La de los cristianos en Oriente Medio y el Norte de África viene siendo la historia de un lento declinar sin aparente remedio. Las persecuciones, el terrorismo y la violencia yihadista y la emigración menguan desde hace décadas las comunidades cristianas, que hace un siglo rondaban el 20% de la población y apenas hoy alcanzan el 5% del total de los habitantes de la región.
Si hay dos lugares donde los cristianos han experimentado un mayor retroceso en los últimos años esos son Siria e Irak. En Siria, donde hasta 1967 los cristianos suponían el 30% de la población, la revuelta contra el régimen de Bachar el Assad en 2011 acabó derivando en una larga guerra civil de la que, tres años más tarde, emergería el califato del Estado Islámico para implantar un régimen basado en el salafismo. Huelga afirmar que para los líderes del Daesh los cristianos se cuentan entre los peores enemigos de esta versión rigorista del islam sunita, y sus poblaciones fueron objeto de ataques indiscriminados y matanzas. Las últimas estimaciones sitúan a los cristianos en torno al 6-8% de la población, algo más de un millón de personas, cuando antes de la guerra el porcentaje rondaba el 12%. En 2016 Naciones Unidas documentaba que el 40% de los refugiados sirios por culpa de la guerra eran cristianos.
En el caso iraquí la caída de Saddam Hussein en 2003, un régimen dictatorial laico donde se protegía a las distintas comunidades religiosas –el país está dividido entre chiitas y sunitas-, comenzó a complicar la situación para los cristianos del país. El ascenso del Daesh y la implantación de su califato en parte del territorio iraquí supusieron el desplazamiento de más decenas de miles de cristianos. Aunque las cifras actuales son difíciles de estimar se cree que en Irak aún viven medio millón de cristianos, lo que representaría un 5% de la población total del país, cuna de civilizaciones y lugar de desarrollo de algunas de las más antiguas iglesias del mundo.
En los últimos años, los cada vez menos cristianos que resisten en Irak vuelven, con gran parte de su rico patrimonio arquitectónico y artístico destruido o gravemente dañado –una realidad semejante a la vivida en Siria-, a celebrar sus cultos aprovechando la derrota del Estado Islámico y la situación de seguridad relativa que se vive en el país. Así ha sido en el monasterio de Deir Mar Mikhael de la ciudad de Mosul –levantada sobre la antigua Nínive de los asirios-, que ha vuelto a celebrar misa para una exigua ya comunidad cristiana veinte años después de la caída del régimen baazista de Saddam.
Grave es la situación en Irán, donde los cristianos son ya menos de 300.000 –principalmente armenios y siríacos- en un país de más de 87 millones de almas y sufren persecución y detenciones por mor de sus prácticas religiosas. Crítica lo es en Libia, donde apenas quedan algo más de 30.000 cristianos adscritos a la Iglesia ortodoxa copta tras años de persecución y violencia sectaria. La comunidad cristiana de Turquía, que no siempre puede desarrollar su fe en las mejores condiciones en una tierra fundamental en la historia del cristianismo y la Iglesia, apenas rebasa las 100.000 almas. En Jordania, siendo mayoritario el ortodoxo griego, los cristianos se sitúan entre el 2 y el 6% de la población.
La situación es, sin duda, mejor en Líbano y Egipto, los dos países con mayor porcentaje de cristianos de la región. En Egipto los cristianos coptos representan en torno al 10% de la población. Si en el Líbano fueron los cristianos en el momento de la independencia del país (1943) mayoritarios, el crecimiento natural de las comunidades musulmanas y la emigración a Europa y las dos Américas desde entonces han menguado las poblaciones cristianas hasta situarlas en un 30% del total, porcentaje que sigue además reduciéndose (aunque sea capaz de determinar con exactitud toda vez que no se hace un censo oficial desde 1932).
Es, además, el único país árabe y de Oriente Medio cuyo presidente es cristiano; concretamente maronita. Así lo dicta el Pacto Nacional, que, aunque no escrito, compromete a los partidos y comunidades desde 1943 al reparto de presidencia de la República, el Gobierno y el Parlamento entre sectas religiosas -cristianos, sunitas y chiitas respectivamente-, como también se asignan en función de la adscripción religiosa los escaños en el Parlamento libanés.
En Egipto los coptos suponen al menos el 10% de la población del país, que superó en 2017 la barrera de los cien millones de habitantes, por tanto es numéricamente la mayor comunidad cristiana de la región. Tras años difíciles marcados por los ataques de grupos islamistas radicales los cristianos coptos viven con la dictadura del general y presidente Al Sisi -quien ha expresado su apoyo a la comunidad con repetidas visitas a iglesias- momentos relativamente mejores. En la retina aún permanecen las masacres sufridas por los coptos egipcios en 2015 –ataques firmados por el Estado Islámico en territorio libio- y 2017.
Conocida es la diversidad religiosa y étnica de la región, que tiene su reflejo en un cristianismo extraordinariamente diverso. En Oriente Medio se hallan algunas iglesias más antiguas del mundo, con sus orígenes en el mismo siglo I.
El cristianismo de la región puede dividirse fundamentalmente en dos grandes familias: por un lado, las iglesias ortodoxas orientales –entre las cuales se encuentran, entre otras, la siríaca, la asiria, la copta o la armenia-, y por otra las católicos –donde se hallan, entre otras, maronitas, caldeos o melquitas. La separó el Concilio de Calcedonia (451), que constata la pena humanidad y plena divinidad de Cristo rechazando el monifisismo, y las iglesias ortodoxas orientales no aceptaron. Vía aparte tomó en 431, tras el Concilio de Éfeso, la Iglesia asiria, a menudo denominada nestoriana, hoy presente sobre todo en el norte de Irak. También desde el siglo XIX hay protestantes en la región.
En Egipto la Iglesia copta ortodoxa reúne a la mayor parte de fieles cristianos, aunque también hay una Iglesia católica copta. En Siria, la Iglesia ortodoxa de Antioquía es la mayoritaria, seguida de cerca por la Iglesia católica melquita. Sin embargo, en el vecino Líbano el primer grupo cristiano es el de los católicos maronitas, más de la mitad de los cristianos del país, seguidos de los ortodoxos griegos.
En Irak la Iglesia católica caldea es la principal, seguida de la Iglesia asiria (también conocida como nestoriana). Aunque hay cristianos kurdos y árabes, la mayoría en las tierras de la antigua Mesopotamia son asirios, un grupo étnico que hunde sus raíces en el legado y la memoria del antiguo Imperio asirio y sigue hablando aún una variedad de arameo moderno, una lengua semítica con más de tres mil años de antigüedad que fue un tiempo mayoritaria en Mesopotamia. Y el idioma materno de Jesucristo, pues era la lengua hablada por los judíos de Galilea en su tiempo. Hoy se sigue hablando en sus distintas variedades –no hay un solo arameo- no sólo en varias ciudades de Irak, sino también en algunos enclaves en Siria y Turquía.
Una riqueza, la de esta diversidad, que está en peligro, como se encuentra también el patrimonio litúrgico de los cristianos de Oriente. Los cristianos orientales celebran, dependiendo del país, sus liturgias en siríaco oriental y occidental –que son dialectos del arameo-, además, de en copto, y a menudo el árabe como lengua auxiliar; todas lenguas semitas.
El futuro de las comunidades cristianas en Oriente Medio no es precisamente halagüeño. Sólo en Israel –donde no son ni el 2% de la población- los cristianos gozan de libertades y protección como en ningún otro lugar de Oriente Medio, pero incluso en Tierra Santa los ataques –protagonizados por judíos extremistas- contra el patrimonio cristiano (desde cementerios a esculturas) se repiten en los últimos tiempos. La persecución y discriminación de los cristianos apunta si no a la total extinción de las comunidades a la reducción del cristianismo oriental a un papel cercano a la anécdota en las tierras que lo vieron nacer hace veinte siglos.