Hannah Barnes: "En la clínica de Tavistock, es obvio que las cosas han ido muy mal"

  • La periodista de la BBC, Hannah Barnes, explica a NIUS el contenido de la investigación que ha dado lugar a su libro sobre la recientemente cerrada clínica londinense de la sanidad pública dedicada a las transiciones de género.

Cientos de horas. Ese tiempo ha pasado la periodista británica Hannah Barnes (Londres, 1981) escuchando, entre otros, a médicos, trabajadores y pacientes del centro de Tavistock para la transición de género. Esa clínica de la capital británica, de la sanidad pública, ha tenido que pisar el freno en sus tratamientos de disforia de género.

Gracias a esa labor de escucha, Barnes, que trabaja en la BBC, ha escrito el libro Time to Think o “Tiempo para pensar” (Ed. Swift Press, 2023). Este volumen constituye una detallada investigación periodística que sirve de crónica cuyo final es el reciente anuncio del cierre de la clínica de Tavistock. 

En el semanario literario The Times Literary Supplement se han referido a los hechos que detalla Barnes en su libro como consecuencia de “una tormenta perfecta”, un escándalo sanitario con multitud de responsables y en los que, al final, un número aún no identificado de menores ha terminado sufriendo por cuidados médicos bien intencionados pero que han quedado en entredicho.

Tenían las mejores intenciones, pero no tenían apoyo de pruebas científicas.

Médicos desbordados, un clima marcado por las presiones del activismo transgénero y de otros colegas del sector sanitario, más unas intervenciones médicas con importantes interrogantes pendientes y, aparentemente, sin suficiente base científica, son elementos que ayudan a entender el cierre de la clínica de Tavistock. De resultas, “hay profesionales sanitarios con miedo a haber contribuido a un escándalo médico”, dice Barnes en esta entrevista con NIUS. 

“Sabemos que alguna gente que fue al servicio de desarrollo de identidad de género dice que se siente ayudada y que vive muy feliz como trans adultos”, pero "sabemos, también, que hay gente a la que se ha hecho daño con sus experiencias allí”, abunda esta periodista.

P: ¿Trata su libro sobre un escándalo médico histórico?

Por el momento, no diría que es un escándalo médico. Porque uno de los hechos que presento en el libro es que tenemos una chocante y sorprendente carencia de evidencia y de datos. No tenemos suficientes datos para saber cuál es la dimensión del problema. Lo que sabemos es que alguna gente que fue al servicio de desarrollo de identidad de género dice que se siente ayudada y que vive muy feliz como trans adultos. Y sabemos, también, que hay gente a la que se ha hecho daño con sus experiencias allí. Lo que no sabemos es qué números hay para cada uno de esos grupos. Y pienso que dar con esos números nos llevará tiempo. 

Pero lo que es chocante y llama la atención es que algunos de los profesionales que trabajaban allí, y que se ocuparon de miles de personas que estaban teniendo problemas con su género, es que temen que hayan formado parte de un escándalo profesional. Esto es algo de lo que hablaron con mucha valentía en el libro. Es algo chocante ver que hay profesionales sanitarios con miedo a haber contribuido a un escándalo médico. 

P: Usted no lo llama escándalo porque nos faltan evidencias para aclarar la dimensión de lo que pasó en esa clínica. Pero su libro ayuda a entender, al menos, parte del problema. Y otro síntoma del problema es que la clínica de Tavistock haya anunciado su cierre.   

No tengo problema en decir que las cosas han ido mal. Es obvio, las cosas han ido muy mal.

P: Usted llevó a cabo más de 100 horas de entrevistas con personas vinculadas a esa clínica. ¿Se comportaron esas personas como reveladoras de secretos? ¿Eran whistleblowers?

Algunas personas con las que hablé sí se podrían calificar así. Seguro que muchos no se consideran así ellos mismos. Pero, en general, la gente con la que yo hablé lo que quería era mejorar el servicio que se ofrece a estas personas jóvenes con problemas con su identidad. Muchas de estas personas preocupadas con el servicio que se prestaba, durante años, trataron de plantear el problema. Hay que tener en cuenta que muchos psicólogos, por ejemplo, no van con gusto a hablar con la prensa sobre estos temas. Sólo lo hicieron por mi trabajo en la BBC y, digamos, como último recurso. 

A la hora de hacer que los tratamientos tuvieran un acceso más fácil, los activistas jugaron un papel. Pero no fueron los únicos responsables.

Primero trataron de resolver los problemas de la clínica de manera interna, pero nada cambió. Informaron a sus responsables, también a los responsables del trust del que dependía la clínica. Pero cuando se te oye pero no se escucha porque nada cambia, esto preocupa mucho. Estos médicos sabían de los riesgos de los que se estaba haciendo. Querían abrir el debate a la sociedad. Porque hay que ver si los beneficios potenciales de lo que se estaba haciendo vale la pena asumirlo sabiendo del daño potencial y cómo se gestiona ese riesgo.

P: Pero la situación que describe su libro es ya algo que genera interés en todo el mundo. El debate se ha abierto en todas partes. Entre otras cosas, porque en Tavistock se trató de aplicar el llamado Protocolo Holandés. Ese protocolo, por otro lado, parece científicamente algo endeble. 

Creo que el Protocolo Holandés es algo endeble, no estaba hecho en base a datos científicos robustos. En sí, las evidencias que ofrece ese protocolo son débiles. Pero es que luego pasó a aplicarse a otro grupo de personas para el que nunca fue diseñado. Eso es lo que pasó en el Reino Unido y es lo que ha estado pasando en todas partes. Ese protocolo estaba diseñado para gente cuya incongruencia de género es algo que se observó desde la infancia. Y luego, con la pubertad, se intensificó. Eran personas mentalmente estables, no tenían otras dificultades en marcha, y vivían en ambientes donde se les apoyaba. Pero lo que pasó en Tavistock es que lo aplicaron a un grupo de personas completamente distinto, personas cuyo malestar con su género comenzó en la adolescencia, después del inicio de la pubertad, personas con otras problemáticas de salud o, incluso, con entornos también problemáticos. 

También se aplicó a gente que los holandeses llamaban "con una fuerte identificación con el sexo opuesto". En Londres se aplicó a gente que son de género fluido o no-binarios y gente así eran personas que el protocolo holandés descartaba. Y, pese a todo, esa gente precisamente era la que componía la mayoría de la población de las clínicas de género ahora. Esto que le digo es algo incontestable. De los pocos datos con los que se cuenta, lo que se observa es este cambio en la gente joven. 

P: En Londres, se trató sin éxito de reproducir el estudio sobre el protocolo holandés del Centro de Expertos de la Disforia de Género del Centro Médico Universitario de Ámsterdam. 

Trataron de hacerlo, sí. Pero al ver que no tenían datos comparables a los de los neerlandeses, abandonaron el estudio. Los responsables de la clínica han sido claros, y llegaron a hablar en el Parlamento. Tenían las mejores intenciones, pero no tenían apoyo de pruebas científicas. Es más, cuando empezaron a tener datos - los presentaron diez años después -, no fueron capaces de reproducir los datos de los neerlandeses. La experiencia de la gente con la que yo hablé en la clínica era que muchas personas con tratamiento no mejoraron. Al contrario, mucha gente que empezó tomando los bloqueadores de hormonas vieron su salud física y mental degradada. Para otros, por otro lado, sí funcionó. No se puede hablar en términos de blanco y negro. Pero lo que han publicado en contra gente como Michael Biggs o Steven B. Levine son artículos muy robustos.

P: En lo ocurrido en la clínica de Londres, resulta cuestionable el aspecto científico. Pero hay otro aspecto cuestionable, la influencia de algunas organizaciones y activismo transgénero sobre los responsables de la clínica. ¿Cómo de importante fue esa influencia? 

Pienso que los grupos de activismo han jugado un papel importante. Han sido influyentes en el Reino Unido, aunque menos de lo que algunos quieren ver. El caso es que hubo una actividad de lobby importante desde principios de siglo para que en el Reino Unido se siguiera el ejemplo holandés y para reducir así la edad a la que administrar los bloqueadores de pubertad. Pero la presión no sólo venía de las organizaciones. También hubo presión desde otros responsables de otras clínicas, del equipo holandés, de otra gente trabajando en este campo de Estados Unidos, de especialistas de medicina ética, de gente que trataba a adultos con disforia de género o de endocrinólogos también. O sea, que sí, a la hora de hacer que los tratamientos tuvieran un acceso más fácil, los activistas jugaron un papel. Pero no fueron los únicos responsables. 

P: ¿Hablamos de grupos como Mermaids, una ONG dedicada al apoyo a los jóvenes transexuales?

Depende del momento, hubo organizaciones más influyentes que otras. Mermaids lo fue. Pero hubo otras dos, fundamentalmente. Una es GIRES [siglas inglesas de la Sociedad de Educación e Investigación de Identidad de Género, ndlr.] y la otra Gender Intelligence. Mermaids, en particular, apareció en mis entrevistas en boca de un médico de la clínica, que decía: “estábamos respondiendo a Mermaids”. Desde la clínica, sin embargo, los responsables niegan que hubiera esa influencia, pero no niegan que Mermaids estuviera presente en su trabajo durante un determinado tiempo. Además, Mermaids acompañaba a las familias a las evaluaciones. Estaban muy presentes y, según los sanitarios de la clínica, sólo veían un camino, que era la intervención médica y la transición cuando, al inicio de la actividad de Mermaids, en los años noventa, estaban mucho más abiertos a diferentes resultados de los casos. Así, los casos de malestar por el género en menores no tenían por qué terminar necesariamente en un adulto transexual. Para algunos sí, pero no para todos. Pero esta forma de actuar, con el tiempo, se fue perdiendo.

En el libro cuento el caso de Jakob, que lleva cuatro años tomando esas medicinas, de los doce a los dieciséis. No sabemos lo que pasa con una persona en un caso así.

Lo que sabemos es que, el responsable de esa ONG escribió directamente al director de GIDS [siglas del Servicio de Desarrollo de Identidad de Género, el área de la clínica de Tavistock], también a la fundación de la que dependía la clínica, y obtuvo respuestas que iban en su línea. Hubo incluso propuestas en e-mails para coordinar los contenidos de las páginas web para que fueran coherentes con el contenido de la página de Mermaids. Tengo a un sanitario de la clínica diciendo, on the record, que había comunicaciones del responsable de Mermaids manifestando a las personas de la clínica que había tal o tal familia insatisfecha con éste u otro médico y que había que cambiar. Y esto, en ocasiones, ocurrió. Ahora bien, estas organizaciones no siempre se salieron con la suya. Su influencia fue, por así decir, algo más sutil.

P: ¿A qué se refiere?

A que, por ejemplo, contribuyó a que GIDS no cambiara de dirección para ser más cauta cuando debería de haberlo sido. Me refiero a cuando empezaron a tener datos de que había jóvenes que no estaban bien con los bloqueadores de pubertad. O cuando las cosas cambiaron rápidamente el número de personas acudiendo al servicio empezó a aumentar rápidamente, y en la clínica, empezó a haber médicos que decían que seguir como estaban haciendo podía no ser seguro. Tal vez hubo miedo a enfrentarse a los grupos de activistas, o a la mala publicidad que esto iba a dar…

P: En 2005 llega el primer informe indicando que las cosas no iban bien, luego, en 2016 no se pudo reproducir lo que estaban diciendo en Ámsterdam con el Protocolo Holandés. Hubo señales de alarma. ¿Pero no es algo ya sorprendente el uso de bloqueadores de pubertad en este contexto? Esas medicinas, en realidad, están diseñadas para otros fines.

No necesariamente. Que medicinas se empleen de ese modo, para tratar algo que no es necesariamente aquello para lo que se fabricaron en un primer momento, eso es algo que ocurre a menudo. Sin embargo, el uso de estas sustancias como bloqueadores de pubertad en casos de disforia de género es muy diferente a cuando se usan para frenar una pubertad que llega excesivamente temprano. Por otro lado, no se sostiene el argumento de que esas medicinas son seguras para casos de disforia de género por el mero hecho de que hayan estado funcionando desde hace tiempo. 

Si no hay pruebas de que el uso que se hace de los bloqueadores de pubertad es beneficioso, entonces, hay que hacerse preguntas.

Cuando se usan para frenar una pubertad que llega muy temprano, se usan por un corto periodo de tiempo, y luego se para el tratamiento y se pasar la pubertad natural de su sexo. Los bloqueadores de pubertad, en estos casos, se usan para pubertades que llegan con menores de siete u ocho años. Pero en casos de disforia de género, la persona ya es un poco más mayor, se encuentra en un proceso crucial de desarrollo físico y psicológico. Y en el Reino Unido, se puede tener a personas bajo bloqueadores de pubertad durante años. En el libro cuento el caso de Jakob, que lleva cuatro años tomando esas medicinas, de los doce a los dieciséis. No sabemos lo que pasa con una persona en un caso así. No sabemos lo que le pasa a un cuerpo tras años de tomar esas medicinas. Pero es que hay algo más.

P: ¿Qué más? 

Que las personas que toman esos medicamentos por un problema de género, luego, la gran mayoría de los que toman bloqueadores de pubertad, no se libran de ellos para pasar una pubertad natural. Porque en un 95% de los casos pasan a tomar hormonas sintéticas del sexo opuesto. Por esto también, no es que no se pueda decir que estos bloqueadores no se pueden usar de forma alternativa, porque muchas medicinas se usan con fines distintos a los que inicialmente tenían, pero si no hay pruebas de que el uso que se hace es beneficioso, entonces, hay que hacerse preguntas. 

 P: En sus conversaciones con los médicos de Tavistock, ¿Qué papel jugó el consentimiento? ¿Pueden los menores consentir tratamientos así?

Cuando, en 2016, llegaron los primeros resultados de los estudios que estaban haciendo, y se vio que prácticamente todos los que eligieron los bloqueadores de pubertad luego eligieron las hormonas del sexo opuesto, esta constatación cambió el modo en que veían el consentimiento. Esto les hizo pensar en que había que considerar el qué tipo de diálogo mantener con la persona que iba a tomar los bloqueadores de pubertad. Habría que empezar a hablar sobre temas como los efectos de esos bloqueadores, de fertilidad, de que si tomas pronto los bloqueadores y luego las hormonas del sexo opuesto, eso te dejaría estéril. 

Es hora de que pensemos en el modo en que hay que cuidar a estas personas, estos jóvenes. La solución tal vez sea una transición medicalizada, pero sabemos que no es para todos ellos.

Y luego, sobre cómo una transición médica tiene un impacto en la vida de la persona que la realiza. Algunos médicos en la clínica de Tavistock hablaron de esto, pero era muy difícil. Porque, primero, es difícil mantener una conversación sobre estos temas con niños. Segundo, había gente que no podía escuchar eso, que no podía ni oírlo. Y si no podían ni oír lo que les iba a pasar a su cuerpo, ¿podían consentir? Incluso si la transición es un éxito, antes, se tiene que estar plenamente informado de los riesgos, de los beneficios potenciales y todos los puntos en los que no se saben las cosas a ciencia cierta. Por otro lado, a determinadas edades, resulta difícil imaginar que un niño pueda entender conceptos de la vida adulta, como fertilidad, ser capaz de alcanzar el orgasmo,…

P: Los niños, por definición, no son lo suficientemente maduros para todo eso…

Exacto. 

P: Su libro se llama Time to think, “tiempo para pensar”. ¿Quién debería tener tiempo para pensar?

Es una buena pregunta. Como sociedad, es hora de que pensemos en el modo en que hay que cuidar a estas personas, estos jóvenes. La solución tal vez sea una transición medicalizada, pero sabemos que no es para todos ellos. Y sabemos que hay muy pocas evidencias científicas en este área de salud. Lo que sabemos es, por experiencias en décadas pasadas, que hay un grupo de jóvenes que terminarán siendo adultos transexuales y, por otro lado, un grupo, usualmente mucho mayor, que no. Y es este segundo grupo el que ha sido ignorado hasta el momento. 

Yo pensé el título del libro de tres modos. Por un lado, el “tiempo para pensar” era el de la lógica para usar los bloqueadores de pubertad, algo que tiene sentido, como hipótesis, en principio. Pero la evidencia no parece apoyar esa hipótesis. Y aquí, en el Reino Unido, y seguro que en Holanda también, no había tiempo para pensar porque había demasiadas citas en la clínica. Los equipos médicos, y esta es la segunda manera de pensar el título, no tuvieron tiempo para pensar o para tratar individualmente. Eso es lo que dicen, que había que ocuparse de cien familias a la vez y que no había lugar a un tratamiento individual. Y luego, el tercer sentido del título es que, ahora, es tiempo para pensar qué hacemos. Porque hay que ayudar y asistir a las personas que lo necesitan. Pero también hay que evitar los daños que se han causado, porque también sabemos que hay gente que ha sufrido por esto.