Ana González Aida es una artista autodidacta que a sus 70 años decidió darle un poco de color a la aldea de Parada en la que nació, en plena sierra de O Courel, pintando con mucha maestría las puertas de varias construcciones de piedra de la zona.
La artista cuenta en las páginas de El Progreso que un día decidió pintar en una puerta “porque no había un sitio cerca donde comprar lienzos, y porque además ya era necesario pintarlas aunque fuese de otra manera”.
Tras esa primera vinieron otras y así fue creando, poco a poco, “un auténtico museo al aire libre” en esta aldea de la montaña lucense.
Anita, como se conoce a la artista en su aldea de Parada, pinta “cosas que se le pasan por la cabeza” explica; recrea escenas de su infancia guardadas en la memoria y lo hace con un talento que parece agradar a los vecinos y vecinas pues según ella misma afirma, “es una manera de alegrar el pueblo y a la gente, por lo que se ve, le gusta”.
La mujer, que en su juventud trabajó como costurera, nació en la aldea donde ahora da rienda suelta a su expresividad, pero emigró con sus padres a Madrid para retornar tiempo después a Lugo.
Sin embargo, reza El Progreso, “nunca se desvinculó del lugar que la vio nacer y menos ahora, que es cuando más tiempo pasa en su casa de Parada”, explica la prensa en sus páginas.
Allí posee cinco construcciones de piedra que están en ruinas y es donde se le ocurrió la idea de pintar las puertas. Para ello comenzó usando pinturas en acrílico “porque se seca más rápido que el óleo”, explica, pero finalmente optó por esta última técnica debido a que le permite hacer correcciones hasta conseguir plasmar lo que tiene en la cabeza.
Anita explica que “siempre me quedé tonta mirando los cuadros de pintores famosos. No sé cuántas veces fui al Museo del Prado de visita, pero me parecía tan difícil… Hasta que un día (hace unos 20 años) decidí comprar un lienzo y ponerme a pintar. Ahora puedo decir que soy feliz pintando”, dice emocionada.
A esta jubilada de 70 años le gusta dar vida a una aldea de la que dice “está muy apagada” y cuenta orgullosa cómo lugareños y visitantes les hacen fotografías “porque les llama la atención” su obra.
Entre las escenas que esta artista guardaba en su recuerdo y que ahora cobran vida en las puertas de su aldea destacan la de unos hombres jugando a las cartas en la Taberna do Crego en Seoane, o la de unos labradores arando con bueyes, donde demuestra el talento innato que posee.
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