Luiz Inácio Lula da Silva, que cumplió 77 años hace tres días, ha transitado por los claroscuros del camino hacia la resurrección. Le habían dado por muerto políticamente; pero, después de 20 meses en prisión, puede convertirse en el nuevo presidente de Brasil si, como vaticinan los sondeos, gana la segunda vuelta de las elecciones de este domingo frente al actual mandatario de extrema derecha, Jair Bolsonaro. Aunque, en un país fuertemente polarizado en el que se baten dos figuras antagónicas, nada está decidido aún. Los brasileños acuden a las urnas en un clima de tensión tras una bronca campaña electoral en la que, incluso, se han denunciado amenazas de muerte contra Lula.
Hace casi dos décadas que el izquierdista líder del Partido de los Trabajadores llegó al poder por primera vez (gobernó el gigante latinoamericano de 2003 a 2010). Si vuelve a imponerse en las urnas, esta sería su tercera victoria. El expresidente ha resucitado después de pasar 580 días en la cárcel acusado de corrupción pasiva y lavado de dinero por la denominada Operación Lava Jato, una trama con la que se lucraron políticos y empresarios.
Lula siempre proclamó su inocencia y se declaró víctima de "una persecución política". Fue puesto en libertad en 2019. En 2021, el Tribunal Supremo anuló por unanimidad todas las condenas al considerar que el proceso capitaneado por el juez Sergio Moro no había sido imparcial. Moro, por cierto, se convirtió en ministro de Justicia con Bolsonaro.
El carismático exlíder sindical Lula da Silva se convirtió en el primer obrero sin titulación universitaria en llegar a la presidencia de Brasil. Durante sus dos mandatos logró mantener su popularidad entre las clases trabajadoras y las rentas más bajas. Su Gobierno proclamó entonces que había sacado de la pobreza extrema a casi 30 millones de brasileños con programas sociales que se convirtieron en seña de identidad de su gestión. El país, rico en recursos naturales, experimentó un gran crecimiento económico beneficiándose de los altos precios de las materias primas.
El expresidente de Estados Unidos Barack Obama llegó a llamarle "el político más popular del planeta". La Constitución brasileña le impedía presentarse a un tercer mandato presidencial consecutivo, por lo que nombró a Dima Rousseff como su sucesora y se despidió con una aceptación récord del 87%. Después llegaron los problemas judiciales. Sus condenas le impidieron presentarse a los comicios de 2018, que ganó Bolsonaro.
La sociedad brasileña se divide entre quienes le veneran por haber sacado de la pobreza a millones de personas y entre quienes, pese a la anulación de la condena, le consideran un corrupto involucrado en el escándalo de la petrolera Petrobras. El actual presidente, conocido por sus salidas de tono, se refiere a él como "ladrón" o "el presidiario".
Antes de conseguir su primer triunfo electoral, Lula -que encabezó huelgas contra la dictadura militar en la década de los 70- se había presentado otras tres veces a las elecciones. Finalmente, conquistó a una clase desfavorecida que se identificaba con ese político nacido en una familia pobre en el estado nororiental de Pernambuco. Era el pequeño de siete hermanos y de niño trabajó como limpiabotas. Tenía 17 años, cuando trabajando en el sector de la siderurgia, perdió un dedo meñique en un accidente laboral. Su rival Bolsonaro ha llegado a llamarle despectivamente "Nueve dedos".
En esta campaña electoral Lula ha intentado forjar un perfil moderado, distanciado del espectro comunista en el que, según el bolsonarismo, quiere sumergir al país. Como parte de esa estrategia, propone como vicepresidente a un antiguo rival, Geraldo Alckmin; de centroderecha, con él persigue atraer a la clase media y al poder económico y aplacar el temor de que pueda asumir políticas de intervención estatal.
Al frente de una amplia coalición de centro izquierda, promete combatir el aumento del hambre y el paro tras la pandemia de covid y atraer inversiones extranjeras. Lo hará, mantiene, limpiando la reputación internacional de gigante latinoamericano, cuya imagen considera socavada por Bolsonaro (los críticos atribuyen, por ejemplo, el récord de deforestación del Amazonas a las políticas ambientales del presidente). En un contexto de pandemia, el Senado brasileño ha acusado al actual mandatario de crímenes contra la humanidad por su gestión negacionista de la covid, que ha dejado en el país 685.000 muertos.
En el ámbito personal, Lula -que tiene cinco hijos- se casó por tercera vez el pasado mayo con una socióloga 21 años menor que él, Rosangela da Silva. En el plano político, deberá seducir a parte del 21% del electorado (30 millones de personas) que se abstuvo en primera vuelta para poder inaugurar una nueva etapa.