La política italiana tiene sus propios modos. Es (casi siempre) autodestructiva, pero consigue resurgir de sus cenizas en un juego en constante movimiento, donde los medios de comunicación tienen su propio papel. El llamado show de la política. Un lugar donde las previsiones son la mayor parte de las veces inútiles y donde se espera siempre la última jugada. En la pasada legislatura Italia vivió tres gobiernos diferentes: el Conte I, el Conte II y el dirigido por Mario Draghi. Todos con combinaciones ideológicas diferentes en una dinámica a la que es difícil seguir el ritmo. Cae la coalición pero se suman de otra forma y se vuelve a empezar sin pasar por el voto. Esta legislatura con la victoria clara de la derecha abre un escenario nuevo, un Ejecutivo elegido en las urnas tras más de una década de gobiernos técnicos. Pero los primeros movimientos políticos nos muestran que algunas dinámicas se mantienen intactas con el paso del tiempo. La manera de ser de la política italiana ve de nuevo las mismas jugadas, los mismos remates, que advierten que no es tiempo nunca de bajar la guardia.
El primer gran episodio de desconcierto ocurrió cuando hace poco más de un mes, en la elección del presidente del Senado, Ignazio La Russa, gran exponente de Hermanos de Italia, consiguió ser elegido aún sin los votos de uno de sus socios de la coalición: Forza Italia de Berlusconi. Aquella rotura inicial obligaba a Meloni a buscar otros “socios” también fuera de su propio Gobierno. No lo dudó y de aquel escenario casi de misterio, a pesar del voto secreto, se entendió que había sido una jugada de Matteo Renzi y su pequeña, pero fundamental formación política, Italia Viva. Era un acercamiento inesperado. La segunda parte de esta jugada se escenificó cuando, hace una semana, el socio de Renzi, Carlo Calenda, líder de Azione y parte de la oposición, se reunió con la premier Meloni para acercar posturas sobre los presupuestos. Gesto anómalo, cuanto menos en este punto del Gobierno donde Meloni tendría que tener los números de su coalición con Salvini y Berlusconi sin tener que buscar otros acuerdos “fuera de casa”. Cuando aún la legislatura está en sus inicios y no ha habido tiempo a generar problemas, dicen los expertos.
Además del recelo de los dos socios de Meloni ante ese encuentro, saltaron sin duda todas las alarmas de un fenómeno que está presente en la política desde los inicios de la República. En aquellos años entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, un bipartidismo que duró más de cuatro décadas, el transformismo político asienta sus raíces. Lo que en algunos momentos se vivió como corrientes internas de los partidos, evolucionó como una dinámica también el campo parlamentario. En definitiva: constituía el movimiento de parlamentarios o partidos en una misma legislatura de la oposición al gobierno o viceversa. Una dinámica impensable en otros países donde las líneas ideológicas están mucho más marcadas. Se convirtió así en un mal que todos temían, pero todos, al mismo tiempo, utilizaban. Ya en aquellos años el ex premier Romano Prodi decía que el país, Italia, estaba destruido por el “transformismo”. “Diputados que van de un lado a otro”, dijo en 1994, año de numerosos cambios estructurales para la política italiana. Ocurre incluso que, en los habituales tiempos de una legislatura italiana, cuando en cuatro años ha pasado ya de todo, el número de integrantes del grupo mixto, parlamentarios huidos de sus respectivos partidos, es tan grande que cuenta casi como un formación política.
Giulia Merlo es corresponsal parlamentaria del diario Domani y comenta para NIUS los movimientos políticos de estas primeras semanas. “Hay un claro acercamiento a Meloni de Renzi y Calenda, dos líderes centristas que tendrán que están definiendo su perfil, no están haciendo oposición, están haciéndose un hueco en el Gobierno”, dice. “Se quieren presentar ya desde ahora como una alternativa ante las dificultades que Forza Italia puede encontrar en la coalición de derechas. Hasta ahora todas las declaraciones del partido de Berlusconi han sido críticas con las medidas de Giorgia Meloni. Ellos están aprovechando esta disidencia”, añade Merlo. “Es todo un juego parlamentario”, dice. En este ejemplo concreto el transformismo sería de la propia coalición centrista de Renzi y Calenda que podría estar interesado en entrar en el Gobierno y que, sin tener los números suficientes robaría también parlamentarios a Forza Italia para sumar. Algo que, por retorcido que parezca, ya ocurrió al final de la pasada legislatura con el traspaso de algunos pesos pesados de Berlusconi que se fueron con Renzi y Calenda. Un cambio de bando en toda regla.
El profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de la Sapienza de Roma Gianluca Passarelli comenta también el fenómeno del transformismo, un elemento “esencial”, dice, para entender esta era política en Italia. “Hay un aspecto de táctica en este concepto, claramente. Los intereses cruzados de unos y otros pero, para entender verdaderamente lo que es el transformismo tenemos que verlo como un aspecto cultural de este país donde el político es un personaje un poco felino, está preparado siempre para atacar en el momento menos pensado”, explica. Argumenta así que es un modus operandi que convive con el hacer de la política italiana desde hace décadas y que acaba modulando el devenir de la propia historia. Dos grandes factores influyen, concluye el profesor, para que el país tenga siempre que tirar de este tipo de estrategias: una gran debilidad del sistema político, fragmentado, de los propios partidos y una flaqueza intrínseca del sistema electoral que obliga a las coaliciones. Una tormenta perfecta para que esta sea, de nuevo, la era del transformismo en Italia.