La transición de Sharif a Sharifa: ¿historia para niños o tema tabú?
El Ministerio de Educación de Bangladesh incluyó un relato sobre el tercer género -hijras- en libros para alumnos de 11 a 13 años de edad
La mayoritaria comunidad musulmana se echó a la calle y ha logrado que se retiren los textos incluidos en la asignatura de Ciencias Sociales
En el país residen un millón y medio de personas transexuales y hijras que son marginados a pesar de su adoración mitológica
Sharif es de Bangladesh y un día conoció a una persona a la que la sociedad catalogaba como niña, sin embargo, ella se llamaba a sí misma niño. Se sintió identificado y entablaron una conversación. La identidad de género se puso rápidamente sobre la mesa. Si su interlocutor tenía un “cerebro masculino en un cuerpo de mujer”, a Sharif le sucedía precisamente lo contrario, se sentía mujer a pesar de haber nacido varón. “No somos hombres ni mujeres”, le dijo a Sharif, “somos transgénero”. Es tal el repudio en tierra que estas personas dejan llevar su pensamiento a la divinidad y prefieren catalogarse como gente que tiene dos espíritus. Lo binario es para ellos secundario, parte de una clasificación demasiado elemental. Aquel encuentro fue el detonante para que Sharif cambiara de sexo. Ahora se llama Sharifa y vive en comunidad junto a otros transgénero y transexuales.
Este cuento calcado a la realidad se titula ‘La historia de Sharifa’, aparece en un libro de Historia y Ciencias Sociales destinado a alumnos de entre 11 y 13 años de edad y ha sido el detonante de las protestas de la mayoritaria comunidad musulmana de Bangladesh en la capital del país, Daca. Como consecuencia del descontento, el Gobierno ha decidido retirar dos libros de texto del plan escolar, que se unen a otros dos que fueron apartados del currículum hace pocos días por otras críticas. La razón principal del descontento se debe a que, tras una reciente revisión del temario, se “reconocen las identidades transgénero, las relaciones entre personas del mismo sexo y la ciencia laica”.
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En un principio, tanto la ministra de Educación, Dipu Moni, como el funcionario del Consejo Nacional de Currículos y Libros de Texto (NCTB), Mohammad Mashiuzzaman, defendieron el contenido de los libros, ya que estos tenían el objetivo de fomentar una mayor comprensión con el millón y medio de personas transgénero y transexuales que hay en el país. “Hemos incluido el tema de los transexuales porque son una parte desatendida de nuestra sociedad. A menudo se les expulsa de sus hogares”, declaró Mashiuzzaman a AFP. “Este libro de texto sobre transexuales pretende integrarles en la sociedad”.
La teoría de la evolución de Darwin no tiene cabida
Sin embargo, el mensaje de estos textos no ha calado entre gran parte del 90 por ciento de los 149 millones de bangladeshíes que practican el islam y que, aunque es constitucionalmente una nación laica, constituyen la religión oficial y tienen un peso enorme en la sociedad. Tanto que la tanda anterior de libros retirados contó con una llamativa argumentación sobre por qué no admiten que sus pequeños estudien la teoría de la evolución de Darwin. “Decir que los seres humanos descienden de los simios es una propaganda antirreligiosa. Como musulmanes, es un insulto al islam. Debería promulgarse una ley contra la blasfemia en este sentido”, afirmó un parlamentario del tercer partido de la nación, el nacionalista, Jatiya Oikya.
Ni Darwin ni los transexuales son aceptados en los libros de texto y precisamente los últimos son apartados de la sociedad, a pesar de que en 2014 el Gobierno bangladeshí permitió a las personas identificarse como pertenecientes a un tercer género: los hijras, varones que no se definen a sí mismos como hombres o como mujeres. Les brindaron unos derechos que no tenían, como permitir al tercer género registrarse como tal al sistema electoral -a partir de 2018-, el acceso ayudas sociales o beneficios fiscales a las empresas que contraten a estas personas. Aun así, siguen siendo una minoría marginada incluso por sus propias familias y suelen acabar ejerciendo la prostitución o pidiendo limosnas. Hay excepciones como la de Nazrul Islam Ritu, quien se convirtió en la primera alcaldesa transexual de Bangladesh en 2021. Antes de ser elegida, la vida de esta hijra de familia numerosa musulmana no fue tan distinta a la de la gran mayoría. Repudiada por los suyos, huyó del campo y acabó en una comuna de transexuales de la capital. Una década después, Nazrul regresó a su pueblo de 40.000 habitantes por la puerta grande. Capaz de conseguir que su gente dejara a un lado el género con el que se identifica para concentrarse en la persona -ayudaron las donaciones a la comunidad musulmana y a la hindú-, finalmente se presentó a las elecciones a la alcaldía y las ganó. “La victoria significa que me quieren de verdad y que me han acogido como suya. Dedicaré mi vida al servicio público”, afirmó a AlJazeera. “El techo de cristal se está rompiendo. Es una buena señal”, añadió.
Misticismo y estigmas de los hijras
El cristal se va agrietando pero aún está lejos de venirse abajo a pesar de que el tercer género lleva siendo parte de la sociedad hinduista desde hace más de 2.000 años, que incluso forma parte de la mitología y que no estuvo estigmatizado hasta la colonización británica de India. Antes de ser catalogados en el mismo rango que los criminales con la llegada de los occidentales, los hijras eran percibidos como seres divinos que traían buena suerte y fertilidad. Eran agasajados y en la actualidad, a pesar de su marginación, todavía forman parte de ceremonias en las que bendicen e incluso maldicen a familias según cuan agradecidas o respetuosas seas con sus servicios. Aunque suelen ser invitados, en muchas ocasiones se presentan sin serlo en casamientos o nacimientos y reivindican su derecho a asistir a ejecutar el que consideran como un deber sagrado por el que esperan ser remunerados. “Los hijras son considerados como una forma de reencarnación. Por cada cosa nueva que sucede, el transgénero está presente”, cuenta una de ellas.
Durante las ceremonias donde bendicen a los recién nacidos, los hijras interpretan una danza en la que auguran una larga vida a los pequeños. También forman parte de otros rituales que son más importantes para definir su identidad ya que en ellos se celebra lo que definen como su renacimiento, su transformación. En ocasiones -no siempre- estas celebraciones se llevan a cabo después de una operación de castración o de cambio de sexo y visten saris por primera vez como símbolo de su lado femenino. A la fiesta acuden otros transexuales y hijras, miembros todos de una comunidad que no tiene más remedio que ayudarse mutuamente.
Inmersos en un clima social de continuos abusos y exclusión, en general, la única manera de encontrar trabajo es formando parte de alguna compañía creada por alguna empresaria de su grupo. Siddik Bhuyan Synthia es una de estas emprendedoras y tiene una fábrica de tejidos en Daca donde todo su equipo es como ella.
“Las trabajadoras transgénero de mi empresa son gente normal. No están interesadas en los negocios turbios. Prefieren tener una vida social como cualquiera de nosotros”, sostiene Synthia, que reconoce haber ejercido la prostitución en el pasado. “No tuve una oportunidad, tuve que extorsionar a la gente y me dediqué a la prostitución”, confiesa.
Desde la llegada al poder de la primera ministra, Sheikh Hasina, han aumentado los esfuerzos a nivel institucional por normalizar la identidad de estas personas y por evitar su marginación. Sin embargo, la oposición social de la mayoría musulmana en Bangladesh ha logrado detener -con su presión para la retirada de los libros de texto- una de las batallas abiertas de la comunidad transexual y hijra: la educación de las nuevas generaciones como garantía de su bienestar en el futuro; algo que en otras culturas y religiones distintas al islam también se percibe como una amenaza a sus valores.