Montañas de escombros y amasijos de hierro conforman un paisaje marcado por la destrucción del terremoto en Turquía y Siria, donde el gris del cemento y el hormigón queda relegado por la noche al brillo de las fogatas en las que los supervivientes sin hogar tratan de calentarse ante las gélidas temperaturas. Desde el terreno, el escenario es tan dramático como sobrecogedor. Desde el aire, las imágenes son la muestra de la magnitud de una tragedia que ya se ha cobrado decenas de miles de muertos y heridos.
A vista de dron, las cámaras registran el poder devastador del seísmo, al que siguieron más de un centenar de réplicas que hicieron estremecer a la población, temerosa de que la tragedia continuase extendiéndose todavía más.
En total, más de 6.400 edificios cedieron ante la fuerza del terremoto, derrumbándose entre los temblores, que acabaron por sumir a la región en un drama humanitario que ya se contextualiza en lo que muchos definen como la catástrofe más letal en un siglo.
Las cifras de víctimas mortales no dejan de crecer. Los últimos datos oficiales hablan de más de 21.000 muertos, pero todos saben que continuará en aumento, disparándose en las próximas horas o días. Ya ha pasado el que se presupone como tiempo clave para el abanico de supervivencia de los atrapados por el terremoto: las primeras 72 horas han quedado atrás y los rescatistas son conscientes de que el tiempo se agota; de que las probabilidades de supervivencia son cada vez menores para los que aún permaneciesen con vida, sepultados.
La situación de los trabajadores que buscan supervivientes es además sumamente compleja. En condiciones extremas, sobre superficies completamente inestables, a veces su labor entraña un verdadero riesgo para su propia vida, y el volumen de trabajo es inmenso, porque todo está dañado, derruido, destruido.
En un mensaje para intentar transmitir alivio donde no hay consuelo, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que ha declarado tres meses de estado de emergencia, ha prometido que las labores de búsqueda y rescate no cesarán “hasta que no quede nadie bajo los escombros".
Sobre el terreno, múltiples efectivos llegados desde distintos rincones del mundo, entre ellos de España, se han sumado a la ayuda internacional. Mientras, en Siria precisamente por lo que ruegan es por ello: porque a ellos no les dejen en el olvido y también les llegue ese auxilio.
Sin recursos suficientes y con los servicios de sanitarios y de emergencias trabajando “al máximo de su capacidad”, tal como hacía constar el Ministerio de Sanidad del país, claman desesperadamente que a ellos también les llegue la ayuda.
La zona siria castigada por el terremoto es una región especialmente aislada, muy castigada además por años de guerra, por lo que subrayan que es urgente desatascar la llegada de ayuda humanitaria. Los organismos internacionales, en este contexto, buscan la forma de romper las sanciones y bloqueos impuestos al país.