¿Qué puede suponer para Oriente Medio el acuerdo entre Arabia Saudí e Irán?

  • Años de enfrentamientos en conflictos por interposición en la región y las fragilidades mutuas empujan a Riad y Teherán, líderes respectivos del mundo sunita y chiita, a restablecer relaciones diplomáticas

  • La perspectiva de cooperación entre los dos archienemigos abre esperanzadoras posibilidades para el conjunto de la región, Siria al Líbano pasando por Yemen e Irak

  • China, muñidor del acuerdo, se consolida como la gran potencia del presente y el futuro en Oriente Medio en plena retirada estadounidense

Esperanza. Sorpresa. Dudas. Prudencia. Cuatro sustantivos sugiere hoy para la mayoría de analistas el acuerdo alcanzado en Pekín entre Arabia Saudí e Irán para el restablecimiento de relaciones diplomáticas. Los archienemigos, líderes respectivos del islam sunita y chiita, competidores por la hegemonía política y económica en Oriente Medio, enfrentados en guerras por interposición por doquier, han sorprendido a propios y extraños con un prometedor pacto para la región y el mundo auspiciado por China.

1. Sorprende más el cuándo que el acuerdo en sí.

Lo cierto es que desde comienzos de 2021 Riad y Teherán negociaban entre bambalinas la normalización de relaciones, y a finales de aquel año estuvieron próximos a lograrlo. Omán e Irak han sido escenarios y mediadores de las conversaciones. Sorprende el anuncio, eso sí, cuando Arabia Saudí negociaba un acuerdo semejante con Israel -que trata de hacer frente común contra  la República Islámica, su némesis- con la mediación de Estados Unidos.

En el comunicado firmado conjuntamente por los ministerios de Exteriores de los dos países –junto a China- Teherán y Riad anuncian “la reanudación de las relaciones diplomáticas y la reapertura de embajadas en un plazo de dos meses”. Además, Arabia Saudí e Irán se comprometen a respetar “la soberanía de los Estados y la no interferencia en los asuntos internos de los Estados”. Asimismo, el régimen de los mulás y la monarquía saudí dan cuenta de la reactivación de un acuerdo de cooperación en el ámbito de la seguridad suscrito el 17 de abril de 2001, así como el que ambos países firmaron en el ámbito comercial, económico y de inversiones en 1998.

2. El pacto irano-saudí es el resultado de la suma de debilidades de las partes.

El régimen saudí, consciente de las reticencias estadounidenses en Oriente Medio, necesita diversificar alianzas para construir la arquitectura de seguridad regional deseada. El acuerdo con Irán es una manera de estrechar relaciones con Pekín, su principal socio comercial. La monarquía saudí quiere poner fin a la costosa guerra en Yemen y centrarse en su plan de convertirse en una economía diversificada capaz de estar entre las mejores del mundo en los próximos años (Vision 2030). En los últimos años, la monarquía árabe, merced a una apuesta por la diplomacia frente a la confrontación, se ha reconciliado con Turquía y apoyado un alto el fuego en Yemen, negocia con Israel discretamente y ha vuelto a reconocer al régimen de Assad como interlocutor en Siria.

De la misma manera, la República Islámica necesita apoyos en un momento difícil. Sufre las consecuencias de las sanciones económicas a las que Estados Unidos la viene sometiendo y el aislamiento del resto de Occidente. Además, una parte de la sociedad protesta con valentía desde la muerte de la joven Mahsa Amini el pasado mes de septiembre contra la ausencia de libertades en la teocracia de los mulás.

3. El acuerdo es, sin temor a equivocarnos, la constatación del poderío chino en Oriente Medio.

Atrás definitivamente la vitola de país centrado en el flanco económico y reticente a intervenir en los grandes asuntos internacionales, Pekín no es ya el futuro sino el rabioso presente. China, socio comercial clave tanto de Irán como de Arabia Saudí, necesita El acuerdo no ha sentado bien en Estados Unidos, pero a nadie debe extrañar que el vacío que Washington viene dejando en Oriente Medio desde los años de Obama iba a ser ocupado por la otra gran potencia planetaria.

Después del revés sufrido en Afganistán en el verano de 2021 por mor del fulgurante regreso de los talibanes al poder y la constatación de que su estrecho socio militar y económico en Oriente Medio restablece relaciones diplomáticas con la teocracia de los mulás, ¿reconsiderará la Administración Biden su retirada del tapete de Medio Oriente? ¿Autosuficiente energéticamente y camino del mundo post-carbono, tiene motivos Estados Unidos para mirar atrás y reconsiderar su estrategia? Al fin y al cabo, como recordaba la analista del New Lines Institute for Strategy and Policy Caroline Rose a Al Jazeera, el acuerdo es “un paso en la dirección de los esfuerzos estadounidenses de estimular un marco de seguridad regional al tiempo que opta por un distanciamiento relativo de la región”. 

Tampoco ha sentado bien el acuerdo en Israel, némesis del régimen de los ayatolás. Desde hacía largos meses Tel Aviv trabajaba en el restablecimiento de relaciones con Arabia Saudí, con la esperanza de incorporar a la monarquía saudí a los Acuerdos de Abraham (a los que se han adherido desde agosto de 2020 Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos). La monarquía saudí ya había dejado claro a Tel Aviv que la normalización de relaciones pasa por el establecimiento de un Estado palestino (además, Riad le exige a Estados Unidos apoyo a su programa nuclear civil). El acuerdo con Teherán puede alejar la posibilidad.

4. El acuerdo abre perspectivas prometedoras para Yemen, Siria, Irak y el Líbano.

El fin de la guerra en Yemen, donde desde 2015 Riad apoya militarmente al presidente Al Hadi frente a los hutíes –insurgentes chiitas apoyados por Irán-, está más cerca después del acuerdo. Según han informado medios de comunicación regionales, Riad ya habría recibido garantías de las autoridades iraníes de que dejará de apoyar ataques hutíes a territorio saudí desde Yemen.

En el Líbano el pacto abre también posibilidades de cooperación entre las distintas sectas –chiitas, sunitas y cristianos- que sufre con dureza las consecuencias de una larga parálisis política e institucional. El acuerdo para la elección de un presidente de la República –puesto vacante desde finales de octubre pasado- puede ser la primera buena noticia para el país de los cedros. La dictadura de Bachar el Assad –cuyo régimen, controlado por miembros de la secta alauita, vinculada al chiismo que profesa la mayoría de iraníes y su régimen- puede estar más cerca de culminar su rehabilitación en el mundo árabe gracias al acuerdo. Dos décadas después de la caída de la dictadura de Sadam Hussein, Irak sigue sufriendo las consecuencias de la violencia sectaria entre grupos armados chiitas y sunitas.

5. Fin a largos años de tensión.

El acuerdo pone fin aparente a siete años de graves turbulencias. El momento de mayor gravedad se vivió en septiembre 2019, supuestamente misiles y drones iraníes golpearon instalaciones petroleras de Aramco en Abqaiq. Cuatro meses antes dos barcos petroleros saudíes habían sido saboteados en aguas de Emiratos Árabes Unidos. Dos incidentes que Irán negó.

La ruptura de relaciones entre los dos archienemigos se había producido el 3 de enero de 2016. Arabia Saudí rompió relaciones diplomáticas formales con Irán en respuesta de los ataques a su Embajada en la capital iraní y a su Consulado en Mashhad. Los ataques –en medio de una ola de protestas en Teherán- fueron respuesta a la ejecución en Arabia Saudí, un día antes, del clérigo chiita, Nimr al Nimr, acusado de sedición e incitación a la violencia y el terrorismo.

6. El acuerdo abre nuevas perspectivas de estabilidad y seguridad para el conjunto de Oriente Medio (y más allá).

El pacto firmado el pasado día 10 de marzo se expresa en términos inéditos y esperanzadores. Ambas partes convienen que tanto iraníes como saudíes “comparten un mismo destino”. Una narrativa nueva que permite alumbrar un nuevo orden más cooperativo para la región. Para algunos analistas estamos ante “un nuevo Oriente Medio” y los signos de “un nuevo orden mundial”. Pero el tiempo –sólo el juez implacable- lo dirá. Este martes, desde Beirut, el secretario general de la Liga Árabe, Ahmed Aboul Gheit, admitía que las implicaciones del acuerdo “no estaban aún claras”.

7. Lo importante en este acuerdo (y en cualquiera) no es la prosa sino la implementación del mismo.

Muchas son las dudas, casi todas, acerca de cómo se plasmará a partir de ahora la nueva etapa en las relaciones entre las dos grandes potencias del Golfo. ¿Dejarán los respectivos regímenes de apoyar militarmente a sus aliados en las proxy wars donde se enfrentan? ¿Dejará Irán de apoyar a Hizbulá en el Líbano y al régimen de Assad en Siria?. ¿Superarán las élites gobernantes de los dos países años de rivalidad y suspicacias, de odio y rencor, de la noche a la mañana? ¿Servirá el pacto para que chiitas y sunitas comiencen a dejar a un lado sus ancestrales y profundas diferencias?. ¿Estarán dispuestos a renunciar a las armas quienes han hecho de la violencia su modus vivendi? Por poner un ejemplo, los insurgentes hutíes ya han avisado, en un mensaje dirigido a Riad, de que su relación con Irán no es “de subordinación” y, por tanto, no dejarán de combatir por el poder en Yemen.