El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos ha reportado más de 200 casos de recolectores de trufa del desierto sirios asesinados a manos del Estado Islámico desde que empezó la temporada a principios de febrero. El último ataque se ha registrado hoy, al este de Hama, y se ha saldado con la muerte de 26 civiles tras recibir los disparos de un grupo de hombres armados.
Las llaman "hijas del trueno", a esta especie de trufa blanca y negra que se puede encontrar en las zonas más áridas de los desiertos de Oriente Próximo, porque el folklore local las considera como un regalo de las tormentas más feroces del invierno que durante siglos ha mantenido a familias sirias enteras que, entre los meses de febrero y abril, se han desplazado en campamentos nómadas al este del país para buscar este secreto que se esconde bajo la arena.
Pese a ser algo más baratas que sus semejantes europeas y su sabor, también más suave pero no menos preciado en la alta gastronomía y la cultura culinaria local, las trufas del desierto se cotizan por encima de los 25 euros el kilo en los bazares de Damasco, un precio que no pretende acercarse a los más de 500 que alcanza en las subastas de Occidente, pero que representa un ingreso de efectivo rápido y elevado en un país en que el salario medio apenas llega a los 20 euros.
Después de doce años de guerra, más del 90% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, según datos de las Naciones Unidas en 2022, lo que ha lanzado a miles de hombres y mujeres a explorar un desierto infinito en el que encontrar este preciado hongo que dará de comer a su familia. Pero este vacío también es el último bastión del Estado Islámico.
Y al Estado Islámico no le gustan las visitas, que se han convertido en la oportunidad de las células durmientes refugiadas en las zonas más remotas de Siria para reivindicar su poder y mandar un mensaje que recuerde la presencia de la organización en más de la mitad del país.
Según recoge el citado Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (SOHR, por sus siglas en inglés), con sede en el Reino Unido, varios cientos de recolectores de trufa han muerto en los últimos años en el desierto siro a causa de la explosión de minas antipersona, tiroteos e, incluso, degollados después de ser secuestrados, por miembros del estado yihadista escondidos en el desierto, pese a que la organización terrorista no suele reivindicar la autoría de los atentados.
Aprovechándose del peligro y la desesperación, algunos grupos de las fuerzas armadas progubernamentales, se han unido en los últimos años a la campaña de recolección de la trufa, ofreciendo una supuesta protección a cambio de un buen trozo del pastel, que puede llegar a superar el 50% de la venta, y que no asusta a los miembros de la insurrección islamista, que se ha cobrado también la vida de varias decenas de estos guardianes.
Algunos documentos audiovisuales publicados por el SOHR, incluso muestran a miembros de la armada del régimen de Bashar al-Asad usando camiones de uso miliar para el transporte de cajas de trufas hasta el mercado de la ciudad de Mayadin, cerca de la frontera este con Irak.
De hecho, un testimonio recogido en un artículo del New York Times, cuenta la sospecha generalizada de que algunos de los ataques a los recolectores han sido perpetrados por los mismos militares que les ofrecen protección, con el objetivo de disuadir a los que se aventuran a adentrarse en las fauces del lobo sin pagar el rentable "impuesto" de escolta.
El mismo testigo afirma que los saqueos se han convertido en una práctica habitual por parte de aquellos que no quieren quedarse al margen del provechoso negocio.
Tras una larga década de lucha por el poder en Siria, ahora civiles, militares del gobierno y células del Estado Islámico disputan cada año una guerra de tres meses por un hongo que en el país alimenta a miles de bocas, pero en Europa sólo las de quienes puedan pagar el precio de un lujo más salpicado de sangre.