Israel se acerca a las celebraciones de su 75.º aniversario no en el peor momento de su historia desde luego, pero sí en una circunstancia difícil. Recientemente el país ha sufrido ataques con cohetes, en menos de una semana, procedentes del sur del Líbano y la Franja de Gaza y Siria de manera simultánea, atentados terroristas y sigue registrando protestas contra la reforma del sistema judicial impulsada por el primer ministro Netanyahu (este mismo sábado Tel Aviv era escenario de otra nutrida manifestación). El regreso del veterano político al poder, su nuevo gobierno y los incidentes registrados en Al Aqsa han provocado desde la frialdad a la condena del conjunto del mundo árabe.
A pesar de que la espiral de violencia registrada a principios de este mes a propósito de las tensiones en la mezquita Al Aqsa de Jerusalén no ha acabado derivando en un conflicto bélico a escala regional sí ha sido indicativo de que, como casi siempre, los aparentes equilibrios en que se mueve la región son siempre precarios.
Si el acuerdo alcanzado en octubre pasado entre Israel y el Gobierno libanés –con el beneplácito de Hezbulá, la poderosa milicia libanesa vinculada a Irán- en relación con el reparto de los nuevos yacimientos de gas natural hallados en aguas del Mediterráneo oriental conseguía disipar –al menos en una temporada- la perspectiva de una nueva guerra, lo ocurrido este mes de abril deja muy a las claras que los enemigos de Israel son muchos. Y que están dispuestos a atacar, coordinadamente, en cualquier momento.
No en vano, esta misma semana el presidente iraní Ebrahim Raisi amenazó con destruir Tel Aviv y Haifa en un discurso pronunciado en el día nacional del Ejército: “El más mínimo error contra nuestro país será respondido con dureza y acompañado por la destrucción de Haifa y Tel Aviv”.
Esta vez los ataques con cohetes contra Israel desde el sur del Líbano –considerada la mayor ofensiva desde 2006- no llevaron la firma de Hezbolá, sino de Hamás (aunque es de todo punto inverosímil que haya algo que se mueva en el feudo del grupo chiita liderado por Hassan Nasrallah y no cuente con el plácet de la milicia considerada terrorista por Estados Unidos. No en vano, el pasado día 9 se reunieron en Beirut el secretario general de Hezbolá y líderes de Hamás). La organización islamista sunita palestina no se atribuyó directamente la ofensiva, más de tres decenas de proyectiles, pero sus líderes celebraron los ataques, neutralizados casi en su totalidad por el escudo antimisiles israelí.
No han sido los únicos. Desde suelo sirio, las investigaciones apuntan a que los ataques contra Israel llevan la firma de las Brigadas Al Quds, brazo armado de Yihad Islámica (una organización yihadista palestina, considerada terrorista por Estados Unidos y la UE, nacida en 1987). No casualmente, el comandante iraní de las Brigadas, Ismail Qaani, se encontraba en Damasco esos días. Desde Gaza se lanzaban casi medio centenar de cohetes. Lo cierto es que Tel Aviv respondió de manera contenida con tal de evitar una conflagración regional.
El desencadenante de la penúltima escalada ha sido la tensión en torno a la mezquita Al Aqsa de Jerusalén durante el recientemente concluido mes de ramadán. Hasta en dos ocasiones las fuerzas de seguridad israelíes irrumpieron en el lugar en plenas oraciones de los musulmanes. La tensión en torno al tercer lugar más importante para los musulmanes y para la tradición judía el Monte del Templo impulsó a la Liga Árabe a reunirse de urgencia. Uno de los países impulsores de la convocatoria de la organización es la monarquía hachemí, que es la parte responsable de la custodia de la Explanada de las Mezquitas y uno de los más fiables socios de Israel en la región.
El enfado de la monarquía jordana con las autoridades israelíes ante lo que consideran un ruptura del ‘status quo’ es considerable. En este sentido, según una información de la cadena qatarí Al Jazeera, el Ministro de Exteriores jordano Ayman al-Safadi rechazó hasta en tres ocasiones descolgar el teléfono a representantes gubernamentales israelíes mientras duró la crisis en torno a la mezquita Al Aqsa. Además, el canciller jordano se habría negado a aceptar que el líder, jordano, de la autoridad conocida como Departamento Waqf ayudara a evacuar a los palestinos que se enfrentaron a las fuerzas israelíes.
Hay que recordar que Netanyahu visitó por sorpresa Amán en enero apenas cuatro semanas después de tomar posesión del cargo para entrevistarse con el rey Abdalá, con quien llevaba más de cuatro años sin encontrarse (aunque no hubo fotos del encuentro). El primer ministro israelí prometió al monarca hachemita el respeto del ‘status quo’ en la zona más sensible de la Ciudad Vieja de Jerusalén –que, en síntesis, exige que sólo los musulmanes puedan rezar en la Explanada de las Mezquitas-, y lo ha repetido después. En enero, el ministro de Seguridad Nacional, el ultraderechista Itamar Ben Gvir, visitó la zona en medio de la polémica y las amenazas de los grupos palestinos.
Simultáneamente Israel ha sufrido el zarpazo terrorista recientemente tanto en su suelo como en Cisjordania. Entre los días 6 y 7 de este mes dos hermanas británico-israelíes morían tiroteadas por un ciudadano palestino en una carretera situada al norte de los Territorios. Su madre, malherida, perdería la vida apenas unos días después. En Tel Aviv, en pleno paseo marítimo, moría arrollado por un vehículo -conducido por un palestino- un turista de nacionalidad italiana, un atentado que dejó varios heridos más.
Además, el 10 de abril un palestino de 15 años murió tras recibir varios disparos de las fuerzas israelíes durante los enfrentamientos registrados en un campo de refugiados situado en las proximidades de la ciudad de Jericó. A comienzos de mes dos palestinos habían sido abatidos en Naplusa. Los primeros meses de 2023 están siendo especialmente sangrientos. Son los meses más violentos del conflicto desde el año 2000: han muerto 96 palestinos y árabes-israelíes en incidentes violentos con Israel y también 18 personas del lado israelí (cifras que se elevan a 250 palestinos muertos entre combatientes y civiles y por encima de 40 israelíes tomando el último año).
El espíritu que animó los Acuerdos de Abraham, firmados inicialmente en septiembre de 2020 entre Israel, con Benjamín Netanyahu entonces como ahora como primer ministro, y dos países del Golfo, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, y posteriormente también suscritos por dos monarquías más, Marruecos y Omán, en meses posteriores, pierde fuelle.
No en vano, la visita prevista del jefe del Gobierno israelí a Emiratos sigue aplazada sine die. Entretanto, la perspectiva que hasta hace poco parecía muy cercana de establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia Saudí parece desvanecerse como consecuencia del acuerdo que a comienzos del pasado mes de marzo alcanzaron la monarquía saudí y el régimen de los mulás iraní. No en vano, Riad se acerca entretanto a Siria y a Hamás.
Incluso Israel se llevó la “condena” del Ministerio de Exteriores de Marruecos a la intervención de sus fuerzas de seguridad en el complejo de Al Aqsa. Desde la visita del jefe del Ejército del Aire israelí al país magrebí el pasado mes de febrero no se ha vuelto a producir otro encuentro al más alto nivel entre representantes de los dos países después de meses frenéticos de visitas. Además, la conocida como segunda cumbre del Néguev, que tenía que haberse celebrado con los países firmantes de los Acuerdos de Abraham en suelo marroquí durante el pasado mes de marzo, sigue sin fecha.
Transcurrido, por tanto, año y medio de la firma de los primeros acuerdos de paz entre Israel y una nación árabe desde 1994 –cuando el Estado judío y Jordania normalizaron relaciones- el escenario es más desfavorable para Israel. Emiratos sigue marcando una política exterior propia y desacomplejada, Estados Unidos confirma su cada vez menor interés por Oriente Medio, al tiempo que China deja claro su apetito por convertirse en el nuevo bróker mundial en la región, el régimen autocrático de Bachar el Assad está culminando su rehabilitación y, recientemente, Irán, el archienemigo de Israel y la monarquía saudí firmaban la paz gracias a los auspicios de Pekín. A propósito de los planes de reforma judicial, el presidente estadounidense Joe Biden pedía a Netanyahu que “no continuara por ese camino”.
No corren, pues, vientos favorables para Israel que, además de la amenaza terrorista y la de las organizaciones implantadas en suelo sirio, libanés y gazatí, ve cómo con algunos de los países árabes recientemente convertidos en socios u otros con los que mantiene relaciones diplomáticas estables desde hace años las cosas se enfrían. Es la otra cara de la moneda del indudable éxito económico y humano de la sociedad israelí, que cumplirá 75 años el próximo 14 de mayo.