Aurelia y Lucas eran inseparables. Aurelia, la abuela, es una señora de avanzada edad que perdió a una de sus hijas hace cuatro años; los mismos que tiene Lucas, el loro, que precisamente llegó a la familia como terapia, para hacerle más llevadero el día a día a la mujer, devastada por la pérdida.
“La persona que nos recomendó adoptar a Lucas nos dijo que iba a hablar muy rápido y que le ayudaría mucho a mi madre”, nos cuenta su hija Olga al otro lado del teléfono; y así fue, Lucas comenzó a hablar en seguida y muy pronto se ganó a la abuela, quien lo mimó cada día en estos cuatro años “como a un bebé”.
Hasta que el pasado sábado, Lucas, que apenas volaba y seguía a su dueña por toda la casa “como si fuese un perrito”, se cayó de la repisa de un balcón de la vivienda a la acera, y se quedó allí inmóvil, "mi madre lo vio", explica Olga.
La familia teme que alguien lo pudiera atrapar y llevárselo porque “se dejaba tocar e incluso coger”, asegura la dueña, quien está ahora doblemente preocupada, tanto por su madre que, dice, “está muy abatida”, como por Lucas, “que no comía si mi madre no estaba, estaba tan adaptado a mi madre que no les va a comer”, incide.
Es por ello que no han dudado en ofrecer una recompensa de mil euros a quien encuentre al animal, un loro de plumaje mayoritariamente gris con plumas blancas y rojas, que lleva su “carnet de identidad” anillado en una pata.
Escuchar el relato de Olga nos da una idea de lo duro que tiene que ser para la abuela haber perdido a su querida mascota.
“Mi madre se levantaba por las mañanas, le daba el desayuno y lo aseaba echando el producto específico de su plumaje”; Lucas se lo pedía, recuerda con gracia: “Un poquito”, le decía, refiriéndose al baño.
“Mamá quiero un premio”, le decía otras veces; y la abuela siempre corría a buscar aquello que sabía que a Lucas le podía gustar, que era “cualquier cosa que mi madre le diera”, explica.
Cuando timbraban era él quien decía “vooooy”, dejando en muchas ocasiones al “cartero esperando en la puerta”, sonríe Olga.
“Qué aproveche”, “¿Me das pescadito?”, “Yo quiero pollito”, “Hola abuela” (imitando a los nietos) o “Duque ven, eres malo” (refiriéndose al perrito de una de las nietas de Aurelia) eran otras de las muchas frases que Lucas recitaba con gracia, y que hacía las delicias de todos los miembros de la familia.
Ahora que falta Lucas, la abuela no es la misma. “Siempre tuvimos miedo al pensar que pasaría con el loro cuando faltara la abuela, pero nunca se nos planteó la posibilidad de que fuese al revés”, explica Olga. Y ahora lo saben. Es duro. La abuela y Lucas se iban juntos a la cama. “Mami, ¿Nos vamos a la cama?” le pedía el loro, y Aurelia se metía en su cama al tiempo que Lucas accedía al interior de su jaula.
Esta escena hace casi una semana que no se repite, y la familia, ya desesperada, se deshace agradeciendo la ayuda recibida por parte de todos los medios de comunicación y del Seprona, “que colaboran incansables en la búsqueda de Lucas”, explica Olga, así como la Policía Local de Marín, la Policía Nacional y la Policía Portuaria, que no cesan en su empeño para que al fin el loro pueda volver a casa con los suyos.
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