¿Qué intenciones tiene China en Oriente Medio?
El gigante asiático ha exhibido músculo ante la comunidad internacional al lograr poner de acuerdo a los dos archienemigos de la región, Irán y Arabia Saudí, algo que parecía imposible hace unas pocas semanas
Pekín aprovecha el vacío dejado en Oriente Medio por Estados Unidos, cada vez más autosuficientes energéticamente y en retirada en la región.
El fin atropellado de la ‘Françafrique’
El acuerdo entre la monarquía saudí y el régimen iraní, después de décadas de disputas y enfrentamientos por interposición en la región, alcanzado a comienzos del mes de marzo gracias a los auspicios de Pekín supusieron un auténtico aldabonazo por parte de China, la superpotencia económica pero diplomáticamente reticente.
En las relaciones internacionales no hay espacios vacíos: Pekín quiere ocupar el que Estados Unidos, menos dependiente que nunca del crudo saudí, cada vez más interesado por el Extremo Oriente, viene dejando desde hace al menos una década. Pero ¿un mayor papel y presencia de China en Oriente Medio redundará en una mayor seguridad y prosperidad? ¿Tienen Estados Unidos y Occidente en su conjunto motivos para la preocupación?
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Pero ¿tiene China un fin claro y concreto en Oriente Medio? ¿Una estrategia articulada? En reciente artículo, el medio oficial China Daily aseguraba que los auspicios chinos para que Teherán y Riad restablecieran relaciones constituyen “el último ejemplo del papel de China como potencia responsable”. “Los apretones de manos entre los dos países de Oriente Medio [en relación a los representantes iraníes y saudíes] son una victoria para el diálogo y la paz, además de buenas noticias para el mundo, pues se muestra el papel constructivo de China en la promoción de la paz, según los expertos”, abundaba el medio estatal chino. El régimen insiste, por tanto, en la idea de la responsabilidad.
Pero, más allá de la prosa oficial de la diplomacia china, parece nítido que el primer objetivo de las autoridades chinas ha sido el de exhibir fuerza ante Estados Unidos y el mundo. El mensaje es claro: si China es capaz de poner de acuerdo a Irán y Arabia Saudí, enemigos irreconciliables –el tiempo dictará sobre la sinceridad del pacto- desde hace años, está al alcance de todo.
China ha venido para quedarse. En palabras del director del programa para Oriente Medio del think tank estadounidense Center for Strategic and International Studies (CSIS), Jon B. Alterman, “el mensaje no tan sutil que China envía es que mientras Estados Unidos es el poder militar preponderante en el Golfo, China es una presencia diplomática en ascenso”. “Ello contribuye a la percepción del poder e influencia chinos en el mundo, y a la narrativa de una presencia menguante de Estados Unidos a escala global”, añadía recientemente el investigador en una entrevista.
El otro gran mensaje de China al mundo es el de que son una fuerza para el bien: el acuerdo de paz entre saudíes e iraníes es bueno para la región y la comunidad internacional. Está llamado a rebajar la tensión entre dos potencias regionales y, con ello, se abren perspectivas halagüeñas para otros focos de conflicto como Yemen, Siria, Irak o el Líbano donde Teherán y Riad se enfrentan a través de actores proxy. Las esperanzas de alto el fuego en Yemen son hoy más altas que hace un mes.
Menos optimista es la opinión de otros analistas y diplomáticos respecto al nuevo papel de Pekín en la región cuando creen que China puede desempeñar un papel semejante al que viene jugando la Rusia de Putin en la región en los últimos años: el de spoiler de las iniciativas occidentales en Oriente Medio.
Al analizar el acercamiento entre la monarquía saudí y la teocracia de los ayatolás en función de los intereses más pragmáticos e inmediatos no hay dudas de que a China le conviene evitar una escalada en la disputa entre las dos potencias regionales: no en vano, China es el primer cliente del crudo saudí e iraní (sólo el gigante asiático supone el 30% del comercio exterior iraní).
La importancia del mercado chino para la región ha ido en paralelo al espectacular crecimiento económico experimentado en los últimos años por el gigante asiático, que ha pasado de suponer el 3% de las exportaciones de petróleo de los países del Golfo al 30% en el curso de tres décadas, según datos del Financial Times. Desde 2020 China es el principal socio comercial del mundo árabe.
“A corto plazo, el mercado de la energía se ha convertido en el motor de las relaciones chinas en la región del golfo Pérsico”, concluye el especialista Miguel Ángel Melián en un artículo publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) a finales de 2021. “Sin olvidar el denominado ‘collar de perlas’ que el gigante asiático está intentando establecer en el mar del Sur de China para controlar el abastecimiento marítimo y garantizar su seguridad por dicha vía, donde el centro de atención se encuentra en el interés de blindar zonas estratégicas como el estrecho de Malaca o lugares estratégicos similares”, abundaba el experto en relaciones internacionales.
El ascenso chino en Oriente Medio coincide, no en vano, con la pérdida de influencia de Estados Unidos en la región en los últimos años. Si Estados Unidos –indestructible su vínculo con Israel y fundamental su presencia militar en la región en todo caso- pierde fuerza en la región, China y Rusia han demostrado que están más que al quite para ocupar el espacio. El acercamiento entre Riad y Teherán compromete, por otra parte, la posibilidad de un acuerdo entre Israel y la monarquía saudí, al tiempo que, junto con la escalada de tensión que vive la región, enfría la euforia provocada en Tel Aviv por los Acuerdos de Abraham.
Washington, que no tiene relaciones diplomáticas con el régimen de los mulás, no podría sencillamente haber ejercido el papel mediador desempeñado por China en la aproximación entre Riad y Teherán. Tampoco atraviesan las relaciones de Washington con la monarquía saudí su mejor momento (Mohamed Bin Salman y su teocracia no se olvidan de la respuesta timorata de Estados Unidos cuando sus instalaciones petroleras fueron bombardeadas en 2019).
En cambio, China es la única potencia que hoy en día mantiene buenas relaciones simultáneamente con Arabia Saudí, Irán, Israel y Rusia, y, por ende, su posición es inmejorable en las actuales circunstancias. El gigante asiático no se siente condicionado en sus relaciones con la teocracia de los mulás por las prácticas brutales contra la oposición ni por el autoritarismo de la monarquía de los Saúd.
Ambiciones africanas
Las ambiciones chinas van más allá del Oriente Medio en sentido estricto, pues el régimen comunista pone desde hace tiempo también la mirada en el norte de África (y otras muchas partes del continente) y en sus extraordinarios recursos naturales. Allí compite también con una Europa también reticente y en retirada, además de con Estados Unidos, por ganar esferas de influencia económica.
El comercio entre China y África crece cada año y el pasado ejercicio batió récords: 282.000 millones de dólares estadounidenses, lideradas las importaciones chinas del continente por el crudo y los minerales. Además, China es el origen del 10% de las armas convencionales adquiridas por los distintos países de África. Entre los países del continente, Marruecos es el primer comprador de armas por delante de Nigeria y Argelia, según datos del francés Courier International.
Una vez el fulgor inicial por lo conseguido recientemente por la diplomacia china y por Xi en particular –que revalidaba también a comienzos de marzo su puesto como presidente- deje de deslumbrarnos será el tiempo de analizar las consecuencias reales del acuerdo para Oriente Medio –entre otras cosas, si Irán está dispuesto a abandonar sus planes nucleares-, y si China está realmente interesada en favorecer la estabilidad y paz en la región. Una región cada vez menos homogénea, pues la brecha económica y política entre las petromonarquías del Golfo y el resto del Oriente Medio y el norte de África se amplía.
Una realidad parece, en definitiva, incuestionable: avanzamos hacia un mundo multipolar en el que son protagonistas potencias autoritarias con poco interés por la democracia y los derechos humanos, y China ha dejado claro que no le basta ya con ser protagonista económica, sino que también quiere serlo en el juego de la geoestrategia mundial.
Oriente Medio puede ser la primera piedra de toque para la Global Security Initiative presentada por las autoridades chinas el pasado mes de febrero. “Hay una diferencia importante entre Rusia y China: Rusia quiere destruir el sistema internacional actual para construir uno nuevo, mientras que China quiere transformar el actual para ocupar una plaza más importante”, aseguraba en declaraciones al francés Le Monde el director adjunto del Instituto de Relaciones Internacionales de Shangái Zhao Long.