Más de mil niños han sido víctimas de las bombas rusas desde que hace más de seis meses Vladimir Putin decidió invadir Ucrania. A fecha de hoy, los menores muertos superan los 380 y los heridos son otros 740. Las autoridades ucranianas luchan para que los más pequeños no sufran toda la crudeza de la guerra, pero no pueden evitar que sus padres intenten protegerles de una violencia que no distingue de edades.
Es el caso de Olga, una mujer ucraniana que vive escondida en un antiguo refugio nuclear ruso en la ciudad de Járkov, la segunda mayor urbe de Ucrania. Nicolás Castellanos, el reportero de la Cadena SER enviado a esta zona de conflicto bélico ha contado la historia de esta mujer y de su hijo, Eugene que nació bajo el estruendo de los bombardeos rusos sobre la población civil.
Eugene vino al mundo el pasado 4 de marzo, ocho días después de la invasión de Putin. Desde ese momento, Olga y Eugene viven bajo tierra, protegidos en un viejo y destartalado refugio nuclear construido durante la desaparecida Unión Soviética que comparten con una veintena más de desplazados forzosos que buscan refugio entre las gruesas paredes de hormigón de esta construcción.
Olga tiene 39 años y abandonó su localidad de Prudianka invadida por las tropas rusas desde el inicio de la guerra. Su búsqueda de refugio le llevó hasta Járkov, capital del óblast (provincia) que lleva su nombre situada a unos 39 kilómetros al sur. Allí fue donde nació Eugene que en todo este tiempo casi no ha visto la luz del sol protegido en la seguridad del búnker subterráneo.
Son seis meses viviendo y durmidero bajo tierra en busca de una seguridad al antojo de la barbarie bélica desatada por Rusia. Solo de vez en cuando, Olga, Eugene y otros refugiados salen a la superficie para dar un paseo por las inmediaciones del refugio, momentos que aprovechan para respirar aire fresco, disfrutar de los rayos de sol cuando las nubes lo permiten y estirar un poco las piernas.
Salir a la superficie es una especie de suerte cargada de muchos riesgos, porque la guerra nos ha enseñado que la muerte no conoce de horarios y en cualquier momento, una bomba puede destrozar la vida de una persona o una familia sin previo aviso.