalgia, pero, en general todo el mundo reconoce ya que la RDA no podía seguir funcionando.
P: ¿Podría ponerme un ejemplo de este fenómeno?
El año pasado, la Fundación Federal para la Revalorización de la Dictadura del Partido Socialista Unificado de Alemania, que se ocupa de preservar la memoria de la RDA pero sólo de la dictadura, se enfadó cuando la cadena de supermercados REWE se ocupó de promover y vender una serie de sopas de Europa del este. Una de ellas era ‘Sopa del Ejército Popular Nacional’. La gente las compraba pero la fundación denunció aquello como algo horrible y yo creo que eso, por ejemplo, es una reacción exagerada. No es porque la gente aprecie ese producto que la gente vaya a entrar en los supermercados pidiendo instaurar una nueva dictadura. Por cosas así pienso que la Ostalgie es algo problemático.
P: Usted se dedica, precisamente, a traer a la memoria en redes sociales objetos de la RDA. Es casi como si hiciera usted arqueología con los objetos de la RDA. ¿Cuál es la lógica que sigue usted para hacer este trabajo?
Creo que la gente está muy interesada en ese país que ya no existe. Creo que la gente quiere saber cómo se vivía en ese país y qué aspecto tenía la vida en él. He hecho varias series presentando cosas de la RDA. Lo primero que hice fueron personas, unas 25 personas de la RDA. Había desde gente normal hasta gente de la la élite del régimen. Luego vino la idea de visualizar la RDA, a través de muebles, vehículos, complementos de cocina. Por ejemplo, el Traband, un vehículo que te dice mucho sobre la RDA. Estaba hecho parcialmente de plástico porque no había suficiente metal. La mitad de los coches que había en el país eran ese modelo.
P: ¿Qué papel juega la memoria de la RDA en su libro?
Ya había escrito libros sobre periodos históricos, como el del Imperio alemán, para el que no hay gente con la que poder hablar. En este caso, sigue habiendo millones de personas que vivieron la RDA, incluso gente que vivió los 41 años que duró. Hay gente de unos ochenta años que vivió toda la existencia de ese país. Pienso que sería una tontería echar a perder esas fuentes, esos testimonios. Se me ha criticado que vaya a hablar con la gente cuando ya hay cosas que se saben porque están en los archivos. Me parece una crítica extraña. Porque lo que te dice la gente no va a ser algo que vaya a figurar en un documento. Porque la gente te hablará de su vida, de su día a día. Y eso, a día de hoy, no está escrito en ningún lugar.
Ahora bien, obviamente, hay que ser muy cuidadoso con la gente y su memoria. Porque la memoria está hecha de recuerdos y puede que no sean, exactamente, lo que pasó. Los recuerdos pueden incluir cómo la gente recalibra opiniones o pareceres con el paso del tiempo. Pero, al mismo tiempo, es una fuente interesante. Recuerdo, por ejemplo, a ese trabajador que estuvo ocupándose de la construcción gasoductos en Rusia. Por supuesto, hay trazas en los archivos de este tipo de personas, pero no es lo mismo que te lo cuente una persona. Me pareció más personal e interesante mirar a este tipo de historias.
P: ¿Tiene que ver el pasado de la RDA con la falta de confianza en la política que explica, en buena medida, que se vote más a partidos extremistas como la formación ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) en el este alemán?
Creo que hay una relación, pero la relación no es tan directa como se suele hacer. Seguramente haya visto usted la polémica con Matthias Döpfner, el CEO del grupo editorial de Axel Springer, que hablaba de que los alemanes del este son comunistas o fascistas. Como si no pudieran lidiar con la democracia. Hasta la persona que se ocupaba en el Gobierno de Angela Merkel de las cuestiones relacionadas con el este país - un puesto que sólo su existencia ya apunta algo raro - había señalado, como otros, que no se podía hacer gran cosa con el este alemán. Ahora hay manifestaciones los lunes, en ciudades del este, y se dice de quienes salen a la calle que son gente que no ha llegado a la idea, según se dice: “de las democracias modernas”. Lo cierto es que no se puede decir que, por un lado, los alemanes del este fueron héroes que rechazaron la dictadura y luego, tras 1990, una especie de villanos porque no se comportan como se supone que deben portarse.
P: ¿Qué problemas cree usted que hay que identificar en el este alemán?
Sin duda parte del problema es la depresión económica que vivió el este del país tras la caída de la RDA. Todavía, a principios de este siglo el paro en el este alemán rondaba el 20%, más del doble que en el oeste. Hubo mucha falta de oportunidades en el este. Yo viví en una ciudad situada a medio camino entre Berlín y la frontera con Polonia, en el Land de Brandeburgo (este germano). Y no tengo ni un amigo que se haya quedado allí. Todos se han ido. Fueron a Berlin o al oeste del país. En el este, no había oportunidades. Hubo y hay un sentimiento de falta de oportunidades, como el que pueden sentir en Francia, a lo mejor, en el caso de los “chalecos amarillos” o el movimiento de Make America Great Again en Estados Unidos. Todo esto da cuenta de una sensación de insatisfacción con el estado de las cosas y de que hay élites que no escuchan. Esto está vinculado, en Alemania, con la historia de la RDA.
P: En 1989, sólo una minoría hizo la revolución que acabó con la RDA. ¿Fue así?
Sólo una minoría salió a la calle. Pero las elecciones de 1990 muestran que el país no podía seguir como estaba yendo y por eso, ese año, ya se deseaba la reunificación de Alemania. No hay duda de esto. Pero a mí me gusta complicar uno poco más la imagen que tenemos de este periodo de tiempo. Por lo que yo he hablado con la gente, parece que había gente que estaba eufórica por saber que la RDA llegaba a su fin. Pero también había gente, mucha, que estaba muy afectada por la incertidumbre sobre lo que iba a pasar a partir de la desaparición de la RDA. Los había con miedo a perder su trabajo, su vida… porque nadie podía decirles lo que iba a pasar. Pero cambiar el modo de vivir o cambiar todo lo que sabías del mundo, es algo muy complicado de entender, en particular la gente del oeste alemán. Por eso recogí testimonios diferentes en el libro, desde gente eufórica a la gente que acaba de empezar una familia y tenían, más o menos, la vida resuelta y estaban preocupados por lo que podía pasar con la revolución. Es demasiado fácil decir que todo fue bien y que sólo había júbilo.
P: En Alemania, la historia del comunismo en el país se percibe de forma algo distinta respecto, por ejemplo, a Polonia. Monumentos soviéticos en ese y otros países están siendo destruidos. No pasa lo mismo en Alemania. ¿Por qué?
Más allá de los acuerdos que puedan obligar a Alemania a cuidar por los memoriales soviéticos en Alemania, ocurre que Alemania tiene una relación distinta con la Unión Soviética respecto a, digamos, Polonia o Hungría. Al menos existen el sentimiento de que a los alemanes del este se les dejaba ser alemanes. Se supone que contra ellos no había un intento de rusificar el país. En la RDA no pasó como en Hungría, donde se dejó de enseñar historia de Hungría. No creo que la en RDA hubiera un sentimiento de verse amenazado en su propia existencia.
Para Polonia, por otro lado, es una cuestión existencial la relación con la Unión Soviética. Porque al final de la Guerra Fría en Polonia se vuelve de nuevo a ver al país en manos de los polacos. En la RDA no había sensación de pertenecer al imperio ruso. A los rusos se les veía más como socios. Es verdad que decían lo que había que hacer pero, al mismo tiempo, no trataron a la RDA del mismo modo que trataron al resto de países europeos del este.