La matanza en la escuela de Uvalde, en Texas (EE. UU.) que ha causado la muerte, por el momento, de 21 personas (19 estudiantes y dos adultos) enfrenta de nuevo a la sociedad norteamericana a uno de sus peores fantasmas: el uso de armas como justificación en la resolución de situaciones de acoso en las escuelas. Amigos de Salvador Ramos, acusado de ser el autor de la matanza y abatido por las fuerzas de seguridad, aseguran que siempre fue "víctima de ataques, insultos y humillaciones constantes: "Se burlaban de Ramos por la ropa que usaba y la situación financiera de su familia", algo que, según estas fuentes citadas por la cadena CNN le llevó a ir dejar de asistir a clase.
En uno de los mensajes de Ramos a un amigo a través de las redes sociales, le digo "me veo muy diferente ahora. No me reconocerías". El presunto pistolero respondía de esta manera a la extrañeza de su interlocutor tras mostrarle las imágenes de dos fusiles AR (ArmaLite Rifle), uno de los más populares en Estados Unidos y cuyo valor ronda los 500 dólares.
El acoso escolar es uno de los temas que más preocupa a la comunidad educativa no solo en Estados Unidos, sino también en España. Los expertos señalan que se trata de un "problema de convivencia entre escolares", pero que es necesario "diferenciarlos de otros conflictos de convivencia" identificando aquellos casos en los que "el grupo de agresores las planifique con la intención de hacer daño, que se repitan en el tiempo y que la víctima no pueda responder por sí misma a los ataques, quedando en una situación de indefensión".
María Soledad Andrés Gómez, profesora en la Facultad de Educación de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), recuerda que "una pelea entre escolares, más allá del malestar o conflicto que pueda generar entre los implicados o en el grupo de clase no es ‘bullying’. Tampoco se puede hablar de acoso en las peleas entre bandas, aunque se den altos niveles de violencia".
En un artículo publicado en The Conversation, Andrés Gómez defiende el papel de la docencia en la escuela actual frente a estos casos de acoso que engloban "un conjunto de agresiones dirigidas a hacer daño al otro, aunque quienes atacan pretendan minimizar su impacto (“Es un juego”): son agresiones verbales como insultar, poner motes y/o sembrar rumores denigrantes; de aislamiento y exclusión; son agresiones físicas como pegar, robar, amenazar y/o chantajear de distintas formas; también acoso sexual, por razón de género u orientación sexual".
Según esta experta defiende en su artículo, "en los últimos años, a diferencia de finales de los 80 y 90, cuando se comenzaba a estudiar el fenómeno en nuestro país, existe un alto nivel de sensibilización entre escuelas y profesorado. Muchos centros cuentan con herramientas educativas de distinto tipo y nivel de actuación: desde materiales para promover la empatía y el compañerismo en el aula, hasta programas específicos de “alumnado ayudante” o de mediación para orientar de forma adecuada las intervenciones.
Pero, a pesar de todos estos avances no todos los esfuerzos avanzan en la misma dirección "aún hoy y a pesar de todo el conocimiento disponible (guías, publicaciones, cursos, conferencias, películas, series…) hay centros que se empeñan "en negar la existencia del problema en sus aulas y se muestran incapaces de proteger y educar a todo su alumnado"..
Cordelia Estevez Casellas es profesora de Piscología del desarrollo Infanto-juvenil en la Universidad Miguel Hernández de Elche (Alicante). En un artículo en The Conversation en el que aborda los perfiles de los acosadores y de sus víctimas asegura que al agresor "le resulta eficaz (el acoso) para obtener popularidad o un estatus superior entre su grupo de iguales, y por esta razón lo mantiene. Por tanto, podríamos decir que los agresores aprenden y mantienen este tipo de conducta porque les funciona entre su grupo para alcanzar sus objetivos".
Respecto a la víctima, Estevez Casellas la describe como "compañeros que en ocasiones tienen algún rasgo distintivo relacionado con su aspecto, actitud o funcionamiento académico que llama la atención del agresor y suelen carecer de habilidades para enfrentarse a él y salir del acoso.
Se trata de un proceso "tan dinámico que en muchas ocasiones las víctimas adoptan el papel de acosador repitiendo un patrón conductual vivido" y en el que "los factores de riesgo pueden ser de índole familiar, sociocultural y emocional o afectiva".
Como en el caso de la Escuela Primaria Robb en Uvalde, el trasfondo de acoso visto en su conjunto se convierte así en "un problema de índole educativa" y un "reto seguridad pública", entre otros, concluye Cordelia Estevez.
El fenómeno del acoso no es exclusivo de las aulas. Los centros de trabajo son también un entorno propicio para este tipo de comportamientos y las reglas en ambos suelen compartir patrones similares.
Kara Ng y Karen Niven, profesoras de Psicología en universidades de Estados Unidos, cuentan en la web de la BBC que existen cuatro tipos de espectadores ante el acoso que pueden agruparse entre los que mantienen una actitud "activa frente a pasiva" y "constructiva frente a destructiva".
Según estas expertas, "hay espectadores activo-constructivos, que de forma proactiva y directa buscan mejorar la situación de acoso, por ejemplo, denunciando al acosador o enfrentándolo.
También hay espectadores pasivo-constructivos que no "resuelven" directamente el acoso, pero escuchan o simpatizan con la víctima.
Los espectadores pasivo-destructivos, por otro lado, normalmente evitan el acoso y "no hacen nada". Si bien esto puede sonar benigno para algunos, las víctimas pueden ver la pasividad como una aprobación de las acciones del acosador.
Finalmente, los espectadores destructivos-activos empeoran activamente la situación de intimidación, por ejemplo, poniéndose abiertamente del lado del acosador o creando situaciones en las que el agresor puede molestar a las personas. Efectivamente se convierten en intimidadores secundarios.
Kara Ng y Karen Niven se preguntan en su artículo en "The Conversation" recogido por la BBC, ¿por qué tantas personas no intervienen cuando son testigos de algo que saben que está mal o es dañino?
Para ello recurren a "la teoría más famosa para explicar el fenómeno, conocida como efecto espectador, se inspiró en el asesinato de Kitty Genovese".
Según este caso, Kitty era una mujer joven en la década de 1960 en Nueva York que fue asesinada a puñaladas frente a su edificio de apartamentos mientras 38 residentes observaban desde sus ventanas.
Inicialmente, se informó que ni una sola persona intervino o llamó a la policía, mostrando respuestas pasivo-destructivas, aunque esta historia y la teoría en sí han sido cuestionadas.
Dicho esto, el efecto parece mantenerse en situaciones más ambiguas, como el acoso, que no equivalen a una emergencia médica.
El efecto espectador explica sus acciones al proponer que es menos probable que las personas ayuden cuando hay otras personas presentes. Esto nos hace sentir personalmente menos responsables de actuar, especialmente en situaciones ambiguas.