No faltan ejemplos en Oriente Medio de países para los cuales las últimas décadas han sido de regresión en todos los órdenes, pero en el caso del Líbano, por lo prolongado y repetido del proceso, la caída sin fin es especialmente dolorosa y exasperante. El pequeño país del Levante no deja de tocar fondo y vive sus peores días desde el fin de la Guerra Civil (1975-1990). Inmerso en una profunda crisis económica -derivada de décadas de mala gestión y corrupción- que estalló en 2019 y alcanzó velocidad de crucero en el verano del año siguiente con la explosión del puerto de Beirut –la tragedia sigue sin tener responsables-, la parálisis política ahonda en el marasmo institucional, material y social libanés.
Ocho meses después de la celebración de elecciones generales y cuando han transcurrido casi cuatro desde que concluyera el mandato del general Michel Aoun, los representantes políticos han sido incapaces de elegir a un nuevo presidente. Se han celebrado hasta once infructuosas sesiones parlamentarias a tal fin. Al frente de una nave cada vez más a la deriva se encuentra un gobierno en funciones con capacidades limitadas. El Pacto Nacional de 1943 establece que el presidente de la República libanesa ha de ser un cristiano maronita –la mayor de las sectas cristianas-, el primer ministro un musulmán sunita y el líder del Parlamento un musulmán chiita. Un acuerdo nacional con arreglo, pues, a líneas sectarias en un país que cuenta hasta 18 grupos principales reconocidos que se superpone al sistema democrático y a menudo entra en conflicto con él.
El último aviso desde el exterior ha llegado de los embajadores de varios países europeos y árabes, entre ellos Estados Unidos, Francia, Arabia Saudí, Qatar y Egipto, quienes amenazan con reconsiderar “todo tipo de vínculos” con las autoridades libanesas si sigue sin elegirse a un jefe del Estado y, con él, un gobierno que lleve a cabo las imprescindibles reformas a las que se vincula la concesión de ayuda internacional.
Por ahora, el presidente del secular Movimiento de la Independencia, Michel Moawad, ha sido el que más cerca se ha situado de la posibilidad de ser investido, aunque con el respaldo de un tercio de los diputados –a los que une su rechazo a Hizbulá- sigue lejos de la mayoría de dos tercios exigida. Este mismo lunes el líder del movimiento político-militar pro iraní, Hassan Nasrallah, se negaba a recibir al diputado y líder del Movimiento Patriótico Libre Gebran Bassil –yerno del ex presidente Aoun- al no aceptar el candidato de la formación a la presidencia. El favorito de la poderosa formación chiita y del también chiita Movimiento Amal es el ex diputado y líder del Movimiento Marada Suleiman Franjieh, quien asegura que el líder sirio Bachar el Assad es “su hermano”.
“El Líbano es rehén del poder de veto de Hizbulá”, aseguraba recientemente el economista y miembro asociado de Chatham House Nadim Shehadi. “Tenemos una parálisis en todas las instituciones que se ha ido fraguando durante casi 17 años” por culpa de la ocupación e infiltración, denuncia el investigador, del régimen sirio en el Líbano. No habrá candidato a la presidencia victorioso si no cuenta con el visto bueno el poderoso movimiento chiita apoyado por Irán que ejerce como una suerte de Estado dentro del frágil Estado libanés.
“Quien vaya a ser presidente tendrá la muy difícil y delicada tarea de tener que arreglárselas con Hizbulá. Mientras ciertos especialistas esperan que el próximo presidente del campo ‘soberanista’ se ponga delante de Hizbulá, ha de evitarse un choque por todos los medios. Un enfrentamiento entre Hizbulá y el Ejército le daría el golpe de gracia final a un Estado que se desmorona”, escribía, por su parte, el pasado mes de septiembre la investigadora de la Universidad de Exeter Dania Koleilat Khatib en el digital Arab News.
Entretanto, la libra libanesa sigue sin tocar fondo. Este lunes un dólar estadounidense cotizaba a 81.000 libras, batiendo un nuevo récord en el descalabro. El tipo de cambio oficial de 1.507 libras por dólar fue fijado en 1997 y se mantuvo estable hasta 2019. Desde entonces la moneda libanesa ha perdido el 97% de su valor.
Una realidad que está teniendo consecuencias dramáticas para la población libanesa, que ve cómo pierde poder adquisitivo irremisiblemente. Entre enero y noviembre de 2022 la inflación se situó por encima del 189%, según datos de la agencia estatal de noticias. Tres cuartas partes de la población se encuentran hoy por debajo del umbral de la pobreza y hay escasez regular de productos básicos en un país que en la década de los setenta del siglo pasado fue conocido como la Suiza de Oriente Medio. Las interrupciones en el suministro eléctrico son habituales durante varias horas al día desde hace meses.
La furia de la población está teniendo en las entidades financieras, que se encuentran en huelga desde hace dos semanas por la situación de inseguridad, como principal destinataria. No en vano en las últimas jornadas se ha desencadenado una auténtica ola de actos vandálicos en Beirut y otras ciudades con las oficinas bancarias como protagonistas.
Hasta seis locales de al menos seis entidades financieras en la capital han ardido, y este mismo lunes la indignación de los libaneses empujó a un grupo de personas a iniciar un fuego en la misma residencia del presidente de la Asociación de Bancos del Líbano. El otoño pasado Beirut fue testigo de varios secuestros de entidades bancarias a manos de ciudadanos armados que pretendían retirar una parte de sus ahorros. El Ejército se encuentra desplegado tratando de evitar males mayores.
Muchos se preguntan si, al margen del esperado préstamo del Fondo Monetario Internacional –en abril del año pasado se alcanzó un acuerdo preliminar de rescate de 3.000 millones de dólares vinculado a una serie de reformas profundas en el sistema financiero-, la explotación de los yacimientos de gas existentes frente a las costas libanesas podrá insuflar buenas noticias para la malhadada economía del país. Sin duda lo más esperanzador ha sido el acuerdo al que llegaron el pasado mes de octubre las autoridades libanesas e israelíes –los dos países siguen oficialmente en guerra- en la delimitación de sus fronteras marítimas, lo que aleja, por el momento, el fantasma de una guerra entre Hizbulá y Tel Aviv. Por lo pronto Nasrallah amenazaba con una agresión a Israel “si se retrasan las extracciones de gas y crudo en aguas libanesas”.
Por lo que respecta a la explotación de las reservas del hidrocarburo, una parte de los especialistas auguran entre cinco y seis años hasta que el Líbano comience a producir gas y petróleo comercialmente viable. El pasado mes de enero el Gobierno libanés firmó en Beirut un acuerdo con el grupo francés TotalEnergies, el italiano Eni y el catarí QatarEnergy –al adquirir un 30% del consorcio de exploración, el Estado del Golfo aprovecha el momento para incrementar su influencia en el Líbano- para comenzar las exploraciones antes de final de año. Es el único motivo para la esperanza de un presente asfixiante para un país que está cada vez más convencido de no tener futuro.
La población vive al borde de una crisis humanitaria, las instituciones se desmoronan, el sistema político está bloqueado –lo que lo sitúan en la categoría de Estado fallido- y el país está cada vez más aislado internacionalmente. “Muchos países se han olvidado del Líbano y lo han abandonado a su suerte. La pobreza y la violencia han prevalecido desde que el mundo ha perdido interés en ellos”, lamenta el presidente del Consejo Económico y Social libanés.