El estallido de la guerra en Ucrania, la extrema crueldad de su desarrollo y las consecuencias socioeconómicas que de ella se deriven constituyen una gran preocupación para el mundo.
De repente, hemos sido conscientes de que cualquier día podemos acostarnos en paz y amanecer en una guerra en la que todo vale, excepto las vidas humanas. Se trata de una amenaza a la que, de forma individual, no podemos hacer frente. Todo el mundo, en su concepción más literal, está expectante porque resulta impredecible saber a dónde vamos a llegar con esta guerra tan salvaje.
Preocuparse es un proceso cognitivo habitual que en ocasiones puede ser patológico. La investigación científica indica que más del 38 % de las personas nos preocupamos más de una vez al día. El proceso de preocupación representa un intento de solución mental de problemas sobre un tema cuyo resultado es impredecible.
La impredecibilidad de las consecuencias de la guerra en Ucrania pone en jaque la tolerancia a la incertidumbre del ser humano. La incertidumbre, la preocupación y sus consecuencias perturbadoras son, de hecho, los ingredientes básicos del Trastorno de Ansiedad Generalizada.
La psicología, como disciplina científica, ha generado conocimiento sobre algo tan importante como la incertidumbre hasta el punto de haber creado la Escala de Tolerancia a la Incertidumbre y su relación con los procesos cognitivos, la ansiedad y la depresión.
Es el momento de ocuparnos (que no preocuparnos) del manejo de la incertidumbre para prevenir un posible trastorno de ansiedad.
Gestionar la incertidumbre no es tarea sencilla, pero podemos empezar conociendo los factores que intervienen en ella.
El punto clave es saber diferenciar entre información e incertidumbre. Son dos conceptos distintos, pero muy relacionados entre sí. Las personas tendemos a cambiar el nivel de información que poseemos sobre la guerra en Ucrania, y podemos sentirnos más seguros o inseguros sobre el nivel de información que poseemos.
No es casualidad que la guerra de Ucrania, además de un conflicto bélico, sea una guerra informativa. Desde el lado occidental no damos crédito a cómo los ciudadanos rusos apoyan esta barbarie ¿Estarán afectados todos ellos por una personalidad psicopática? No. Simplemente tienen acceso a una información que les hace sentir seguros.
En cambio, la información que maneja gran parte del mundo occidental hace que nos sintamos inseguros delante de los giros mentales de un individuo –Vladimir Putin– al que, por la información que tenemos, percibimos como un ser aislado y perturbado, capaz de cualquier barbaridad.
Las emociones son muy importantes en el manejo de la incertidumbre y se derivan directamente del nivel de información deseado por cada uno sobre las causas y desarrollo de la guerra. La conciencia del riesgo no tiene tanto que ver con experiencias propias, ni tan siquiera con el riesgo estadístico de sufrir una guerra. La sensación de riesgo está relacionada directamente con la impredecibilidad de un futuro incierto.
El miedo y la ansiedad de las amenazas ante las que no nos sentimos seguros son un gran reto para el ser humano. Lo peor es la sensación de pérdida de control. Sabemos que no tenemos el control de la guerra de Ucrania y que en cualquier momento podemos ser víctimas de ella. Además, se trata de un “riesgo político” que es difícil de calibrar en tiempo (¿cuánto pensábamos que iba a durar?) y en el espacio (¿sospechábamos que sobrepasaría las fronteras de Ucrania?). Por lo tanto, es un suceso casi imposible de explicar con reglas lógicas de causalidad. Como decía Aristóteles, “es probable que suceda lo improbable”.
De este modo, podemos tener dos tipos de respuesta:
No podemos desligar la sensación de vulnerabilidad con la percepción subjetiva de riesgo personal. El alcance y la variedad de los efectos de la guerra dependen de varios factores que se combinan entre ellos. Nos sentimos vulnerables por unos macrovalores (preocupación por las consecuencias de la guerra en un mundo globalizado) que afectan más a nuestra percepción de seguridad nacional. En cambio, los microvalores, como la preocupación por nuestras necesidades físicas y materiales, afectan a la sensación de vulnerabilidad personal.
Nos sentiremos más o menos amenazados a partir del conocimiento de eventos deliberados tales como los crímenes de guerra, violaciones, torturas, expolios, etc., que, por un mecanismo de identificación con las víctimas, nos hacen sentir que en cualquier momento nos podemos encontrar en su situación. Y la base de la sensación de peligro se sustenta sobre eventos de tipo accidental, como un eventual trastorno mental de Putin o que Rusia y Occidente no sepan hacer frente a un “y tú más” y entren en una escalada simétrica de límite impredecible.
No solamente la guerra de Ucrania nos genera incertidumbre. También lo han hecho la pandemia o el cambio climático y cada vez tendremos que manejarnos mejor con la pérdida de control que implica no poder anticipar un grave peligro.
Estas serían algunas estrategias para paliar los efectos psicológicos de la incertidumbre: