Elecciones turcas: ¿Adiós a Erdogan?
Tras más de dos décadas en el poder, Recep Tayyip Erdogan puede estar viviendo sus últimas semanas como presidente de la República turca
La crisis económica y las consecuencias del terremoto, que se cobró más de 50.000 vidas en el sur del país, pondrán a prueba el próximo 14 de mayo al protagonista absoluto de la política turca
Su rival en la doble cita electoral será el socialdemócrata Kemal Kilicdaroglu, de 74 años, quien se presenta al frente de una variopinta alianza formada por seis formaciones políticas
Desde hace más de una década el nombre de Recep Tayyip Erdogan (1954), y cualquiera que haga una búsqueda en la Red o en los periódicos de aquí y de allá puede comprobarlo, está asociado al título de sultán, a la autocracia y la dictadura como peligro para la democracia secular kemalista, al islamismo y al neootomanismo como idea rediviva para un Oriente Medio tan turbulento como siempre. El todopoderoso Erdogan, de 69 años, protagonista absoluto de la vida política turca desde hace más de dos décadas, el padre de familia ejemplar, el ambicioso hombre fuerte dispuesto a llevar a Turquía a los mejores días de su historia contemporánea, el patrón de la democracia iliberal puede estar viviendo sus últimas semanas en el poder. El próximo 14 de mayo los turcos se darán cita en las urnas en una doble convocatoria presidencial y parlamentaria. Los especialistas apuntan, cuando menos, a una reñidísima batalla entre Erdogan, líder del AKP (Justicia y Desarrollo), y Kemal Kilicdaroglu, máximo responsable del socialdemócrata CHP (Partido Republicano del Pueblo) y cabeza de una alianza formada por seis formaciones. Algunas encuestas sitúan al candidato del CHP, de 74 años, con una cierta ventaja sobre Erdogan.
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La posibilidad de que Erdogan, primero once años como primer ministro, casi una década como presidente después, pueda perder el trono del sultán dentro de apenas dos semanas constituye la mejor prueba de que, a pesar de los envites sufridos por mor de las ambiciones del líder del islamista AKP, la democracia turca resiste. En 2019 el partido de Erdogan ya perdió a manos de los socialdemócratas del CHP las alcaldías de las dos principales ciudades del país, Ankara y Estambul –que se sumaban a Esmirna-, lo que supone un reflejo de la tendencia entre las clases medias urbanas turcas.
En opinión del analista tuco Soner Cagaptay, “es improbable que haya fraude a gran escala”. Además, asegura el director de Estudios Turcos en el Washington Institute for Near East Policy, “los ciudadanos turcos han demostrado que les encanta votar. En las elecciones locales de 2019 la participación fue del 86%. A menudo los ciudadanos turcos regresan a los colegios después de votar para asistir a los recuentos. En este sentido, son una válvula de seguridad en favor de la democracia turca”.
Autoritarismo y ambición
No en vano, las dos décadas de Erdogan en el poder han estado marcadas por el autoritarismo y la ambición. Tras más de una década como primer ministro, las limitaciones constitucionales le obligaron a abandonar el cargo en 2014. Comenzaba la andadura de Erdogan como presidente de la República: dos años después el líder del AKP anunciaba una reforma constitucional que haría del turco un régimen presidencialista, cuando hasta entonces el cargo de jefe del Estado era fundamentalmente ceremonial. En 2017 las urnas avalaban el cambio en referéndum (el candidato Kilicdaroglu promete regresar al modelo parlamentario si resulta ganador).
Su momento, sin duda, más difícil en el poder fue la tentativa fallida de golpe de Estado sufrida en el verano de 2016 en Ankara. Dos de las consecuencias han sido la imposición durante más de dos años del Estado de emergencia y la purga de decenas de miles de personas incómodas para Erdogan dentro y fuera del Ejército.
Otra de sus grandes obsesiones ha sido la de los medios de comunicación. Durante sus dos décadas en el poder Erdogan ha encarcelado a más de tres centenares y medio de periodistas y perseguido decenas de medios de comunicación opositores. El presidente turco ha forjado un panorama mediático mayoritariamente afín a su figura y postulados. El ataque a los medios no puede desligarse de las agresiones a las que ha sometido a las libertades civiles. Igualmente obsesivo para el líder del AKP y ex alcalde de Estambul ha sido su nacionalismo turco y su persecución del movimiento kurdo. En 2015 fracasaba definitivamente el proceso de paz entre el Gobierno y la insurgencia kurda. El líder del HDP (Partido de la Democracia de los Pueblos) –tercera fuerza parlamentaria turca-, Selahattin Demirtas, sigue a día de hoy cumpliendo en la cárcel una condena de 142 años, acusado de estar vinculado con el PKK).
Erdogan siempre ha sabido dónde ha estado su granero de votantes, frente a la Turquía de las grandes ciudades, la Anatolia rural y conservadora. No en vano, Erdogan es hijo de un guardacostas del mar Negro que se trasladó cuando el actual presidente tenía 13 años a vivir junto al resto de su familia a Estambul, en una de cuyas universidades el líder turco se graduó en economía tras haber asistido a la escuela coránica.
Media Turquía lo adoró durante años, la otra media, como quedó plasmado en episodios como las protestas del parque Gezi en Estambul en la primavera de 2013, no lo soportó. El de la división de la sociedad turca será, indefectiblemente, uno de los legados del político.
En política exterior, Erdogan puede atribuirse el indudable éxito de haber puesto a su país en el mapa en los últimos años. A medida que la doctrina de los “cero problemas con sus vecinos”, atribuida a su antiguo ministro de Exteriores –y hoy rival- Ahmet Davutoglu, iba perdiendo la batalla frente a la ambición neootomana, los problemas con los vecinos –desde la Siria de Bachar el Asad, los kurdos, el Estado Islámico o la propia UE, con la que se enfrentó a propósito de los refugiados sirios- crecían para el presidente turco.
Al tiempo, el mandatario turco ha sido capaz de conjugar su papel como miembro y aliado de Occidente en la OTAN con su alianza estratégica con Rusia en Oriente Medio, mantener relaciones fluidas con Israel y los movimientos islamistas (como los Hermanos Musulmanes) a un tiempo.
Los especialistas vincularon las ambiciones de Erdogan con una suerte de neootomanismo, en el que Turquía, como heredera del antiguo Imperio, aspira a ejercer un papel de liderazgo, arbitraje e influencia política y económica en Oriente Medio y el Norte de África. Con mayor o menor fortuna, Erdogan lo ha intentado: las empresas turcas se expanden por África, las tropas turcas presumen de controlar una amplia franja en el norte de Siria y de tener bajo control la amenaza kurda, el mandatario disfruta de un importante ascendiente entre los movimientos islamistas suníes y los países euroasiáticos del Consejo Turco, apoyó al gobierno de Fayez al Sarraj en el conflicto civil de Libia y, como queda dicho, mantiene buenas relaciones –aunque desiguales- con Israel, Irán, Arabia Saudí y Rusia. En su afán refundador, Erdogan se propuso incluso cambiar la denominación en inglés de su país: de Turkey a Türkiye.
Golpeado por la crisis económica y el terremoto
Sin duda la crisis que ha viene golpeando a la economía turca, otrora considerado uno de los milagros económicos del continente, será uno de los principales elementos que los ciudadanos turcos tendrán en cuenta en la doble cita del 14 de mayo. La inflación, contenida en los últimos meses, llegó a marcar más de un 80% durante el verano pasado (la mayor de los últimos 24 años). Como en la segunda década del siglo XX, Turquía –entonces el Imperio otomano- es ahora el enfermo de Europa. O, al menos, uno de ellos. En el haber indudable de Erdogan estos años ha de constar un robusto crecimiento económico y una impresionante renovación de las infraestructuras.
Igualmente erosivas para la imagen de Erdogan han sido las consecuencias del terremoto registrado el pasado 6 de marzo en el sur del país. Al menos 50.000 personas perdieron la vida y más de 1,5 millones más de ciudadanos perdieron sus hogares en una tragedia parcialmente anunciada y que no puede explicarse sin décadas de corrupción urbanística.
Toda la fortuna que acompañó a Erdogan durante décadas parece haberse desvanecido en las últimas semanas. El político rocoso y de verbo afilado ha mostrado recientemente problemas de salud ante las cámaras. El pasado día 25 de abril, Erdogan se veía obligado a abandonar en directo una entrevista al sufrir una indisposición estomacal. Unos problemas de salud que lo tendrían fuera de la campaña durante tres días. No han faltado, en cualquier caso, las especulaciones sobre la salud de Erdogan durante años: en 2011 y 2012 fue sometido a dos intervenciones quirúrgicas gastrointestinales y en ese segundo año se aseguró que el entonces primer ministro turco padecía un cáncer terminal y que le quedaban apenas dos años de vida.
Eso sí, a pesar de sus recientes problemas de salud, el líder turco no ha perdido su olfato político: durante su convalecencia inauguró virtualmente junto a su socio Vladimir Putin una central nuclear en el sur de Turquía y al cuarto día resucitó anunciando la muerte del líder del Estado Islámico, Abu al Husein al Huseini al Qurashi, en el norte de Siria gracias a una operación de la Inteligencia de su país. Un golpe de efecto cuyos resultados serán muy pronto sometidos al dictamen de las urnas.
Resulta difícil imaginar una Turquía sin Erdogan después de dos décadas de poder y ambición, como también –salvando las distancias de dos regímenes y sociedades con concomitancias pero muy diferentes- lo es imaginar una Rusia sin Putin, pero puede ser este el final de la ambiciosa carrera política del líder del AKP. Los comicios del próximo 14 de mayo dictarán sentencia –y esa será la mejor noticia para su país- para una de las figuras clave de la historia contemporánea de Turquía y el conjunto de Europa.
En este sentido, los economistas turcos Daron Acemoglu y Cihat Tokgoz aseguraban recientemente en una tribuna que “las demandas de cambio político pueden surgir de lugares inesperados y, cuando lo hacen, pueden ofrecer esperanza a millones de personas”. “Eso, más que un nuevo gobierno, es lo que requiere el verdadero cambio. Para reconstruir la democracia turca, los turcos necesitarán deshacerse de Erdogan, confrontarse al lobby de la construcción y entonces volver al trabajo para restaurar instituciones esenciales, empezando quizás por los medios de comunicación”.