No. Contrariamente a lo que se tiende a pensar, no hay demasiada gente en el planeta. Al menos no hay tanta gente como para agotar los recursos de la Tierra tal y como suelen apuntar algunos.
De hecho, según viene a decir en esta entrevista con NIUS Marian L. Tupy (1976, Zilina), investigador del Instituto Cato, un think tank estadounidense con sede en Washington, aunque resulte contraintuitivo, cuanta más población haya en el planeta, más recursos habrá si acompañan condiciones como la existencia de suficiente libertad y democracia.
A su entender, ahora mismo, el plantea no sufre por la sobreexplotación de sus recursos. Al contrario, la humanidad vive en lo que él y Gale Pooley, economista y profesor de la Universidad Brigham Young de Hawaii, llaman “superabundancia”.
Esa palabra, en inglés Superabondance (Ed. Cato Institute, 2022), es el título del libro que ambos presentaban recientemente. Su tesis que, aunque conocida entre economistas, pueden resultar sorprendentes para el gran público internacional, especialmente habida cuenta de la “extremada influencia” sobre la realidad en países como Estados Unidos o regiones como Europa de lo que Tupy llama el “ambientalismo extremo”.
En este espectro del pensamiento es donde se suele alarmar sobre la idea de que el planeta se está quedando sin recursos para la vida humana. En Superabondance, sin embargo, se defiende lo contrario.
“Tenemos que trabajar cada vez menos para comprar recursos. Esto nos indica que los recursos de la Tierra se están haciendo más abundantes y no menos abundantes”, dice Tupy. Eso es al menos lo que dicen a Tupy y Pooley los precios de la larga lista de recursos que ellos han analizado desde 1850 hasta la actualidad en las 655 páginas de su libro.
Ellos no observan el aumento de la población del plantea como una realidad preocupante para el planeta, sino como la solución, siempre y cuando haya libertades políticas y economía libre de mercado. La población es vital porque son los individuos de esa población los que tienen ideas y son los capaces de innovar y optimizar recursos o inventar nuevos recursos, según Tupy.
“Obviamente, si no hubiera libertad en el mundo, la innovación sería cosa del pasado. Por eso, es vital que haya países en el mundo, al menos algunos países con bolsas de población en libertad”, abunda.
P: ¿Qué piensa usted cuando escucha o lee esa noticia que se produce todos los años y según la cual, a mita de año, más o menos, los humanos ya hemos agotado los recursos que nos ofrece la Tierra para el periodo de 365 días en que nos encontramos?
Pienso en el único modo racional que hay para observar que algo está escaseando o, por el contrario, si hace más abundante. La única manera que hay de hacer esto es mirar los precios. Ahora, por ejemplo, los precios de la energía están creciendo y por eso se podría pensar que la energía escasea. Si los precios de la energía fueran baratos, se podría pensar que la energía es muy abundante.
Nosotros en nuestro libro hemos visto, echando la vista atrás a 1850, que ha habido una constante reducción del precio de los recursos. Ha sido un proceso suave, porque a veces los precios suben y otras bajan, pero, a largo plazo, los recursos se están haciendo más baratos respecto al trabajo, y también respecto a la inflación. O sea, que tenemos que trabajar cada vez menos para comprar recursos. Esto nos indica que los recursos de la tierra se están haciendo más abundantes y no menos abundantes. Esto es lo que nos lo dicen los precios.
P: Entonces, cuando usted escucha o lee eso de que los recursos del plantea se están agotando, pensará que es un sinsentido. ¿No es así?
Efectivamente. La tierra tiene un número finito de átomos de, digamos, zink, cobre o lo que sea. Pero el valor que se puede extraer de esos átomos es potencialmente infinito, porque eso es lo que pasa cuando aplicas sofisticados conocimientos humanos a los átomos que tenemos para crear riqueza.
P: ¿Podría ponerme un ejemplo de esto?
Sí, digamos que el ejemplo perfecto de esto es el petróleo. Hace 150 años, los granjeros tenían un problema si en su parcela había petróleo. Porque era una amenaza para las tierras de cultivo y para la recogida. Pero luego, la ingenuidad humana apareció y se dio cuenta de que podíamos utilizar el petróleo, y el gas, para dar energía a la civilización. En este ejemplo vemos cómo un recurso que en principio era inútil se ha convertido en algo útil.
También puede ocurrir que un recurso que se está utilizando pasa a utilizarse por otra cosa. El guano, por ejemplo, que son excrementos de pájaros. Antes se utilizaba para fertilizar los campos, pero ahora utilizamos amoniaco o fertilizantes artificiales que se obtienen a partir del gas natural. Hay muchos modos de incrementar los recursos que tenemos, usándolos de manera más eficiente y con más valor añadido.
P: Y es por eso que vivimos, según describen ustedes en su libro, en la “superabundancia”, ¿no es cierto?
Sí, la superabundancia tiene sus propios términos técnicos. La superabundancia significa que los recursos se están haciendo más abundantes a un ritmo más rápido que crece la población. Si lo contrario fuera cierto, es decir, si el crecimiento de la población estuviera reduciendo los recursos, entonces los precios de esos recursos aumentarían. Pero, en realidad, lo que está pasando es que esos recursos se están abaratando en el largo plazo. Por eso nuestra conclusión es que, de media, los humanos están produciendo conocimiento, y ese conocimiento es lo que está rebajando el precio de los recursos.
P: Pero la producción de ese conocimiento a cargo de la población implica varias cosas. Dicen ustedes, por ejemplo, que debe haber la posibilidad de intercambiar ideas o la libre expresión. ¿Quiere decir eso que todo el mundo ha de vivir en una democracia liberal con una economía de mercado?
Para la superabundancia, la población es una condición necesaria pero no suficiente. Si la población, por sí sola, fuera la única cosa importante, entonces China sería el país más rico del mundo. Porque China siempre ha sido el país más grande en los últimos 2.000 años. Pero claramente China, hasta hace muy poco, era un país muy pobre. La población es vital porque son los individuos de esa población los que tienen ideas. Pero también debe haber libertad para que sea posible el diálogo, la comunicación, el intercambio de ideas, la publicación de estudios o libros, o que se pueda invertir en el mercado para ver si las ideas funcionan o no...
Ahora bien, todo esto no significa que todo el mundo tenga que ser libre. Hay mucho conocimiento creado en las democracias liberales, en países occidentales como Estados Unidos, el Reino Unido o España. Con el tiempo, ese conocimiento se filtra a países que no son libres. Pero, obviamente, si no hubiera libertad en el mundo, la innovación en el mundo sería cosa del pasado. Por eso, es vital que haya países en el mundo, al menos algunos países con bolsas de población, con libertad.
P: Lo que explica usted ahora mismo desmiente la idea de que hay demasiada población en el planeta. Y esta idea de la superpoblación de la Tierra está muy extendida.
Si uno acepta nuestra premisa, a saber, que todo ser humano crea más valor que cuanto consume, entonces, cuanta más gente haya en el mundo, especialmente si es gente libre, más seres humanos podrán vivir en la Tierra. Es de sentido común si uno atiende a que, en 1800 había 1.000 millones de personas en el mundo, pero el mundo era un lugar pobre. Pero hoy tenemos a 8.000 millones de personas en el mundo y, de media, el mundo es mucho más rico en lo que respecta a PIB per cápita. En el libro, miramos los estándares de vida en Estados Unidos, entre 1800 y 2018, y lo que encontramos es que los estadounidenses son 57 más ricos que en 1800.
Sólo esa estadística muestra la locura que es eso de decir que cuanta más gente hay en el planeta hay más escasez de recursos. Ahora tenemos en el mundo más gente que nunca y el mundo nunca fue tan rico. Obviamente, en los últimos dos años hemos visto problemas debido a la COVID-19 y a la guerra contra Ucrania, y las cosas se están haciendo más caras. Pero si uno mira con perspectiva histórica uno ve que el mundo es más rico. Piense en cómo era España en 1800 y cómo es ahora: una sofisticada sociedad occidental con más población que en 1800.
P: Pero es cierto que esa idea de que más población supone el agotamiento de los recursos está al orden del día. Nadie parece oponerse, salvo eventualmente libros como el suyo. ¿Cómo cree usted que se recibe un libro como el suyo hoy día?
Los economistas están completamente de acuerdo con lo que le estoy diciendo. Paul Romer, premio Nobel de economía en 2018, ya planteó la tesis que nosotros defendemos en nuestro libro. Nosotros estamos desarrollándola, con conceptos como el “precio temporal”. El precio temporal te dice el tiempo que uno trabaja para poder comprar algo. Este indicador está cayendo a un ritmo más rápido que incluso el precio de los recursos. Los economistas, en general, siempre han pensado que cuanta más gente haya en el mundo más prosperidad habrá. Esto es así desde hace mucho tiempo. Nuestras ideas no son bien recibidas, sin embargo, por los ambientalistas extremistas.
P: ¿A quién se refiere?
Yo distingo entre la gente que tiene buenas intenciones y que son ambientalistas moderados que creen en encontrar un equilibrio entre el desarrollo humano y la protección del medioambiente, entre los que me incluyo, y luego los ambientalistas extremistas, que ven a los seres humanos como un cáncer en el planeta. Es esa gente que cree que todo nuevo niño que viene al mundo es un problema. Esa idea no es cierta. Porque cada niño que viene al mundo lo hace con el estómago vacío, pero también con un cerebro. Nuestras ideas puede que no sean bien vistas por estos ambientalistas radicales. Pero hay un montón de economistas que están de acuerdo con nosotros. Dos premios Nobel de economía han apoyado el libro. Gente como Jason Furman, que fue asesor de Barack Obama, también defiende el contenido del libro, al igual que otros muchos otros notables que han leído el libro.
P: ¿Cómo de influyentes considera usted que son los ambientalistas extremistas de los que habla?
Son extremadamente influyentes. Europa, ahora mismo, está acusando un exceso de fervor ambientalista. Porque no hay nada en la composición física del planeta que esté evitando a Europa tener mucha energía a su disposición, ya sea con energía nuclear, con fracking, gas natural o petróleo. La escasez de energía que se está viviendo ahora en Europa es artificial, porque está siendo creada por los políticos europeos, y esto mismo lo estamos viendo de forma creciente en Estados Unidos. Son las políticas de nuestros gobiernos lo que está causando limitaciones artificiales. Por otro lado, en la población sigue estando muy presente esa idea de la peligrosidad del aumento de la población en el planeta.
No deja de ser relevante que muchos de los asesinos que han causado muertes en atentados como el de Anders Breivik, el psicópata noruego que mató a decenas de personas, dejaran antes de sus ataques un manifiesto con ideas malthusianas [del economista británico del siglo XVIII Thomas Malthus, quien planteaba los supuestos peligros de la superpoblación, ndlr.]. El australiano Brenton Harrison Tanant también mató hace unos años en Christchurch (Nueva Zelanda) a varias decenas de personas en varias mezquitas. También dejó escrito un manifiesto con ideas malthusianas. En Estados Unidos, el gran tiroteo que vivimos en Texas, también dejó un manifiesto diciendo que había demasiada gente en el mundo. Las ideas de Malthus están ahí fuera y están causando mucho daño, tanto a nivel de consumidores como también a nivel de individuos con estos crímenes a cargo de personas que creen que hay que empezar a matar gente para evitar que el mundo se quede sin recursos.
P: Según señalan ustedes en su libro, tan pronto como el comunismo cayó en el final de la Guerra Fría, se creó un vacío en la ideología que se oponía al liberalismo, el capitalismo y la democracia. Y ese vació lo pasó a ocupar el extremismo ambientalista.
Así es. Ahí fuera existe ese tipo de persona que siempre están buscando el modo de encontrar una alternativa para la democracia liberal y para el libre mercado. Pero también pienso que con el declive de la religión, la gente está en búsqueda de sentido y trascendencia. A mucha gente, el radicalismo ambientalista le sirve de refugio. De hecho, el extremismo ambientalista comparte muchos aspectos con la cristiandad. Cree, por ejemplo, en el Jardín del Edén, que sería el mundo antes de la revolución industrial. Tiene sus santos, como sería la activista sueca Greta Thumberg. En esta religión hay también demonios, que serían las compañías dedicada a a extracción de recursos fósiles. En esta nueva religión hay hasta bulas.
Porque, ahora mismo, hay gente muy rica y muy famosa viajando de acá para allá en aviones privados, quemando muchos combustibles fósiles y contribuyendo a que haya mucho más CO2 [dióxido de carbono, uno de los gases responsabilizado del calentamiento global, ndlr.]. Pero esta misma gente envía un par de cientos de millones de dólares a ONG's ambientalistas y eso supone que se laven sus pecados. ¿Cómo es que a Leonardo di Caprio, el gran ambientalista, no se le remueve la conciencia con todos esos viajes que hace en avión privado? Fácil, cumple con los ambientalistas radicales, dice lo que tienen que decir, ofrece aportaciones de dinero y nadie se queja. Es de una hipocresía increíble.
P: Ha desmitificado usted ya en esta entrevista el problema de población que denuncian organizaciones ambientalistas y algunas celebrities. Pero no ocurre lo mismo con el calentamiento global. ¿Cómo ve usted el problema del cambio climático?
Es un problema, pero es un problema que se puede gestionar. Esa apreciación es justo lo que me diferencia de los ambientalistas radicales. Creo que el planeta se está calentando pero se está calentando a un ritmo menos intenso del que nos dicen los extremistas. Creo que los seres humanos, emitiendo CO2 a la atmósfera, están contribuyendo al calentamiento global. Pero creo que los datos muestran que el cambio climático está teniendo lugar en una escala menor a lo que se suele afirmar. Mi posición no es especialmente controvertida, porque el panel de expertos de la ONU, el propio IPCC, ha dejado de utilizar el peor de los escenarios que calculaba. Ese famoso escenario en el que se predecía un calentamiento entre el 4 y 6 grados centígrados ha dejado de figurar en los cálculos porque ya nadie cree que el planeta se vaya a calentar a un ritmo tan rápido. Nos movemos más bien hacia un escenario en el que el planeta se calentará entre 2 y 3 grados celsius, puede que hasta cuatro, antes de 2100.
Pero con innovación e ingenio humano podemos reducir las emisiones. Podríamos, por ejemplo, empezar a construir más centrales nucleares, que no emiten CO2. En este punto particular, me pregunto sobre la sinceridad de los ambientalistas extremistas, porque si la mayor preocupación de estos ambientalistas son las emisiones, entonces, ¿Por qué no mirar a la mejor manera de reducir las emisiones, a saber, incrementar la producción de nuestras centrales nucleares? Se oponen a esto, y me pregunto si lo que quieren es acabar con que la humanidad siga haciendo crecer la economía. Creo que esto es inaceptable porque mucha gente en el mundo aún necesita el crecimiento económico.
P: Habla usted de adaptarnos al cambio climático, algo que presupone a su entender, de nuevo, libertad para que el ingenio encuentre esos modos de adaptación. ¿Pero qué hay que entender por libertad?
Un perfecto ejemplo de cómo los humanos se pueden adaptar al cambio climático es que un tercio de Los Países Bajos están bajo el nivel del mar. Eso no evita que la gente allí no sea muy productiva. Es una sociedad muy rica, porque lograron empujar al mar y poner a un tercio de su país bajo el nivel del mar, en un momento, además, en el que el país era menos rico y menos sofisticado tecnológicamente que ahora. Así, si los neerlandeses lograron protegerse de niveles del mar crecientes hace 200 años, cuando el PIB per cápita era equivalente al actual de Bangladesh, no veo razón por qué no podremos adaptarnos ahora. Por supuesto, el problema es que muchos países no tienen libertades políticas. Así que muchas de las cosas que podemos hacer para adaptarnos al cambio climático no se pueden hacer en otros países porque están corrompidos o no hay intereses en hacer inversiones allí.
P: ¿Qué forma de libertad cree usted que es la más importante?
Creo que la libertad de expresión es la libertad más importante. Porque permite cuestionar la ortodoxia, y expresar ideas aparentemente locas, como lo fue en su tiempo decir que el Sol está en el centro de nuestro sistema solar, en lugar de la Tierra. O decir que la Tierra no es plana. Todas estas proposiciones fueron atacadas en el pasado. Por decir cosas así a uno lo quemaban vivo. Pero han demostrado ser ciertas. Por eso la libertad de expresión es vital.
En esto, me preocupa que el debate sobre el cambio climático y sobre los recursos del plantea esté siendo limitado por gente que cree que la libertad de expresión es algo tóxico, gente que dice que si afirmas ideas inconvenientes eres un negacionista del cambio climático, o que no piensas de modo serio. Y no, hay muchas cosas matizables. Decir que existe el cambio climático es el primer paso, luego está el cómo nos adaptamos. Y eso es algo que debe estar sujeto a debate. Nada debería estar fuera de ese debate, por ejemplo, construir más centrales nucleares.
P: Mencionaba usted el ejemplo de Los Países Bajos. Esa sociedad, imagino, como buena parte de Europa, tiene problemas demográficos. No nacen suficientes niños. Ahora incluso hay gente que dice no querer traer niños al mundo para no hacer daño al planeta. ¿Es esto una amenaza para la “superabundancia” que ustedes plantean en su libro?
Podría serlo. En el corto plazo la amenaza podría venir por nuestra incapacidad de pagar todos los compromisos financieros que los gobiernos han hecho previamente. Si se quiere mantener un sistema de seguridad social y un sistema de pensiones saneado, o si quieres pagar tu deuda o mantener los impuestos bajos, hay que tener más gente. Pero si la población comienza a reducirse, entonces la gente tendrá que pagar más impuestos.
A largo pazo, la población mundial, que alcanzará su máximo en 2060 antes de empezar a descender, planteará en ese momento un problema serio en términos de crecimiento económico. Porque habrá menos gente teniendo nuevas ideas, que es lo que lleva a la innovación y al progreso tecnológico. Esto podría ser un problema, claro está. Parte se podría resolver con inteligencia artificial, o con la expansión de la libertad con superordenadores. Pero aún no tenemos esas tecnologías. Y aún así necesitamos gente que produzcan nuevas ideas. Porque las máquinas no producen nuevas ideas.
P: Da la sensación de que su libro es una alegato a favor del optimismo. ¿Es así?
Sí, pero un optimismo racional, un optimismo cauto. Nuestro trabajo no es un trabajo de predicción. Es un trabajo histórico en el que se mira al pasado y observamos que cuando una sociedad se está expandiendo en términos de población y cuando tiene las instituciones políticas y sociales adecuadas, entonces puede haber prosperidad. Pero eso no significa que la prosperidad esté garantizada. Porque si el mundo adopta la religión del ambientalismo extremo, o si perdemos nuestra libertad de expresión, o si hay menos democracias liberales en el mundo, o si el mercado queda reducido de forma que las señales del precio de las cosas dejan de importar porque son los Gobiernos los que dictan quiénes ganan y quiénes pierden, entonces, así, el futuro no va a ser superabundante.