Israel celebra su 75 aniversario en medio de la tormenta

  • Tel Aviv culmina los fastos de la efeméride en una creciente división interna y en medio de un repunte de la violencia

No ha sido apacible ninguno de ellos, pero el de su 75.º está siendo un año especialmente tumultuoso para las autoridades y sociedad israelíes. Simultáneamente Israel vive momentos de incertidumbre e inestabilidad tanto en el ámbito doméstico, la división de la sociedad ha quedado en evidencia en la reacción de una parte de la sociedad a la tentativa de reforma del sistema judicial auspiciada por el primer ministro Benjamín Netanyahu, como en el exterior, dados los altos niveles de violencia registrados desde que comenzó 2023 y el recurrente fuego cruzado entre las Fuerzas de Defensa israelíes y las organizaciones palestinas.

Israel cumple sus primeros 75 años –el moderno Estado israelí fue proclamado por David Ben-Gurión el 14 de mayo de 1948- como una realidad incontestable en Oriente Medio, con una democracia sólida y consolidada –aunque no exenta de riesgos- y una de las economías más dinámicas e innovadoras del mundo –la start-up nation-, amén de uno de los ejércitos más poderosos de la región y el planeta. En la otra cara de la moneda, la ocupación de los territorios palestinos, el enquistamiento de la cuestión y la violencia terrorista.

El fracaso del proceso de paz

El gran fracaso de estos tres cuartos de siglo no ha sido otro que el problema palestino, que seguirá irresuelta previsiblemente en los próximos años. Si Israel celebraba este fin de semana sus primeros 75 años de vida, a los palestinos les ha tocado protestar por los tres cuartos de siglo de la Nakba (la catástrofe).  No existe nadie en ninguno de los dos bandos hoy con la capacidad afrontar con valentía y altura de miras el problema. Faltan estadistas como sí, en cambio, en algún momento los hubo.

No serán los artífices de nuevos acuerdos de paz ni Mahmud Abás, de 87 años y presidente de la Organización para la Liberación de Palestina desde 2004 y después presidente del Estado palestino desde 2014, ni Benjamín Netanyahu, de 73 años y casi 16 de ellos al frente del Ejecutivo israelí. Las negociaciones de paz no existen víctima de la intransigencia de las dos partes. El ex ministro israelí de Exteriores y primer embajador en España Shlomo Ben Ami escribe con pesimismo en su recientemente publicado Profetas sin honor que “por desgracia, la clásica solución de dos Estados por la que luchamos durante toda nuestra vida política e intelectual ya no está en el menú de opciones; es probable que nunca lo estuviera”. “Si, como es de esperar, todas las vías para una solución pacífica de la tragedia de Palestina continúan bloqueadas, la historia tendrá la última palabra, ya sea a través de una gran guerra provocada por disputas candentes, como Jerusalén o Irán, ya sea tras otro terremoto geoestratégico regional”, advierte el también hispanista israelí.

Si la solución de los dos Estados ha muerto, antes o después las autoridades israelíes tendrán que asumir la realidad: gestionar la realidad de un único Estado, comprendido entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, con un empate demográfico grosso modo entre judíos en las actuales Israel y Cisjordania y palestinos en Jerusalén Este, Gaza, Cisjordania y el propio Israel. 

Si la brecha entre las dos sociedades, con sus dos referentes nacionales y visiones del mundo contrapuestos pugnando por un mismo territorio, sigue siendo tan amplia como siempre, también se acrecienta la distancia entre los distintos sectores de la sociedad israelí. El antagonismo entre los partidarios del Gobierno de Netanyahu, la administración más conservadora de los 75 años de historia israelí –la coalición liderada por el Likud incluye formaciones derechistas y ultraortodoxas como Poder Judío o Shas-, y los sectores seculares y liberales, radicados fundamentalmente en la ciudad de Tel Aviv, ha quedado de manifiesto en la insistencia y el volumen de las manifestaciones –también las mayores de estos tres cuartos de siglo de historia del país, 19 semanas seguidas- contra la reforma del sistema judicial propugnada por el primer ministro (que pretende reducir el poder de la Corte Suprema en favor del Parlamento).

Al igual que Israel ha cambiado en estos 75 años, la región –la misma que fue testigo de las guerras de 1948, 1967 y 1973, entre otras- tampoco es la misma que cuando se produjo la fundación del Estado moderno de Israel. El problema palestino ha dejado de ser central en la región, superado por la realidad –la rivalidad entre Irán y Arabia Saudí, el ascenso del terrorismo yihadista, las secuelas de Primavera Árabe, Siria, etc.- y, en consecuencia, condiciona en una medida distinta a antaño las relaciones globales entre Israel y sus vecinos árabes.

El hito de los Acuerdos de Abraham

La manifestación más alentadora para Tel Aviv de la nueva realidad que se abre en Oriente Medio y el norte de África quedó plasmada en la firma de los conocidos como Acuerdos de Abraham en septiembre de 2020, suscritos entre Israel y dos países árabes: Emiratos Árabes Unidos y Bahréin.

En diciembre de aquel año se adheriría al acuerdo Marruecos, que ha desarrollado desde entonces con Israel una dinámica y ambiciosa alianza que se manifiesta en los ámbitos político, económico y militar (en noviembre de 2021 Rabat y Tel Aviv suscribieron el primer acuerdo de defensa entre una nación de la Liga Árabe e Israel). Aunque la disputa encarnizada que por el poder mantienen en estos momentos el Ejército y los paramilitares impide prever cómo serán las relaciones exteriores de Sudán en los próximos tiempos, en octubre de 2020 las autoridades del país árabe firmaban un acuerdo para la normalización de relaciones con Israel. Lo cierto es que, desde 1994, cuando Israel y Jordania firmaron el acuerdo de paz, el Estado israelí no había sido reconocido por ninguna otra nación árabe (el único precedente databa de 1979, cuando Israel y Egipto firmaron la paz un año después de Camp David).

A pesar de que ninguno de los tres países árabes firmantes de los Acuerdos de Abraham haya decidido dar marcha atrás o matizar los términos de la normalización de relaciones, lo cierto es que el espíritu de aquellos, que para los más optimistas aventuraba el inicio de una nueva época, definitiva en la aceptación regional de Israel, ha languidecido en los últimos tiempos.

No en vano, la informalmente conocida como II Cumbre del Néguev –porque en el desierto israelí homónimo tuvo lugar la primera-, que debía haberse celebrado esta primavera en suelo marroquí con la participación de los ministros de Exteriores de Emiratos, Egipto, Jordania, Bahréin, Estados Unidos, Marruecos e Israel, sigue en el aire y sin fecha. Y, sobre todo, ningún otro Estado –a pesar de que sonaba con insistencia Arabia Saudí- se ha sumado a la nómina de los firmantes de los Acuerdos de Abraham desde finales de 2021. Y no se espera a nadie en el camino.

Si la polarización entre la teocracia iraní y la monarquía saudí, con sus innumerables conflictos por interposición, favorecía el acercamiento entre Tel Aviv y Riad, el acuerdo alcanzado entre ambos regímenes para la normalización de relaciones, después de varios años de tensiones, el pasado mes de marzo aleja esa perspectiva.

Aunque no constituya nada nuevo, Israel ha vuelto a ser atacada casi de manera simultánea por sus vecinos desde varios flancos. Si la situación en el frente libanés es más apacible ahora que en otros tiempos merced al acuerdo alcanzado en octubre pasado por el Gobierno de Netanyahu con Hizbulá a propósito de las fronteras marítimas y las reservas marinas de gas, la situación se ha recrudecido en Gaza, fundamentalmente a propósito de Yihad Islámica.

Las fuerzas israelíes se preparan para lo que se juzga como inminente respuesta violenta de Yihad Islámica –patrocinada por el régimen iraní-, que gana en los últimos meses todo el protagonismo que Hamás parece ceder, tras la última operación de Tel Aviv en Gaza. Un total de 33 personas han perdido la vida en cinco días, entre ellos tres líderes de Yihad Islámica, y dos en Israel. Unas maniobras definidas este domingo por Netanyahu como “operación perfecta”. “Anoche concluimos con éxito cinco días de lucha contra la organización terrorista Yihad Islámica”, afirmó el mandatario, que regresó al poder en diciembre de 2022 tras 18 meses fuera de él, en declaraciones recogidas por EFE.

Los primeros cinco meses de 2023 están siendo los más violentos desde 2000: más de un centenar de palestinos y árabes-israelíes han muerto en incidentes violentos con Israel y casi dos decenas de personas han perdido la vida del lado israelí. La última escalada fue desencadenada por la muerte de un terrorista de Yihad Islámica, Khader Adnan, en una cárcel israelí después de haber permanecido 87 días en huelga de hambre.

Nadie duda de que Israel, cumplidos los 75 años, ha venido para quedarse. Y lo hará en una de las regiones más complejas e inestables del mundo. El sueño nacionalista de los primeros sionistas, el de reunir en la tierra prometida a las comunidades judías del mundo, se ha cumplido. Igual de consolidada está su democracia, y de la vitalidad de sus valores democráticos da cuenta la extraordinaria movilización de una parte de la sociedad israelí ante lo que ha sido percibida como un abuso de poder por parte de Netanyahu.

La economía israelí hace de la necesidad virtud y es puntera en ámbitos como la alta tecnología, la ciberseguridad, la defensa, la energía, los servicios financieros, la industria farmacéutica o la agricultura y el agua, y el PIB per cápita ha aumentado nada menos que un 39% desde 2009. Pero los problemas de Israel –que no son pocos- permanecen intactos, y no se resolverán solos. Será necesario que los líderes israelíes del futuro adopten decisiones valientes y arriesgadas que, por otra parte, no han faltado en estos 75 años de historia.