Con las declaraciones conjuntas concebidas tras la cumbre bilateral entre Xi Jinping y Vladimir Putin ya está todo dicho. Las cartas están sobre la mesa y ahora toca mirarse a los ojos, intuir y aguardar a los tiempos que marquen los que parten y reparten. Por un lado, China y Rusia han reforzado su sociedad. Su posición es firme y diligente hacia el nuevo orden mundial que persiguen. Por el otro, Estados Unidos y sus aliados no van a permitir que se ponga en riesgo el mundo que han diseñado. La batalla se libra en Ucrania, no tiene visos de llegar a su fin en un futuro próximo y el lenguaje se vigoriza entre las mayores y más divididas potencias del mundo. En el maremágnum de detalles, de mensajes, de colaboraciones, de pactos y de mentiras, hay dos documentos que definen la brecha entre ambos bloques: la Declaración de la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid y el susodicho comunicado conjunto de Xi y Putin. Estos dejan por escrito -y si no, por sobreentendido- que nadie tiene intención de doblegarse.
La firmeza del primer texto firmado el 29 de junio de 2022 ha sido respondida con robustez por el de esta semana. En Moscú, dejan las puertas abiertas a un conflicto atómico tras expresar que “el Occidente colectivo ya está empezando a utilizar armas con un componente nuclear” en suelo ucraniano. Putin y Xi se refieren a los proyectiles de uranio empobrecido que Reino Unido ha enviado a Ucrania - junto con carros de combate Challenger 2- como parte de un paquete de ayuda militar. El Programa Medioambiental de Naciones Unidas lo ha catalogado como un metal pesado química y radiológicamente tóxico, no tiene capacidad para convertirse en un arma nuclear y su uso en munición es común en el campo de batalla. La sociedad chino-rusa ha usado este pretexto para elevar el tono con más matices beligerantes, especialmente en el comunicado publicado por el Kremlin, mucho más combativo que la versión de Pekín. “Rusia tendrá que responder con contundencia”, debido a que Occidente ha decidido combatir “hasta el último ucraniano, ya no con palabras, sino con hechos”, esgrimen.
Aunque se define como imparcial, China hace la vista gorda con la que denomina la ‘crisis de Ucrania’ y se limita a escudarse tras el documento titulado Posición China en el Acuerdo Político sobre la Crisis de Ucrania -presentado en febrero-, donde teoriza sobre un ideal contradictorio que no se corresponde con la realidad: “respetar la soberanía de todos los países, abandonar la mentalidad de Guerra Fría, cesar las hostilidades, reanudar las conversaciones de paz, resolver la crisis humanitaria, proteger a los civiles…”. Xi también ha vuelto a presentar su plan de 12 puntos para alcanzar la paz y Putin le ha contestado que muchas de las disposiciones del mismo “están en consonancia con los planteamientos rusos y pueden tomarse como base para un acuerdo pacífico cuando Occidente y Kiev estén preparados para ello”. La condición no se cumple ya que “hasta ahora no hemos visto esa disposición por su parte”.
La pelota, aparentemente, está en el tejado de Occidente y de Ucrania. Ceder ante las condiciones rusas para el fin de la guerra no está en los planes inmediatos de las naciones que están sosteniendo la defensa militar del país agredido, gobernado por Volodímir Zelenski, y que han impuesto sanciones a Moscú. Especialmente, si tras un año de guerra y durante la primera reunión entre Xi y Putin desde que empezaron las hostilidades no hay acción alguna para que realmente cese el fuego y se evite a la grave crisis humanitaria que la invasión rusa está generando. De hecho, ambos siguen culpando a Occidente de haber provocado que Rusia invada Ucrania.
La guerra en Ucrania quedó así en un segundo plano y los presidentes se concentraron en tratar sobre lo verdaderamente importante para ellos: trabajar en las condiciones que aporten al orden mundial que más les conviene. La declaración conjunta muestra una “convergencia general de las visiones del mundo y los planteamientos chinos y rusos sobre muchas cuestiones internacionales”, explica Alexander Korolev, experto en relaciones internacionales de la Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia. “Es muy explícita y clara en cuanto a la identificación de Estados Unidos como principal amenaza para la seguridad”, afirmó.
Y es que tal y como reza la declaración conjunta, en las cuestiones sobre los problemas internacionales y regionales de actualidad, “los puntos de vista de Rusia y China son idénticos o muy próximos”. Pero cuidado, que Pekín tampoco se quiere mojar demasiado. “Al mismo tiempo, me gustaría subrayar que Rusia y China aplican una política exterior independiente y soberana”. Especialmente porque la segunda superpotencia del mundo sale beneficiada mientras no sea el Ejército Popular de Liberación el que esté metido en un conflicto bélico. Los más de 12 acuerdos a los que han llegado Xi y Putin esta semana en ámbitos como el comercio, la energía, la tecnología o la propaganda entre otros, son el flotador que Moscú necesita cuando deja de hacer pie. La gorra de socorrista está hecha a la medida de Pekín: que Rusia se hunda sin ahogarse; que China le auxilie y le robe oxígeno a la vez. Al gigante asiático le interesa posicionarse de boquilla contra cualquier conflicto y no condenar éste, le conviene usar a su conveniencia las normas de Naciones Unidas y no hacer lo suficiente para que la invasión se acabe con un chasquido. Xi suscribe el tono beligerante del Kremlin y al mismo tiempo suaviza el suyo para vender a su gente que son los pacificadores.
Entre la comunidad internacional son menos los países de los que querrían rusos y chinos los que compran esta narrativa; mientras tanto, la OTAN sigue atando todos sus cabos. En la Declaración de la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid ya dejaron claro el pasado verano que se enfrentan “a distintas amenazas procedentes de todas las direcciones estratégicas”. Rusia es la “más significativa y directa para la seguridad”, señalaron las naciones que componen el Tratado del Atlántico Norte. China también requirió una mención: “Nos enfrentamos a la competencia sistémica de quienes, incluida la República Popular China, desafían nuestros intereses, seguridad y valores y tratan de socavar el orden internacional basado en normas”, se publicó en la declaración.
Han pasado nueve meses desde la cumbre de Madrid y la OTAN va cumpliendo algunos de los objetivos que se marcaron, entre los que está el crecimiento conjunto para llevar a cabo “disuasión y defensa; prevención y gestión de crisis; y seguridad cooperativa”. Los ejercicios militares coordinados con Japón o Corea del Sur son constantes, también las ayudas militares a Ucrania, se ha producido una ampliación de bases militares estadounidenses en Filipinas, se ha potenciado el pacto de seguridad, AUKUS, se ha anunciado la venta de submarinos de propulsión nuclear a Australia e incluso los guiños de EE.UU. a Taiwán, el bloque de Occidente no se achanta. Una de sus conclusiones fue la de “desplegar en nuestro flanco oriental fuerzas adicionales, robustas y listas para el combate in situ”, algo que están haciendo en su afán por contener a China en la región Asia-Pacífico con cuyas naciones la OTAN tiene “retos compartidos en materia de seguridad”.
Con todo dicho -tras el comunicado conjunto de los mandamases chino y ruso y la Declaración de la Cumbre de la OTAN- ya sólo queda esperar a lo que depare el futuro: sosiego, predisposición -una segunda Guerra Fría- o exaltación.