Transcurridos ya más de cuatro años del nacimiento, en febrero de 2019, del movimiento de protesta conocido como el Hirak, el régimen argelino no sólo ha logrado desactivarlo sino que recrudece la represión de cualquier elemento opositor que se le interponga. Favorecido por las circunstancias del momento, ya que Argelia y sus enormes reservas de hidrocarburos se han convertido en los últimos meses en una ventajosa alternativa a los rusos, el régimen militar liquida sin remedio los restos del Hirak y se reafirma en su aislamiento y autoritarismo, aunque los especialistas avisan de que el recrudecimiento de los métodos represivos de la vieja república socialista presidida por Abdelmadjid Tebboune es una clara prueba de su debilidad.
Hace ya más de una década, la Primavera Árabe pasó de largo de Argelia, entonces los especialistas argumentaban la aversión de un pueblo aún traumatizado por la experiencia de la guerra civil, pero la falta de libertades y oportunidades para una joven sociedad acabarían encontrando maneras de expresarse de manera organizada. Fue el anuncio del ya fallecido presidente Abdelaziz Bouteflika (1999-2019) de que aspiraría, cuando, ya octogenario e incapacitado, a un quinto mandato el desencadenante de la indignación de la sociedad argelina. Un movimiento de base juvenil, ideológicamente heterogéneo pero unido en torno a reclamaciones democráticas, plantó cara al régimen en la calle durante más de un año.
Después llegaría la pandemia y unas restricciones salvíficas para el régimen, y la represión. Cuatro años más tarde el régimen ha sabido desactivar el Hirak. Y respira gracias al silencio de la comunidad internacional y el aumento de sus ingresos por las exportaciones de hidrocarburos. “Desgraciadamente el Hirak ha fracasado a la hora de proponer un proyecto real para el país porque no tenía junto a él la implicación de las élites argelinas contra el régimen”, explica el politólogo argelino Oualid Kebir. “Los argelinos del interior sufren la presión y las amenazas del poder en el día a día y los que están fuera del país no han sido capaces de crear un clima y un marco constitucional sincero y realista para avanzar hacia la democracia”, abunda el especialista en temas argelinos exiliado en Marruecos.
“Hay un golpe de Estado del régimen militar en curso contra el Hirak. Estamos ante un régimen al cien por cien militar actuando como en 1992”, asevera a NIUS el ex oficial del Ejército argelino y opositor exiliado Anouar Malek. “La situación social es muy difícil y Argelia está gobernada como una dictadura, por lo que el régimen tiene miedo. Ello explica que cada día haya detenciones y cárcel de activistas y periodistas y cierre de medios. Todo el mundo es sospechoso ahora de ser terrorista ante las autoridades. La corrupción de los militares es exagerada y la UE evita criticar a las autoridades argelinas por violaciones de derechos humanos por razones económicas. Nunca Argelia ha sufrido un régimen autoritario como el de ahora desde 1962”, lamenta el activista por los derechos humanos, quien sufrió en sus propias carnes la cárcel y la tortura en su país en 2005.
En el arranque del año el régimen argelino se está empleando sin demasiadas contemplaciones. En febrero las autoridades militares echaron el cierre a la Reagrupación Acción Juventud, una asociación enmarcada en el Hirak, o la Liga Argelina para la Defensa de los Derechos Humanos, la principal ONG del país. De nada ha servido el llamado de Human Rights Watch y Amnistía Internacional. La misma suerte ha corrido el opositor Movimiento Democrático y Social, suspendidas sus actividades por decisión del Consejo de Estado a finales del mes pasado.
Igualmente las autoridades del país magrebí se han empleado a fondo contra los medios de comunicación y los periodistas independientes. A finales del pasado mes de diciembre el régimen clausuraba la sede de Interface Médias (al que pertenecen Radio M y la revista Maghreb Emergent) y detenía a su fundador, Ihsane El-Kadi, acusado de recibir fondos extranjeros para propaganda política, actos contra la seguridad del Estado y publicar panfletos que “atentan contra el interés nacional”. El diario Liberté fue cerrado en abril de 2022 y El Watan, una de las referencias de la prensa argelina, pena víctima del boicot financiero.
Casos como el de la activista franco-argelina Amira Bouraoui, una de las figuras más destacadas del Hirak, perseguida por las autoridades argelinas por “injurias al presidente” tras ser condenada en 2021 y huida a Francia desde Túnez a comienzos del mes pasado, muestran un rostro aún más duro del régimen. Las autoridades argelinas, que la condenaron en ausencia el pasado 24 de febrero, detuvieron también a su madre y hermana el pasado 11 de febrero. Argel ha actuado de la misma manera en el caso del analista político independiente Raouf Farrah, quien fue detenido junto a su padre el mes pasado en la ciudad de Constantina acusados de divulgar “documentos secretos” y de haber recibido fondos con vistas a “alterar la paz pública”.
“Tebboune, que está ahí puesto por los militares, no tiene la legitimidad popular, y ya hace tiempo que perdió la revolucionaria. Él habla de una ‘nueva Argelia’, pero qué nueva Argelia”, lamenta el politólogo Oualid Kebir. “Cuatro años después del nacimiento del Hirak, la situación de los derechos humanos es crítica y el régimen se emplea de una manera severa contra la sociedad, y la situación doméstica es muy frágil para ellos. El régimen sigue militarizando las instituciones y las cosas están mucho más degradadas que en tiempos de Bouteflika. El aumento de los ingresos por las ventas de hidrocarburos ha dado oxígeno al poder militar y le ha permitido al régimen comprar la paz social y continuar su dominación, pero no triunfará en el exterior si no soluciona los problemas en el interior”, explica a NIUS el periodista y analista.
La UE y Estados Unidos guardan silencio ante la oleada represiva de la gerontocracia argelina. El gas y el petróleo argelinos son fundamentales, por sus precios y cercanía, para Europa en pleno boicot de los hidrocarburos rusos tras la invasión y guerra en Ucrania. Si en enero pasado el Parlamento Europeo emitía una resolución crítica con Marruecos por las detenciones y encarcelamientos de periodistas y las sospechas de vinculación de las autoridades marroquíes en el Qatargate, los diputados europeos no han hecho aún lo propio contra el régimen argelino a pesar del largo historial represivo a sus espaldas.
Como ejemplo de la actitud condescendiente de la Administración Biden, preocupada por otros problemas domésticos e internacionales más acuciantes, basta leer la nota publicada por la Secretaría de Estado para el Control de Armamentos y Seguridad Internacional a propósito de la visita concluida este martes 7 de marzo de la subsecretaria Bonnie Denise Jenkins en Argelia.
En el documento se avanzaba que la responsable estadounidense “se reuniría con oficiales del Gobierno para discutir materias de preocupación común, incluidos esfuerzos para reforzar la cooperación bilateral con vista a afrontar retos para la seguridad regional”. Tras el encuentro con el presidente Tebboune, la subsecretaria de Estado aseguró en Argel que la asociación bilateral en la lucha contra el terrorismo “sigue siendo fuerte”. “Es necesario continuar este alto nivel de intercambio con el objetivo de mejorar nuestras capacidades de defensa". Ni rastro de la situación de los derechos humanos en el país norteafricano.
El silencio de la UE y Estados Unidos no ha impedido que, por razones distintas, las relaciones del régimen argelino con dos de sus más próximos vecinos europeos, Francia y España, pasen por un buen momento. En el caso español, las cosas se torcieron de la noche a la mañana cuando el presidente del Gobierno Pedro Sánchez sorprendía a propios y extraños al enviar una carta al rey Mohamed VI de Marruecos expresándole su apoyo a su propuesta de autonomía como solución al conflicto del Sáhara. Un respaldo que al régimen argelino, tradicional patrocinador del Frente Polisario, le sentó como una traición. Desde entonces los puentes diplomáticos entre Argel y Madrid están casi rotos; del mes de junio hasta ahora hay un veto a las empresas españolas en vigor sin visos de revertirse.
En el caso de Francia las cosas han sido diferentes. Marcada por una dualidad amor/odio que hunde sus raíces en la traumática historia compartida entre metrópoli y colonia, la visita de Emmanuel Macron a Argel el pasado verano parecía representar el reseteo de la relación bilateral. Sin embargo, el citado caso de la activista franco-argelina Amira Bouraoui ha vuelto a emponzoñar las relaciones entre París y Argel, que ha sentido la intervención de los servicios diplomáticos franceses como una traición.
Con la prometida visita de Tebboune a París en mayo aún sin fecha, las autoridades argelinas han respondido con la suspensión –desde hace un mes- de la concesión a Francia de pases consulares, documento esencial para el regreso de ciudadanos argelinos expulsados del país europeo. “Personalmente no sabemos hacia dónde va Argelia y el futuro es preocupante. Esperamos que el pueblo recupere su responsabilidad histórica hacia el país porque Argelia necesita un cambio, una segunda república que respete la democracia”, expresa con desesperanza a NIUS el politólogo Oualid Kebir.