“Hay algo singular, pero único. Espontáneamente, es una relación [entre franceses y marroquíes] que no puede comparase con ninguna otra”. Son las palabras de la ministra francesa de Exteriores, Catherine Colonna, en presencia de su homólogo marroquí Nasser Bourita el pasado 16 de diciembre en Rabat. Se escenificaba así, en la capital de Marruecos, del fin de un largo desencuentro entre París y Rabat a propósito del conflicto de los visados. Pero, ¿ha terminado definitivamente la crisis bilateral? ¿Recuperará Francia su posición de privilegio en Marruecos y el conjunto del Magreb?
“Hemos adoptado las medidas con nuestros socios marroquíes para restaurar una relación consular normal”, aseguraba la jefa de la diplomacia francesa. Sin ofrecer más detalles sobre por qué ahora, Colonna anunciaba –junto a un Bourita que evitaba opinar sobre la cuestión- el fin de uno de los problemas que ha emponzoñado en los últimos tiempos las relaciones de Marruecos con su privilegiado socio en el Magreb, aunque también con Argelia y Túnez.
En septiembre de 2021 el presidente francés, Emmanuel Macron, anunciaba públicamente una decisión que no iba a gustar nada en tres de sus antiguas colonias: reducir drásticamente el número de visados concedidos a los ciudadanos magrebíes –en un 50% en el caso de marroquíes y argelinos- por no obtener la cooperación necesaria en las tres capitales norteafricanas en la repatriación de nacionales que debían ser expulsados del Hexágono. La crisis estaba servida.
Simultáneamente al que entonces estaba echando al Gobierno de Pedro Sánchez –que concluyó con el respaldo a Marruecos en el Sáhara Occidental-, Marruecos, envalentonado por sus recientes logros diplomáticos –respaldo estadounidense a su soberanía sobre el Sáhara y restablecimiento y rápida asociación con Israel-, decidía librar otro pulso con las autoridades francesas. Desde entonces las cosas no han hecho sino deteriorarse.
Pero los problemas entre París y Rabat no habían comenzado –ni terminan- con el problema de los visados: en Francia no gustó nada saber que el teléfono de Macron se encontraba entre los supuestamente espiados con el programa informático de fabricación israelí Pegasus, según reveló un consorcio internacional del periodistas –entre ellos Le Monde- en julio de 2021, y en Rabat se considera insuficiente el templado apoyo de París a sus posiciones en el Sáhara, sobre todo después de la histórica decisión, 10 de diciembre de 2020, de la Administración estadounidense de reconocer la marroquinidad de la antigua colonia española. Aunque el propio Bourita reconocía en Rabat ante su colega gala que la posición francesa respecto al conflicto saharaui “nunca fue negativa”, Marruecos quiere un paso más. Un posicionamiento ante la cuestión al menos como el español.
Pero Francia sabe que hacerlo pondría en riesgo sus relaciones con Argelia, de la misma manera en que el giro español en el Sáhara ha tenido un coste para las relaciones hispano-argelinas con el veto comercial y la suspensión del Tratado de Amistad. En su visita de los días 15 y 16 la ministra Colonna se limitaba a decir que, “en relación con el plan marroquí de autonomía, nuestra posición es favorable a Marruecos”. “Apoyamos el alto el fuego y los esfuerzos del enviado personal del secretario general de Naciones Unidas y deseamos, y esto tampoco es nuevo, que se retomen las negociaciones entre las partes en vista de una solución justa y realista (…) La posición de Francia es clara y constante”, afirmó la jefa de la diplomacia gala.
Trastabillada en el Sahel –donde la reciente salida de las tropas francesas de Mali obligan a Macron a repensar su estrategia regional-, Francia no está dispuesta a perder influencia en una zona en la que siempre ha ejercido liderazgo y ha disfrutado de una posición privilegiada como el Magreb. Entretanto la crisis se enquistaba con Marruecos, Macron apostaba este verano por darle un nuevo impulso las relaciones, no menos exentas de tensiones, con Argelia.
Con el contexto de la crisis mundial del gas derivada de la guerra en Ucrania, el presidente francés visitaba durante tres días a finales de agosto su antigua colonia norteafricana con la voluntad de “resetear la relación” y sentar las bases de una relación duradera y estable entre los dos países. Una apuesta –la anterior visita de Macron al gigante magrebí se había producido en un ya lejano 2017- bien acogida por el régimen argelino, aunque sin grandes acuerdos concretos, que, entretanto, hacía aumentar los recelos en Rabat.
Sin duda el anuncio el 8 de diciembre de la elección de Cristophe Lecourtier, un hombre de perfil económico, para el puesto de embajador francés en Marruecos –desde la salida de la embajadora Hélène le Gal a finales de septiembre la plaza sigue oficialmente vacante- y la posterior visita de la ministra gala de Exteriores a Rabat apuntan a que la relación avanza en el “buen sentido”, por utilizar la expresión de Bourita en Rabat. A falta de explicaciones sobre el fin de la crisis de los visados y las características del acuerdo alcanzado, Francia ha optado por rebajar la tensión con Marruecos con una decisión unilateral sin aparentes contrapartidas por el momento (apenas dos días después de la visita de la ministra francesa de Exteriores a Rabat las autoridades galas daban por terminada también el conflicto de las visas con Argelia con el desplazamiento de su titular de Interior, Gérald Darmanin, a Argel).
El tiempo irá diciendo cómo se concreta la nueva relación franco-marroquí. Uno de los casos que servirá de termómetro es el protagonizado el imán Hassan Iquioussen, a quien la justicia francesa había ordenado este verano expulsar a Marruecos, su país de origen, acusado de proferir prédicas homófobas, misóginas y antisemitas, sigue exiliado en Bélgica. Por el momento aguarda en un centro de detención belga su expulsión a Francia tras pesar sobre él una orden de detención.
Primer inversor en Marruecos desde hace años y segundo socio comercial –desbancado por España-, Francia no quiere perder su posición de privilegios en un país que ha optado por la diversificación de alianzas políticas, económicas y comerciales. Aguardan importantes proyectos comerciales y oportunidades inversoras para las empresas francesas, como la ampliación de la red de alta velocidad (Francia ha copado hasta ahora las adjudicaciones de la línea en funcionamiento).
Sin embargo, la prometida visita de Macron a Marruecos, que de manera espontánea el propio residente francés avanzó que se produciría a finales de octubre a unos vecinos en la calle, y que, según la versión oficial, fue una de las materias principales de discusión en la reciente visita de la ministra de Exteriores sigue sin tener fecha. Si en algún medio se avanzó que tendría lugar en enero o en febrero ahora la diplomacia francesa apenas se atreve a apuntar al “primer trimestre” de 2023. Como afirmaba en una reciente entrevista al semanario TelQuel el politólogo francés Emmanuel Dupuy, “las relaciones Marruecos-Francia no han mejorado con la rapidez que Rabat habría deseado”.
El último Mundial de fútbol, y, concretamente, el enfrentamiento en semifinales entre las selecciones de Francia y Marruecos ha permitido un último acercamiento al dar pie a que los medios oficiales marroquíes reportaran la llamada del rey Mohamed VI a Macron para felicitarle por el pase de les bleus a la final. En espera de que Macron avance sus planes, Rabat no cederá, y Francia tendrá que dar explicaciones sobre lo pactado y sus intenciones con las autoridades marroquíes. Y retratarse.