En España nunca veremos a los diputados rebelarse contra el presidente del Gobierno de su propio partido. Es ciencia ficción. Quien cuestione al jefe no sólo no sale en la foto, se arriesga a desasparecer de las listas electorales. Al menos, mientras el líder del partido gane elecciones. Nada que ver con las costumbres británicas. Allí el primer ministro conservador está atado en corto no solo por su propio Gabinete, también por los diputados del grupo parlamentario que se sientan en el palacio de Westminster. Recibir la visita de los "hombres de trajes grises" del Comité 1922 equivale a la de aquellos funerarios de película del Oeste que tomaban las medidas al supuesto perdedor minutos antes de jugarse la vida en un duelo al sol.
En el salón del llamado Comité 1922 -que agrupa a los diputados de base- cuelgan las cabezas de varios primeros ministros y líderes del partido Tory que, de la ruidosa aclamación de los Comunes pasaron a la desaprobación por alguna errática deriva política que entrañaba un alto riesgo electoral. Nada que ver con los partidos en España, aunque el PP haya hecho sus prácticas de aprendizaje con Hernández Mancha y Casado; en cualquier caso, siempre en la oposición nunca en el Gobierno como en el Reino Unido.
No en vano el instinto de supervivencia del Partido Conservador británico le ha convertido en la organización política más exitosa y longeva de Occidente. Y si hay que sacrificar al líder por el futuro del partido, se sacrifica. Los tories son unos consumados ejecutores del 'asesinato político', incluso de sus figuras históricas. El último ejemplo ha sido la dimisión de Liz Truss, la primera ministra más breve del Reino Unido. Apenas 45 días. Una nota a pie de página. Pasará a la historia por eso. Y por la paradoja de que su brevísimo mandato haya coincidido con la muerte de la reina más longeva. El récord anterior lo tenía un primer ministro del siglo XIX, George Canning. Solo duró 119 días porque la muerte, -esta sí, biológica- le sobrevino en el cargo. Corría el año 1827.
El Comité 1922 lo forman los diputados conservadores de las bancadas traseras de la Cámara de los Comunes, los backbenchers, aquellos que no ocupan cargos en el Gobierno. Lo formaron en 1923 un grupo de diputados elegidos en 1922 –de ahí su nombre- que decidieron reunirse a cenar de manera regular para valorar y discutir la política del Gobierno. Fue en 1926 cuando el comité se abrió a todos los backbenchers que quisieran participar en el debate.
Desde 2010 pueden asistir los diputados de las primeras filas de la cámara que desempeñan cargos en el Gabinete. Pero no pueden votar a la ejecutiva que dirige el Comité 1922. Mantienen una reunión semanal cuando el Parlamento está sesión abierta y, en principio, sirve para que los diputados de base discutan sus puntos de vista de manera independiente y transmitan sus opiniones al Gobierno.
Pero su papel más relevante lo obtuvieron a partir de 1965, tras la fallida sucesión del primer ministro Harold MacMillan y el fin de 13 años de dominio conservador. Fue ese año cuando se estableció un mecanismo de sucesión y el Comité 1922 se adquirió un papel clave en ese proceso. Hasta entonces eran los “grandes hombres” del partido los que designaban al líder.
Desde 2001, no sólo los diputados eligen al líder Tory, la selección también se ha abierto a los militantes del partido. Pero el Comité 1922 mantiene una enorme influencia a la hora de enseñar la puerta de salida al líder y la han ejercido sin piedad en los últimos años. Al fin y al cabo, lo primero que tratan de evitar estos diputados es que un líder en caída libre les arrastre a la derrota. Nada que ver con España.
Según las reglas establecidas en 1988, el desafío al líder del partido se pone en marcha cuando al menos lo pide el 15% de los diputados conservadores por medio de una carta al presidente del Comité 1922, sir Graham Brady desde 2010. El Comité 1922 canaliza el descontento de los propios diputados conservadores con su primer ministro, no para derrocarle e ir a unas elecciones anticipadas, sino para reemplazarle por otro que cuente con el respaldo de sus parlamentarios y tratar así de enderezar el rumbo del Gobierno antes de los próximos comicios.
El Comité 1922 marcó el principio y final de los 15 años de liderazgo de Margaret Thatcher en el Partido Conservador y sus 11 años como primera ministra del Reino Unido. Fue el Comité 1922 el que exigió a Edward Heath dimitir o someterse a una disputa por el liderazgo tras su derrota electoral en 1975. Heath dimitió después de verse superado por Thatcher en la primera votación.
15 años después Thatcher fue víctima de la norma que se había impuesto en aquella disputa electoral: que el candidato victorioso sacara una ventaja del 15% de los votos al segundo más votado. Thatcher no lo obtuvo y decidió dimitir antes de someterse a una segunda votación. 28 de noviembre de 1990. A los miembros del partido que fueron a convencerla se les bautizó como “hombres de trajes grises”, una expresión que desde entonces se aplica al Comité 1922.
Liz Truss ha dimitido después de sondear a los miembros del Comité 1922 y constatar que carecía de apoyos “para cumplir su mandato”, pero sus antecesores se tuvieron que enfrentar a mociones de confianza activadas por el Comité 1922.
Tanto Theresa May como Boris Johnson ganaron sus respectivas mociones, pero quedaron dañados irreparablemente por la revuelta de su grupo parlamentario y un tiempo después tuvieron que dimitir. Ni en el caso de Johnson ni en el de Thatcher importó que hubieran reportado grandes triunfos electorales. Les descabalgaron del liderazgo del partido y del puesto de primer ministro. Insistimos: nada que ver con España.
Sí triunfó la moción que los del Comité 1922 presentaron contra el líder conservador –y nunca primer ministro- Ian Duncan Smith. En 2003, perdió por 90 votos contra 75. Como todo puede empeorar, el día que pagó con su derrota la falta de carisma fue el mismo en que publicó su novela The Devil’s Tune. Apenas vendió 18 ejemplares la semana que salió a la venta y la crítica se cebó de manera unánime con la obra: "De verdad que me gustaría no tener que escribir esto, porque uno se siente como si estuviera pateando a un hombre en el suelo... Pero, realmente, es terrible, terrible, terrible", dijo el crítico del The Daily Telegraph, el periódico de cabecera de los conservadores. De nuevo, nada que ver con España.