Miles de personas siguen guardando una respetuosa cola para despedir a la reina Isabel II en Westminster. La fila ha ido avanzando a lo largo de la noche pero no se acorta. Tiene varios kilómetros de longitud. La espera es tan agotadora que uno de los guardias que vigilan el ataúd se ha desplomado a causa del agotamiento.
El color negro y una profunda pena han llenado un majestuoso vestíbulo de piedra para decir adiós a la difunta monarca en Westminster.
Gente de todas las nacionalidades, niños, mascotas y hasta cuerpos completos de policía lo han dejado todo para presentar sus respetos a Isabel II. “La reina siempre ha sido alguien a quien he admirado así que pedí permiso en el trabajo para poder venir”, dice un hombre en la cola.
Fuera del palacio, se cuentan por miles quienes soportan el frío mientras aguardan su turno. “Necesitaba presentarle mis respetos. Ella ha hecho un increíble servicio por este país así que sí, es lo correcto”, dice otra mujer.
La hilera ya supera los cinco kilómetros pero según las estimaciones podría llegar doblarse. Una infinita cola que podría cortarse mañana mismo para asegurar que todos los que están en ella puedan pasar por este Westminster Hall antes de las 6 y media de la mañana del lunes. “La cola se está moviendo mucho más rápido de lo que esperábamos”, comenta una chica.
“Dentro tendremos que desfilar lo más rápido posible para que el máximo número de personas tenga la oportunidad de entrar”, admite otro hombre, al que no le falta razón porque dentro se controla que las dos colas fluyan con rapidez y que nadie se detenga más de un instante. El incesante hormigueo de gente sólo se detiene cuando toca cambio de guardia.
Son muchas horas velando a la reina, y de hecho uno de los guardias que vigilan el féretro se ha desplomado a causa del agotamiento.
Ellos, los miembros de la guardia real flanquean el féretro de su majestad y asegura que nadie se acerque a la plataforma. Están prohibidos los teléfonos móviles y también sacar fotos. En Westminster sólo hay respeto y un sepulcral silencio para rendir homenaje a la monarquía parlamentaria más antigua del planeta.