Cada vez más firme y resuelta es la voluntad de la actual administración iraní por ganar terreno y adeptos en África y sacar tajada de las numerosas oportunidades que el continente ofrece. Favorecida por la retirada occidental de regiones como el Sahel y a menudo de la mano de Rusia, la República Islámica quiere aprovechar el sentimiento antioccidental rampante en amplias zonas del oeste y el norte de África para proseguir su expansión económica y política. La nueva alianza militar entre Marruecos e Israel, archienemigo de la Revolución y sus ayatolás, ofrece la excusa perfecta al régimen iraní para reforzar los vínculos con Argelia y Mali en la batalla por el Sáhara Occidental y la hegemonía regional.
No en vano, por segunda vez este año –la primera vez fue en marzo-, el pasado 5 de septiembre un comité ministerial árabe –reunido en los márgenes de la celebración del Consejo de la Liga Árabe en El Cairo- formado por Arabia Saudí, Emiratos, Bahréin y Egipto y el propio secretario general de la organización manifestó su solidaridad con Marruecos frente a la injerencia iraní –y de su aliado, el partido-milicia libanés Hizbulá- en el Sáhara Occidental en apoyo del Frente Polisario.
Según el comité, la República Islámica arma y entrena a “elementos separatistas” que “amenazan la integridad territorial” marroquí y “la seguridad y la estabilidad” del reino alauita y la región. Este mismo lunes, en presencia de su homólogo yemení, el ministro marroquí de Exteriores, Nasser Bourita, acusaba a Irán de ser “espónsor oficial” del “separatismo y el terrorismo” en la región árabe y avisaba contra el uso de tecnología por parte de elemenos “no oficiales”, en referencia velada a Hizbulá y el Polisario.
En 2009, Marruecos cerró la escuela iraquí de Rabat por supuesta difusión de las doctrinas del islam chiita, el mismo que es mayoritario en Irak e Irán. Rabat rompió relaciones diplomáticas con Teherán en 2018, denunciando la “implicación confirmada de Irán a través de Hizbulá (…) en una alianza con el Polisario contra la seguridad nacional y los intereses superiores del Reino”. Entonces, el jefe de la diplomcia marroquí Nasser Bourita evocaba el refuerzo de las relaciones y la cooperación militar entre la organización libanesa y el Frente Polisario desde 2017.
Con todo, para comprender el actual escenario regional, entendida esta como el conjunto del Norte de África y Oriente Medio, hay que remitirse a lo ocurrido a finales del otoño de 2020. Coinciden los especialistas en marcar la fecha del 10 de diciembre de aquel año como el inicio de un importante cambio geoestratégico –terremoto para no pocos observadores- para el conjunto del Magreb.
El reconocimiento explícito por parte de Estados Unidos de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental y el restablecimiento oficial de relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel –anunciados por el ex presidente Trump en sus célebres tuits- supuso un indudable espaldarazo a las posiciones de Rabat en el conflicto en torno a la antigua colonia española. Y el inicio de un escenario de alta tensión con Argelia, principal patrocinador del Frente Polisario, con repercusiones regionales y europeas que seguirán reverberando en los próximos meses.
Aunque venía fraguándose desde hace años, el último año y medio ha visto consolidarse una suerte de guerra fría regional con dos ejes claramente diferenciados. Por un lado, el formado por Marruecos, Estados Unidos e Israel –la asertiva diplomacia marroquí se apuntó además en el último año el tanto de lograr el apoyo de España y Alemania a su plan de autonomía como solución al conflicto saharaui-; por otro, el integrado por Argelia, Rusia e Irán, con Túnez y Mali como acompañantes regionales aunque desde luego actores secundarios.
Mención aparte merece la posición de Francia, que parece no ser ya el aliado estrecho y fiel de Marruecos de otros tiempos a juzgar por los recientes desencuentros entre ambas administraciones y, sobre todo, teniendo en cuenta la voluntad nítidamente expresada por Emmanuel Macron de refundar las relaciones con Argel –como quedó de manifiesto en la reciente visita del mandatario galo al país norteafricano- en un momento de divorcio entre las dos potencias magrebíes.
En agosto de 2021 Argelia rompía relaciones diplomáticas con Marruecos; en noviembre de 2020 el Frente Polisario rompía, a su vez, el alto el fuego con Rabat, aunque lo cierto es que se han registrado, de manera general, sólo enfrentamientos de baja intensidad. La adhesión marroquí a los Acuerdos de Abraham con su némesis israelí junto a Bahréin y Emiratos no gustó nada a Irán y Rabat está convencido de que el régimen de los ayatolás intensifica en los últimos meses su apoyo a Argel y al Polisario en el Sáhara. En agosto del año pasado, durante su histórica visita a Marruecos a la sazón como ministro de Exteriores israelí, Yair Lapid confesaba en Casablanca su “inquietud por el rol del Estado argelino en la región, al aproximarse a Irán y llevar a cabo una campaña contra la admisión de Israel en la Unión Africana como observador”.
Algo menos de un año después, a finales del pasado mes de julio, era Estados Unidos el que daba por hecho el “acercamiento entre Irán y Argelia con objeto de entrenar a la milicia del Polisario bajo el mando de instructores puesto a disposición por Hizbulá”. Días más tarde trascendía que Washington había concedido a Marruecos –además de al resto de países del Consejo de Cooperación del Golfo- una ayuda militar para el año que viene –por valor de 6.000 millones de dólares- para hacer frente a la amenaza directa o indirecta de misiles y drones iraníes.
“¿Qué ocurre con el eje Argelia-Túnez-Irán?”, se pregunta el geoestratega Kamal F. Sadni en en Maroc Diplomatique, una publicación marroquí alineada sin fisuras con la línea diplomática del Estado. “La presencia iraní proporcional en los dos países es conocida para todos. También lo es aunque aún de manera tímida en Mauritania. Y probablemente en el futuro lo será masivamente en Libia”, escribía a finales de agosto el especialista para acabar advirtiendo a Argel: “Si Argelia pudiera acomodarse al activismo de los guardianes de la revolución islámica para, entre otras cosas, indisponer a Marruecos y a ciertos intereses occidentales, haría bien, por el contario, no permitiendo a Teherán instalar bases en su territorio”.
Lo cierto es que en los últimos meses se han multiplicado los encuentros y conversaciones entre las autoridades argelinas e iraníes en una muestra inequívoca de que la alianza es cada vez más estrecha. En febrero de este año el presidente iraní, en conversación con su homólogo Abdelmadjid Tebboune, hacía toda una declaración de intenciones: “Irán y Argelia tienen buena cooperación, pero este nivel de interacción no es suficiente, y en consonancia con la determinación de los líderes de los dos países, las relaciones Teherán-Argel pueden ampliarse en el ámbito bilateral, regional e internacional”.
“Irán ha apostado por Argelia en el contexto de la nueva política del [presidente iraní] Ebrahim Raisi de restablecer vínculos con el continente africano, una zona completamente ignorada por la administración de Hassan Rouhani”, escribe en un artículo para el Instituto Europeo del Mediterráneo el investigador Moisés Garduño.
Respaldado por un contexto favorable a sus intereses de la crisis energética internacional, Argelia se esfuerza en los últimos meses por estrechar lazos y a atraer a su órbita a dos vecinos de la región: Túnez y Mali. Paralelamente Teherán hace lo propio con ambos, subrayando la voluntad de articular una alianza conjunta en la región.
La crisis del gas ha obligado a la pequeña república magrebí –que se encuentra en una situación financiera extrema- a recurrir a la ayuda de sus vecinos argelinos. El presidente Kais Saied confirmaba a finales de agosto su apoyo a Argel cuando recibió en Túnez con honores de jefe de Estado al líder del Polisario Brahim Ghali en vísperas de la cumbre Japón-África. Como era de esperar, la reacción de Rabat fue inmediata: retirada del embajador en la capital tunecina y crisis por un hecho calificado de “grave y sin precedentes”.
Un mes antes, el pasado mes de julio el presidente iraní expresaba, tras mantener una conversación con su homólogo tunecino, su voluntad de cooperar con Túnez en “diversas cuestiones del mundo musulmán”. “Irán considera el éxito y el progreso de la estimada nación tunecina como propio”, aseveraba Ebrahim Raisi. Por su parte, el semanario Jeune Afrique vinculaba a la supuesta fascinación de Kais Saied por la Revolución iraní y el chiismo sus veleidades autocráticas. Tal para cual.
Por otra parte, hábilmente capitalizado el sentimiento antioccidental rampante en los últimos años, la Rusia de Putin se ha convertido en uno de los puntales fundamentales del actual gobierno maliense del coronel Assimi Goita. De la mano de su socio ruso, Irán quiere aprovechar las simpatías antiOTAN de las autoridades golpistas del país africano para incrementar su presencia. No en vano, el pasado mes de agosto, el ministro de Exteriores iraní Hossein Amir- Abdollahian se desplazaba hasta Bamako con el objetivo de incrementar la cooperación en materia de defensa y seguridad entre las dos naciones.
Y apenas una semana después, los cancilleres de Argelia y Mali se comprometían también en Bamako a reforzar los vínculos en materias como la energía, las telecomunicaciones, el comercio y la circulación de personas y bienes. Y más significativo: ambos manifestaron su voluntad de relanzar el Comité de Estado Mayor Operacional Conjunto, creado en 2010 aunque prácticamente inoperativo desde entonces.
Ebrahim Raisi fue explícito cuando declaró en agosto 2021, a su llegada a la presidencia, su voluntad de “relanzar” las relaciones iraníes con el conjunto de África aseverando que el continente se convertiría en uno de los ejes de su política exterior. “Irán es un socio fiable para los países de África”, afirmó entonces –y ha repetido más de una vez- el jefe del gobierno iraní, expresando el deseo de marcar distancias con la inapetencia por el continente de sus antecesores.
Además de Mali, el canciller Amir-Abdollahian también ha visitado Tanzania con propósitos semejantes. Teherán trata de promover el chiismo en Nigeria, Senegal o la propia Tanzania. En el orden comercial, los esfuerzos de la actual Administración Raisi parecen empezar a dar sus frutos (o eso al menos dicen los responsables iraníes): el valor de las exportaciones iraníes al conjunto del continente africano aumentó un 40% en los primeros cinco meses de este año respecto al mismo período del año pasado, según los más recientes datos oficiales. En los últimos meses las autoridades iraníes han hecho pública su solicitud de adhesión a los BRICS, coincidiendo en el tiempo con Argelia –el pasado fin de semana Pekín saludaba el empeño argelino de integrarse en la organización-, en otra prueba de que las agendas de Teherán y Argel son cada vez más coincidentes.
“Cargado de oportunidades, el continente africano puede ayudar a Irán a ampliar su influencia mundial, tanto regional como globalmente, además proporcionarle mercados alternativos y oportunidades de negocio”, sintetizaba recientemente la periodista Sabena Siddiqui en The New Arab.
En fin, a pesar del contexto de negociaciones nucleares –y de la ola de protestas que se registran en las últimas fechas en varias ciudades iraníes- todo apunta a que el régimen de los ayatolás seguirá expandiendo sus tentáculos políticos y económicos en el continente africano en los próximos tiempos. Y en el caso concreto del Magreb, observado con lupa por Estados Unidos e Israel, Teherán debe saber que un paso en falso, teniendo en cuenta el turbulento contexto regional, podría tener consecuencias irreversibles para todas las partes.