Por insignificante que parezca la nación de Palaos, este minúsculo paraíso ubicado en el Pacífico occidental está plantando cara a la todopoderosa República Popular de China con unas agallas poco comunes en países de su perfil.
Su oposición a la estrategia de coerción que aplica el gigante asiático con las naciones que no se suman a su narrativa es total y su postura ha vuelto a quedar patente en la reciente visita de la ministra de Asuntos Exteriores de Australia, Penny Wong.
Durante su encuentro, el mensaje de su presidente, Surangel Whipps Jnr., no deja lugar a dudas: “Los 23 millones de personas que viven en Taiwán necesitan tener voz”, afirmó la semana pasada en la enésima defensa a que los taiwaneses puedan tener representación en instituciones como la Organización Mundial de la Salud o en foros como el del clima, organizado recientemente por Naciones Unidas en Egipto.
Palaos, un archipiélago de alrededor de 500 islas que forma parte de los Estados Federados de Micronesia y que cuenta con una población de poco más de 18.000 personas, es uno de los 14 Estados que reconocen abiertamente tener relaciones diplomáticas con Taiwán. Eso les hace estar automáticamente en la lista negra de China. Sus autoridades no se doblegan ante la presión del Partido Comunista como han hecho otros países de la región como Islas Salomón o Kiribati, quienes han sucumbido a la financiación en infraestructuras y diversas ayudas ofrecidas por Pekín. No aceptar las condiciones chinas les ha supuesto sacrificar en los últimos años un 80 por ciento de su mayor fuente de ingresos: el turismo. En 2017, China eliminó a Palaos de la lista de naciones aprobadas para visitar y las pérdidas fueron cuantiosas, pero ni por esas. La premisa que defienden es que “nadie nos va a dictar quiénes deben ser nuestros amigos”.
“Hemos dejado muy claro que mantenemos relaciones diplomáticas con la República de China, Taiwán. No nos van a decir que no podemos ser sus amigos, que es lo que quieren decirnos que hagamos”, declaró Whipps, quien defensor a ultranza de una postura que comparte con otras naciones del Pacífico como las Islas Marshall, Nauru y Tuvalu.
Pekín puede controlar el flujo de turistas chinos a países del extranjero a través de un programa estatal denominado Estatuto de Destino Aprobado (ADS, por sus siglas en inglés). Formar parte de esta iniciativa significa que las agencias chinas operan en determinados destinos a los que envían grupos de turistas. Los beneficios -o las pérdidas- son notables, especialmente en naciones como Palaos, cuyo PIB depende del turismo en más de un 40 por ciento. Tras ser eliminado del ADS en 2017, el turismo en el país sufrió un gran declive e incluso la aerolínea Palau Pacific Airways cerró en 2018 por culpa de la presión china.
A pesar del impacto, este David lucha contra Goliat respaldado por Taiwán, con quienes mantienen una larga relación -traducida a beneficios anuales de alrededor de 10 millones de euros- y, especialmente, Estados Unidos, con quienes firmaron en 1982 el Pacto de Libre Asociación tras el cual se garantiza que los estadounidenses defiendan a los paluanos hasta 2044 a cambio de acceso estratégico exclusivo a su territorio por tierra, mar y aire, por una cuantiosa ayuda económica de alrededor de 20 millones de euros anuales -hasta 2024-. Estratégicamente, Palaos es un emplazamiento clave para el Ejército de EE.UU. por dos razones: asegurar la ‘ruta del Pacífico Norte’, que conecta Hawái y Guam, y dificultar la iniciativa china de la Franja y la Ruta a través del Pacífico.
En respuesta al veto del turismo chino a Palaos, Taipéi respondió durante la pandemia con la creación de una burbuja entre ambas naciones en las que sus ciudadanos podían viajar sin necesidad de hacer cuarentena. A pesar de que no tuvo el éxito esperado, debido los altos precios de los paquetes de viajes y a otro tipo de restricciones sanitarias, se trató de uno de los primeros acuerdos de este tipo del mundo y de un guiño más entre ambos Ejecutivos. De hecho, en marzo de 2021, Whipps, el presidente de la nación insular, se convirtió en el primer dirigente extranjero en visitar Taiwán desde el comienzo de la pandemia. Allí se reunió con la presidenta, Tsai Ing-wen, junto al embajador estadounidense en Palaos, en una muestra de solidaridad durante la presión diplomática, económica y militar de China. Este gesto que fue desaprobado por el Gobierno chino coincidió con las incursiones de aviones de combate del Ejército de Liberación Popular en espacio aéreo taiwanés.
Son numerosas las ocasiones en las que el gigante asiático ha presionado a países que no comulgan con sus posturas. Aunque no es la única superpotencia que usa su enorme poder económico para imponer sanciones -algo que también hace EE.UU.- las razones por las que imponen penalizaciones son distintas. Un estudio publicado en 2013 por los economistas alemanes, Andreas Fuchs y Nils-Hendrik Klann, determinó el llamado ‘efecto Dalai Lama’, el cual marca una relación entre los países que han recibido al líder espiritual tibetano con posteriores sanciones por parte del Gobierno de China.
“Nuestros resultados empíricos apoyan la idea de que los países que reciben oficialmente al Dalai Lama al más alto nivel político son castigados con una reducción de sus exportaciones a China. Sin embargo, este ‘efecto Dalai Lama’ sólo se observa durante la era Hu Jintao y no para periodos anteriores”, argumentan en su estudio. Este tipo de coerciones, las cuales también han continuado durante el mandato de Xi Jinping, surten efecto en la mayoría de los países e instituciones que se topan con las condiciones de China en las relaciones bilaterales.
Ir en contra de los “valores” chinos suele costar caro. Un ejemplo es cuando se le otorgó el Premio Nobel de la Paz en 2010 al disidente chino, Liu Xiaobo. Las autoridades chinas presentaron una queja oficial al embajador de Noruega en Pekín. A pesar de los intentos del Ejecutivo noruego por defender la independencia del comité que otorga dicho galardón, China restringió las importaciones de salmón noruego. De acaparar más de un 90 por ciento del mercado chino, éste pasó a ocupar menos de un 40 por ciento. En euros, la cifra se tradujo a alrededor de 50 millones en pérdidas. Poco después, a Corea del Sur le salió caro albergar un sistema antimisiles estadounidense y, como ha hecho con Palaos, restringió las ventas de paquetes vacacionales al país. Las pérdidas por la desaparición del turismo chino fueron de más de 15 mil millones de dólares. Cuando el Dalai Lama visitó Noruega en 2014, no se produjo ninguna reunión oficial con dirigentes del país escandinavo y cuando en 2020 China aprobó la Ley de Seguridad Nacional en Hong Kong en la que se puso en jaque derechos fundamentales de la población, Corea del Sur guardó un silencio sepulcral.
Si el turismo procedente de China alzó a Palaos a ser un país de renta media en 2016, el veto a este destino turístico les ha devuelto el estatus de nación de renta baja en la actualidad. Sin embargo, según su presidente, no todo son malas noticias cuando se está en la lista negra del Gobierno chino. “Su respeto por el medio ambiente no es el mismo al que tenemos nosotros. Tampoco tenemos su feroz apetito”, apuntó Whipps durante la visita de la ministra de Exteriores, donde criticó el sacrificio que también supone el recibir tanto flujo de turistas chinos a su archipiélago.
“Creció la presión para ofrecerles mariscos, almejas gigantes que tienen cientos de años y comer especies como el pez loro, y fueron cazados furtivamente durante ese tiempo porque para los pescadores era dinero rápido. Así que una cosa que hemos aprendido es que necesitamos diversificar nuestra base turística. Necesitamos atraer a gente que comparta los mismos valores sobre nuestro medio ambiente, que lo proteja y lo respete. Hemos aprendido que necesitamos construir un sector turístico más resistente y diverso”, agregó en un llamado para que naciones como Australia den un paso al frente y acudan a Palaos.
Doblegarse ante las exigencias o coerciones de China no es, todavía, una opción para la minúscula Palaos, que se mantiene firme en su reconocimiento y apoyo diplomático a Taiwán cueste lo que cueste. Mientras tanto, se adaptan al veto del Gobierno chino con menos recursos económicos y con la necesidad imperiosa de diversificar; pero con más independencia que la que tienen otras naciones de la región.