El acuerdo entre Israel y el Líbano sobre fronteras marítimas marca un esperanzador hito en Oriente Próximo
Israel considera satisfechas sus exigencias en materia de seguridad frente a la amenaza de Hizbulá y para las autoridades libanesas, cuya economía se encuentra en estado crítico, el acuerdo supone una alentadora noticia
La delimitación fronteriza abre la puerta a la explotación de las reservas de gas natural del Mediterráneo oriental por parte de Beirut y Tel Aviv en plena crisis energética mundial
El acuerdo alcanzado este martes entre Israel y el Líbano sobre las fronteras marítimas no puede sino calificarse de histórico y esperanzador para las relaciones entre los dos países y también para el siempre frágil e inestable conjunto de Oriente Próximo. Tras una década de tiras y aflojas y especialmente dos años de tensas negociaciones auspiciadas por Estados Unidos –Tel Aviv y Beirut no mantienen relaciones oficiales, pues se encuentran técnicamente en guerra y no han definido hasta la fecha su frontera marítima- en los que se ha temido lo peor –tanto Hizbulá como los mandos militares israelíes han amenazado con la fuerza en más de una ocasión-, el acuerdo sobre la delimitación fronteriza abre la puerta a la explotación de las prometedoras reservas de gas natural del Mediterráneo Oriental.
En una nota, el primer ministro israelí Yair Lapid, celebraba “un acuerdo histórico que fortalecerá la seguridad de Israel, inyectará miles de millones en la economía israelí y garantizará la estabilidad en nuestra frontera septentrional”, afirmó el primer ministro Yair Lapid en una nota este martes.
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Por su parte, el presidente libanés Michel Aoun, que abandonará el mes próximo la jefatura del Estado, admitió que “la versión final de la oferta satisface al Líbano, cumple con sus demandas y preserva sus derechos para con las riquezas naturales”. El presidente estadounidense Joe Biden envió a ambos un mismo mensaje: “habéis hecho historia”. El acuerdo no habría sido posible sin la mediación del enviado estadounidense Amos Hochstein, quien presentó la pasada semana el borrador final que fijara la frontera marítima entre los dos países de Oriente Próximo.
El acuerdo pone previsiblemente fin a una disputa sobre unos 860 kilómetros cuadrados en aguas del Mediterráneo, donde se encuentran los campos de gas de Karish y Qana y supone el primer paso para que ambos países puedan explotar las reservas de gas natural del Mediterráneo oriental en un momento en el que Europa, el norte de África y Oriente Próximo viven con especial dramatismo la crisis energética causada por la guerra en Ucrania. Además, las perspectivas de cooperación en la materia alejan, al menos a corto plazo, el espectro de la escalada violenta entre ambos países.
Beirut había rechazado la propuesta final de Hochstein al considerar que reconocía a Israel un límite marcado en el año 2000 y exigía regresar a la Línea 23 como frontera marítima. Con el acuerdo, Israel explorará el yacimiento de Karish y el Líbano el de Qana. Según un alto funcionario israelí, Israel recibirá una compensación por ceder los derechos de Qana, pues una parte del yacimiento se encuentra en aguas israelíes con arreglo al acuerdo.
Globalmente, se estima que las reservas en los yacimientos israelíes de Karish y Tanin ascienden a 75.000 millones de metros cúbicos, según información recogida por el israelí Noticias de Israel. Como ejemplo, en Israel se consumen anualmente 12.000 millones de metros cúbicos.
Esperanza para el Líbano
Las perspectivas de explotación del llegan además en un momento crítico para el Líbano, cuya economía, que vive el peor momento de los últimos treinta años, ha venido desmoronándose en los últimos años. El desplome de la libra libanesa, la galopante inflación, la desmesurada deuda pública y la quiebra del sector bancario han situado al Estado libanés al borde de la bancarrota.
Especialmente difíciles están siendo para la economía libanesa los tres últimos años. El Estado es incapaz de proporcionar más de dos horas de electricidad diarias a los ciudadanos libaneses, por lo que las posibilidades de explotación de las reservas de gas cobran una especial significación.
Según medios estatales libaneses, en las últimas horas llegaron a Beirut altos ejecutivos del grupo francés TotalEnergies, propietario de la licencia de exploración de los yacimientos hallados en aguas libanesas. “El Líbano se convertirá en un petro-Estado”, aseguró optimista este martes el ministro de la Energía libanés Walid Fayyad. Teniendo en cuenta los elevados costes de las tareas de perforación y extracción de gas y las dificultades de la economía libanesa, una de las grandes incógnitas será cuándo podrán comenzar a explotarse las reservas gasísticas. Según algunos expertos no menos de ocho años, se hacía eco The New Arab.
Por su parte, Israel ha firmado un contrato con Energean, que promete haber extraído durante este otoño los primeros volúmenes de gas. Tel Aviv había dado luz verde al conglomerado griego la semana pasada, por tanto antes del acuerdo entre las partes, para comenzar a probar el gasoducto de Karish. Desde Energean se anunció en un comunicado la semana pasada el descubrimiento de una reserva de gas natural con una capacidad de entre 7.000 y 15.000 millones de metros cúbicos en el campo conocido como Hermes, cerca de los yacimientos Leviatán y Tamar.
Todos ceden, también Hizbulá
Aunque sus líderes no se han manifestado públicamente al respecto, el acuerdo cuenta con el beneplácito de Hizbulá, el partido-milicia apoyado por Irán en torno al cual se reúne el Líbano chiita. Así lo confirmaron a Reuters un alto funcionario del Gobierno libanés y otro próximo a Hizbulá, quien da por terminadas las negociaciones. Sin el respaldo al acuerdo de la organización liderada por Hassan Nasrallah, apoyo decisivo del presidente libanés, las negociaciones no habrían llegado nunca a buen puerto: los próximos meses permitirán conocer cuál será la tajada política que el partido milicia pro iraní sacará del acuerdo.
El momento sin duda más tenso para el proceso de negociaciones se vivió el pasado verano. El pasado 2 de julio Israel reveló haber derribado por su sistema antimisiles tres drones enviados por Hizbulá a la zona de Karish. A comienzos de agosto, la organización chiita llegó a amenazar con un ataque militar si Israel comenzaba las perforaciones en la zona en disputa. Desde Israel sus mandos militares advirtieron de igual forma a Hizbulá con “desmantelar el Líbano”. No en vano, la semana pasada el ministro de Defensa Benny Gantz había ordenado a las tropas israelíes elevar la alerta en la frontera norte.
Pragmatismo y debilidades compartidas
Para los más realistas, el acuerdo es el resultado de un escenario de debilidades compartidas y pragmatismo. Pensar en un proceso hacia la normalización de relaciones, en la estela de los Acuerdos de Abraham, entre los dos vecinos es, hoy por hoy, utópico e ilusorio. El general Aoun ha dejado claro que en modo alguno el acuerdo significa que entre el Líbano e Israel vaya a haber ningún tipo de “partenariado”.
Como reflejo del sistema político libanés –en el que las tres grandes comunidades comparten el poder según líneas étnico-religiosas-, el acuerdo deberá ser aprobado, además de por el presidente de la República (maronita), por el jefe del Gobierno (sunita) y por el presidente del Parlamento (chiita) y sin tener que pasar por el Parlamento.
La realidad del momento es que Israel, inmerso en el largo proceso de lograr su normalización como Estado en el conjunto del mundo árabe, no tiene en estos momentos apetito por embarcarse en una nueva guerra con Hizbulá, como tampoco es del deseo de la organización pro iraní, con un Líbano en situación económica dramática, desencadenar una guerra abierta con el todopoderoso Ejército israelí.
Por ahora la voz más relevante que hasta ahora se ha manifestado contraria a lo trascendido este martes es la del ex primer ministro Benjamín Netanyahu, quien ha calificado de “capitulación histórica” ante Hizbulá el acuerdo, aunque sus palabras han de interpretarse a la luz de la campaña electoral –Israel vuelve el próximo 1 de noviembre a celebrar elecciones parlamentarias- en la que se encuentra inmerso. En Israel el acuerdo tendrá que pasar primero por el gabinete de seguridad del primer ministro antes de ser respaldado por el Gobierno y la Knéset, y en las primeras horas desde que trascendiera ya ha despertado importantes críticas en la oposición.
Con todo, la experiencia dicta la máxima de que nada es definitivo en Oriente Próximo, tampoco este acuerdo, hasta que no haya recibido la rúbrica de ambas partes y se haya hecho oficial. Sin reconocimiento mutuo de las fronteras terrestres –se mantiene la Línea Azul del alto el fuego auspiciado por Naciones Unidas en 2000-, técnicamente en guerra y con las heridas de la última confrontación bélica, la de 2006, aún abiertas-, las perspectivas de una normalización de relaciones entre Beirut y Tel Aviv se antojan lejanas.
Sin embargo, para ambos países, que viven circunstancias muy diferentes, el acuerdo, calificado de “histórico” tanto desde Beirut como desde Tel Aviv, aleja la escalada violenta a corto plazo y ofrece prometedoras posibilidades económicas en plena fiebre mundial por el gas. También, aunque modestamente, el compromiso entre Israel y el Líbano ayuda a Europa en tanto se suman nuevas fuentes de suministro de gas en pleno proceso de desconexión energética de Rusia. En palabras del diplomático y mediador internacional estadounidense Dennis Ross, sin el acuerdo “la guerra era posible entre Hizbulá e Israel. Con él, ambos países pueden extraer gas cuando el mundo lo necesite. Puede que no sea la paz, pero la preserva”.