Ramón Sampedro puso fin a su vida el 12 de enero de 1998. Tenía 55 años y llevaba 30 postrado en una cama, solo pudiendo mover la cabeza. Hacía tiempo que había emprendido una lucha en los tribunales, pidiendo la eutanasia que hoy está regulada por ley en España. Él fue quien abrió el debate de la muerte digna en nuestro país.
Este miércoles se cumplen 24 años del día que puso fin a su sufrimiento bebiéndose un vaso de cianuro potásico mezclado con agua. No fue fácil cumplir su deseo. No solo porque el suicidio no es una elección fácil, sino porque no podía moverse.
Necesitó la colaboración de una pluralidad de personas, hasta once amigos, para poder morir. Ramón no quería que ninguno de sus ayudantes incurriese en delito y, por eso, encargó a cada uno de ellos una función específica, que por sí misma no tuviese consecuencias penales. Ramona Maneiro, con la que mantenía una relación sentimental, grabó sus últimas palabras.
Todos los años, el domingo siguiente al aniversario de su muerte, familiares y amigos de Ramón Sampedro se reúnen en la playa de As Furnas, en Porto do Son (A Coruña). Allí realizan un acto de recuerdo, un homenaje que en este 2022 se celebrará el 16 de enero, a las 13.00 horas. El de este año tendrá una especial importancia: será el primero que se celebre tras la aprobación en España de la ley que reconoce el derecho a la eutanasia.
En ese arenal fue precisamente donde la vida de Ramón Sampedro cambió para siempre. Allí, en el verano de 1968, se lanzó al agua desde unas rocas, de cabeza, sin medir las consecuencias. Impactó contra la arena y se fracturó la séptima vértebra cervical. Con 25 años se quedó tetrapléjico.
Ese episodio hizo que tuviese que trasladarse a vivir de nuevo con sus padres. Su hermano y su cuñada fueron quienes cuidaron de él. En su libro, Cartas desde el infierno, Sampedro describió el sufrimiento que le producía tener, como él decía, “una cabeza sin cuerpo”.
Fue en 1993 cuando Ramón Sampedro empezó a reclamar públicamente la eutanasia. Fue entrevistado en televisión, después de haber enviado escritos a los juzgados para que se le permitiera rechazar las sondas a través de las que recibía alimento. También solicitó que un médico pudiese recetarle fármacos para morir. Alegaba que cada persona debía ser dueña de su propia vida.
Sin embargo, todas sus peticiones fueron rechazadas. Llegó a solicitar amparo a la Comisión Europea de Derechos Humanos. Él fue el primer español en reclamar ante los tribunales la muerte digna.
Ramón Sampedro no logró el respaldo judicial ni político y se vio obligado a poner fin a su vida como pudo, trazando un plan milimétrico que no tuviese consecuencias delictivas para otras personas.
Dos semanas antes de morir se instaló en un piso en Boiro (A Coruña), a unos 20 kilómetros de su pueblo natal. Se alejó de su familia y planificó su muerte. Dio una instrucción a cada uno de sus amigos: uno compró el cianuro, otro lo analizó, otro midió la cantidad necesaria, otro preparó la mezcla, otro lo vertió en un vaso… Y así hasta que una última persona puso la bebida letal a su alcance.
Ramona Maneiro, a la que Ramón Sampedro conocía desde 1996, fue detenida por aquel hecho y posteriormente puesta en libertad por falta de pruebas. Siete años después, una vez que prescribió el delito, Maneiro reconoció en El Programa de Ana Rosa de Telecinco que ella había sido el brazo ejecutor final: la que le había puesto el vaso a su alcance y quien había grabado su vídeo de despedida. “Hoy, cansado de la desidia institucional, me veo obligado a morir a escondidas, como un criminal”, decía Sampedro en él.
Ramón Sampedro fue, desde entonces, un símbolo en la lucha por la despenalización de la eutanasia. Ahora sí es posible solicitar, por ley, la muerte digna que él no tuvo.