23 de noviembre de 1994. La Casa Real española, entonces capitaneada por los reyes Juan Carlos y Sofía, anuncia una noticia totalmente inesperada que sorprende al país entero y que revoluciona la Corona: el compromiso de la infanta Elena, que tenía 30 años, con Jaime de Marichalar Saenz de Tejada, de 31. Se trataba de la primera boda real en España desde 1906. Casi un siglo después. De ese 23 de noviembre se cumplen ahora 30 años.
Hasta ese momento, apenas se conocían detalles del hombre que había conquistado el corazón de la primogénita de los monarcas. Sólo habían trascendido un par de imágenes de ambos juntos: en París y en un concurso hípico. Su noviazgo arrancó en la capital francesa años antes, donde la infanta se reponía de su ruptura con el jinete Luis Astolfi y realizaba un curso de Literatura francesa. Por aquel entonces, Jaime era empleado de banca.
Poco antes del compromiso, y según las informaciones que salieron a la luz, el departamento de prensa del Palacio de la Zarzuela confirmó una amistad entre Elena y Jaime tras los muchos rumores de una relación sentimental entre ambos, negando a la vez que fueran a oficializar algún tipo de noviazgo. Todo estalló ese 23 de noviembre.
"Como madre, estoy encantada", confesó la monarca Sofía tras comunicar el matrimonio de su hija. Fue la primera en manifestarse. En un ambiente de emoción y solemnidad, tal y como corresponde a los actos de la Casa Real, el anuncio tuvo lugar a través de un comunicado oficial.
La noticia del compromiso fue recibida con entusiasmo en España. Para la infanta Elena, este era uno -por no decir el mayor- de los pasos más importantes de su vida como figura institucional, ya que se trataba del primer matrimonio de los hijos de los monarcas, uniendo así la sangre real con una familia aristocrática española. Jaime de Marichalar, por su parte, estaba vinculado al mundo de la moda y era conocido como un hombre de gustos refinados.
El anuncio de su boda fue seguido de una conferencia de prensa en la Zarzuela, donde la pareja apareció sonriente y visiblemente emocionada frente a los medios de comunicación. Una imagen histórica. Hubo los tradicionales regalos: un anillo de brillantes para la novia, que era parte de una diadema que su abuelo regaló a su madre, la condesa de Ripalda, Concepción Sáenz de Tejada, y un reloj Audemars Piaget para el novio.
Durante la oficial pedida de mano, ambos destacaron la alegría que sentían y el cariño que les unía, además de compartir algunos detalles sobre cómo se habían conocido y cómo habían fortalecido su relación. "Sus cualidades son tantas que no terminaríamos nunca", apuntó él. "Es cariñoso y tenaz. No ha parado hasta convencerme", explicó ella. Para la ocasión, Elena escogió un clásico vestido de gris y una melena recogida.
La boda y el divorcio
Este hecho fue ampliamente cubierto tanto por la prensa española como por la internacional, marcando el inicio de meses de atención mediática que culminarían con la boda en Sevilla el 18 de marzo de 1995. Aquel enlace nupcial se convirtió en el epicentro de la realeza europea y atrajo la atención no sólo por su carga histórica, sino también por su despliegue de elegancia y el simbolismo que marcó la unión. Más de 1.300 invitados asistieron a la ceremonia, incluyendo miembros de la realeza europea como la reina Margarita de Dinamarca, el entonces príncipe Carlos de Inglaterra y numerosos representantes de casas nobles de toda Europa.
En la España de mediados de los 90, la monarquía vivía una etapa de aceptación moderada, aún reconstituyéndose del periodo franquista y con la misión de fortalecer la democracia. La boda de la infanta Elena fue percibida como un evento que ayudaba a humanizar y acercar a la familia real al pueblo español.
Tras más de una década de matrimonio y dos hijos en común -Felipe Juan Froilán y Victoria Federica- la pareja anunció su separación en 2007, en medio de rumores sobre una crisis en la relación. La separación se formalizó como un "cese temporal de la convivencia", pero en 2010 se hizo oficial su divorcio. La ruptura marcó el inicio de una etapa en la que la Casa Real se enfrentaría a un escrutinio público más intenso, con la infanta Elena manteniendo un bajo perfil y enfocada en sus hijos y actividades sociales.
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