Aunque pocas horas antes del inicio cayó una espesa niebla que suspendió el servicio de ferris, el tiempo ha acabado acompañado para que cientos de curiosos hayan sido testigos de la salida de una de las regatas más espectaculares y peligrosas del mundo de la vela. Exactamente 628 millas náuticas (1,163 kilómetros) separan el punto de partida, Sídney, de la meta en Hobart, Tasmania, una travesía que a lo largo de los 77 años de historia que tiene esta competición ha presenciado tantas gestas, desgracias y emociones como agallas tienen los navegantes que se embarcan en esta aventura.
En la carrera de este año participan 109 veleros y la organización, ‘Rolex Sydney Hobart Yatch Race’, presume de llevar a cabo un acontecimiento igualitario, que atrae barcos con una eslora total que van desde los 30 pies a los 100 pies, “con tripulaciones donde se incluyen desde regatistas de club de fin de semana hasta profesionales de la Copa América y de la Volvo Ocean Race”. La expectación siempre es máxima, y en esta edición que comenzó el lunes a mediodía hora local, tan multitudinaria en espectadores como antes de la pandemia, la gente se ha agolpado tanto en tierra como en mar para no perder detalle. La estampa ha sido espectacular en el que es, según el escritor Bill Bryson, “el puerto más hermoso del mundo” gracias a su “agua azul, a sus barcos y al lejano arco de hierro del Harbour Bridge con la Ópera de Sídney en cuclillas alegremente a su lado”. Este Boxing Day, el primer día de la semana después de Navidad, la realidad ha hecho justicia a la descripción.
La envergadura de esta regata no sólo se mide en número de participantes, de asistentes o de medios que la cubren -que son muchos-, también sirve de barómetro la tensión de los regatistas. Del más del centenar de barcos que participan, cuatro supermaxis son los favoritos para hacerse con la victoria: Wild Oats, Andoo Comanche, LawConnect y Black Jack. Todos ellos protagonizaron una salida en la que quedó patente la rivalidad que hay entre ellos. Los primeros 10 minutos de carrera estuvieron marcados por las rápidas y arriesgadas decisiones de algunos patrones, por penalizaciones, protestas y por situaciones que a punto estuvieron de provocar accidentes entre embarcaciones de 60 toneladas -y alrededor de 30 millones de euros-. Desde el litoral y a ojos de los espectadores presentes, sólo se percibieron maniobras que cortaron la respiración, a los que presenciaron la regata por televisión les llegaron los gritos, las obscenidades y los insultos que salían de patrones hacia sus contrincantes e incluso hacia miembros de su tripulación que los realizadores no pudieron filtrar.
Reinó el caos antes de que el viento del norte enfilara a los favoritos rumbo al sur, hacia el traicionero Estrecho de Bass, que separa la isla de Tasmania y la costa meridional de Australia, donde se encuentra el Estado de Victoria. Ese tramo es precisamente el de más difícil navegación debido a su escasa profundidad, a la presencia de arrecifes, a los fuertes vientos y al oleaje provocado por las corrientes entre el océano Antártico y el mar de Tasmania. Ante este panorama, los supermaxis, que compiten por llegar primeros y batir el record de Andoo Comanche logrado en 2017 (un día, nueve horas, 15 minutos y 24 segundos), no corren el mismo riesgo que las embarcaciones más pequeñas que suelen tardar más de tres días en finalizar la regata.
Participantes y seguidores de esta competición que se celebra desde 1945 jamás olvidarán la edición de 1998. Aquel año, una fuerte tormenta provocó cinco hundimientos que costaron seis vidas. Además, 55 regatistas tuvieron que ser rescatados en el considerado, según el periodista y autor del libro, ‘Fatal Storm’ (Tormenta Fatal en español), como “el mayor esfuerzo de búsqueda y rescate en tiempos de paz jamás visto en Australia”. Se registraron vientos de 65 nudos (alrededor de 120 k/h) con rachas de 80 nudos (casi 150 k/h) y algunas de las embarcaciones que pudieron finalizar aquella regata tuvieron que esperar 36 horas a que amainara el temporal. El desastre dejó en evidencia a los organizadores de la regata -su director dimitió- y del Servicio de Meteorología, que desde entonces está obligado a incluir en sus predicciones las rachas de viento máximas y altura del oleaje.
Con la presente edición en liza y, según la organización, con las condiciones de viento favorables para que se rompa un récord, el líder de la carrera, Andoo Comanche, podría llegar a Hobart tras un día y menos de siete horas, lo que les haría batir su propia mejor marca y la del certamen. Allí les espera una ciudad que les acogerá como los ha despedido Sídney.
Precisamente el comienzo y el final, son los momentos que los regatistas describen como los más “apasionantes”. El pistoletazo de salida por la cantidad de expectación, con helicópteros, espectadores y la necesidad imperiosa de ponerse por delante antes de dejar la bahía y salir a mar abierto. La llegada supone para ellos la pugna por “batir a los rivales, pero también la espera con impaciencia de la tradicional bienvenida a Hobart, y la copa para relajarnos y celebrar la experiencia”, explican desde la organización. Entre medio, la aventura, los paisajes, las playas de Nueva Gales del Sur, el impredecible Estrecho de Bass, los acantilados que se asoman en Tasmania -generalmente envueltos en niebla-, las 40 últimas millas de navegación por mar antes de alcanzar el tramo final de 11 millas a través del río Derwent, que lleva a las embarcaciones a Battery Point, Hobart.
Allí, la gloria de los ganadores y también la de aquellos que no optan a alcanzar la cima porque tampoco les importa. Son ellos los que más riesgos corren por tardar más, los que disfrutan de la experiencia de la misma manera en la que originalmente fue concebida por Peter Luke, quien ideó esta ruta como un crucero entre amigos hasta que un capitán de la Marina Real Británica profesionalizó la regata.